Uno de los iconos turísticos de Baviera es el ecléctico castillo de Neuschwanstein, una falsa fortaleza de piedra blanca que parece salida de un cuento de hadas por su concepción y ubicación al pie de los Alpes.
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Es una de las obras arquitectónicas más extravagantes que hizo construir el rey Luis II de Baviera, famoso también, por lo menos entre los amantes de la música, por su estrecha amistad con Richard Wagner.
Luis II de Baviