Revista América Latina
Escrito por David Nieves
Luis Ignacio esto lo escribí como un ejercicio para desahogarme un poco, te lo envió a ti para que lo leas, junto a tu madre y hermanos, no tengo ninguna otra intensión.-
Cuando me pase el yeyo llamo a lirio… No descuiden las medidas de seguridad frente a la pandemia.
Los quiero. David
Nos Informaba Ignacio que estábamos convocados a una reunión con gente del movimiento popular, nos invitaba un grupo de amigos de Carlos Lanz, adscritos al movimiento religioso que activaba en el movimiento popular. El trayecto era tan largo y con tanta lluvia, que varias veces pregunté si íbamos a Cubiro o al Japón… y me respondió «eso es aquí mismito», no se veía nada, era un palo de agua de «padre y señor mío»… Le decía a Ignacio que el enemigo,– en esa época me refería al ejército– no tenía problemas porque contaba con aparatos de visión nocturna que comprendía larga vistas, lentes y miras telescópicas. Y que de noche veían como si fuera de día: «Vasie» David estamos jodidos, con un enemigo así no se puede pelear, nos llevan mucha ventaja, fue lo que me respondió Ignacio. Esa es una pelea de burro contra tigre pero la pelea es peleando.
Otro día, en mis correrías por el estado Lara, fuimos a parar a Carache un pueblo histórico donde nació Ignacio Montaña el 28 de Abril de 1.956, acompañados nada más y nada menos que de Ali Primera. Nos detuvimos en las Lomas de Bonilla un pueblo de mujeres bonitas y hombres revolucionarios ahí le entregue mi pistola a un carajito llamado Antonio Rodríguez —hoy día todo un empresario –que no hallaba que hacer con ella, le dije que era por un momento mientras yo hacía mi intervención en el acto programado. Pienso que en ese acto fue donde Ali se inspiró para escribir su célebre canción «Ábranme la puerta porque al combate me voy», porque nunca lo vi tan emocionado como ese día, y menos en un pueblo tan pequeño, ahí í en ninguna parte cabía el corazón grandote como un zaguán como el de Ali Primera.
Con Ignacio fueron muchas las parrandas en honor al viejo Pio Tamayo y Jorge Rodríguez.
Ignacio Montaña no nació en Lara, pero ahí enterró su ombligo, ahí se encontró a su mujer Lirio Algarra con quien fundo un hogar decente, bien bonito unos hijos preciosos que se convirtieron en su forma de vivir, les enseño a compartir el pan sin hablarles de Jesús, le mostró la Biblia sin leérsela, el Corán sin conocerlo y les dijo que la palabra amigo era un compromiso sin miedo: El miedo se parece a una corbata y no lo vas a encontrar en ningún libro y menos en una orden religiosa; todos se cansaron de orar por la inmortalidad y te fuiste. Yo diría, todo te queremos igual. a veces ignoramos quien es quien, pero tus hijos aprendieron el amor con tu ejemplo.
Ambos estamos llenos de cuentos, saturados de mentiras, de un compadrazgo cómplice en la política y en lo cotidiano; tu casa era mi casa, mi concha, podía llegar a otro lugar pero siempre era en casa de Ignacio. Se trataba de una amistad recíproca.
Una vez le dije «compadre usted camina “mariquiao” como si sujetaras un limón con el culo», ambos nos reímos porque la lucha política nos alcanzaba para eso y mucho más. En la Liga Socialista éramos Mosqueteros como el cuento; las discusiones no eran si la guerra contra los gringos es política y si a los E.E.U.U. se les derrota en Washington, Afganistán o en Antofagasta o en Yaguaraparo. Lo cierto es que al enemigo hay que derrotarlo por partes en esta lucha de desiguales y sin fronteras pero que no cesa nunca hasta que nos hagamos libres.
Comprendimos que la relación entre militantes se cultiva en el día a día y con el respeto mutuo… de un rio que se respeta de orilla a orilla, todos venimos de la neblina, de revolcarnos con la sed y el hambre, en fin todos conocimos un lugar donde se aprende a manosear la vida; la pobreza nunca llegó desnuda solo que esa imagen entre nosotros desafina por eso siempre nos revolcamos en el mismo catre y somos la misma gente y tú fuiste algo más que una araña tejedora de bondades, vienes del pan por eso hay que quererte.
Una vez me dijiste yo no tengo las arterias buenas pero me sobra vocación para vivir, falló la vocación, algo falla.. Lo que si dejaste en su lugar, para que nunca falle, es hacer la historia con bolas de torero..
Te quiero Ignacito… David
Luis Ignacio esto lo escribí como un ejercicio para desahogarme un poco, te lo envió a ti para que lo leas, junto a tu madre y hermanos, no tengo ninguna otra intensión.-
Cuando me pase el yeyo llamo a lirio… No descuiden las medidas de seguridad frente a la pandemia.
Los quiero. David
Nos Informaba Ignacio que estábamos convocados a una reunión con gente del movimiento popular, nos invitaba un grupo de amigos de Carlos Lanz, adscritos al movimiento religioso que activaba en el movimiento popular. El trayecto era tan largo y con tanta lluvia, que varias veces pregunté si íbamos a Cubiro o al Japón… y me respondió «eso es aquí mismito», no se veía nada, era un palo de agua de «padre y señor mío»… Le decía a Ignacio que el enemigo,– en esa época me refería al ejército– no tenía problemas porque contaba con aparatos de visión nocturna que comprendía larga vistas, lentes y miras telescópicas. Y que de noche veían como si fuera de día: «Vasie» David estamos jodidos, con un enemigo así no se puede pelear, nos llevan mucha ventaja, fue lo que me respondió Ignacio. Esa es una pelea de burro contra tigre pero la pelea es peleando.
Otro día, en mis correrías por el estado Lara, fuimos a parar a Carache un pueblo histórico donde nació Ignacio Montaña el 28 de Abril de 1.956, acompañados nada más y nada menos que de Ali Primera. Nos detuvimos en las Lomas de Bonilla un pueblo de mujeres bonitas y hombres revolucionarios ahí le entregue mi pistola a un carajito llamado Antonio Rodríguez —hoy día todo un empresario –que no hallaba que hacer con ella, le dije que era por un momento mientras yo hacía mi intervención en el acto programado. Pienso que en ese acto fue donde Ali se inspiró para escribir su célebre canción «Ábranme la puerta porque al combate me voy», porque nunca lo vi tan emocionado como ese día, y menos en un pueblo tan pequeño, ahí í en ninguna parte cabía el corazón grandote como un zaguán como el de Ali Primera.
Con Ignacio fueron muchas las parrandas en honor al viejo Pio Tamayo y Jorge Rodríguez.
Ignacio Montaña no nació en Lara, pero ahí enterró su ombligo, ahí se encontró a su mujer Lirio Algarra con quien fundo un hogar decente, bien bonito unos hijos preciosos que se convirtieron en su forma de vivir, les enseño a compartir el pan sin hablarles de Jesús, le mostró la Biblia sin leérsela, el Corán sin conocerlo y les dijo que la palabra amigo era un compromiso sin miedo: El miedo se parece a una corbata y no lo vas a encontrar en ningún libro y menos en una orden religiosa; todos se cansaron de orar por la inmortalidad y te fuiste. Yo diría, todo te queremos igual. a veces ignoramos quien es quien, pero tus hijos aprendieron el amor con tu ejemplo.
Ambos estamos llenos de cuentos, saturados de mentiras, de un compadrazgo cómplice en la política y en lo cotidiano; tu casa era mi casa, mi concha, podía llegar a otro lugar pero siempre era en casa de Ignacio. Se trataba de una amistad recíproca.
Una vez le dije «compadre usted camina “mariquiao” como si sujetaras un limón con el culo», ambos nos reímos porque la lucha política nos alcanzaba para eso y mucho más. En la Liga Socialista éramos Mosqueteros como el cuento; las discusiones no eran si la guerra contra los gringos es política y si a los E.E.U.U. se les derrota en Washington, Afganistán o en Antofagasta o en Yaguaraparo. Lo cierto es que al enemigo hay que derrotarlo por partes en esta lucha de desiguales y sin fronteras pero que no cesa nunca hasta que nos hagamos libres.
Comprendimos que la relación entre militantes se cultiva en el día a día y con el respeto mutuo… de un rio que se respeta de orilla a orilla, todos venimos de la neblina, de revolcarnos con la sed y el hambre, en fin todos conocimos un lugar donde se aprende a manosear la vida; la pobreza nunca llegó desnuda solo que esa imagen entre nosotros desafina por eso siempre nos revolcamos en el mismo catre y somos la misma gente y tú fuiste algo más que una araña tejedora de bondades, vienes del pan por eso hay que quererte.
Una vez me dijiste yo no tengo las arterias buenas pero me sobra vocación para vivir, falló la vocación, algo falla.. Lo que si dejaste en su lugar, para que nunca falle, es hacer la historia con bolas de torero..
Te quiero Ignacito… David
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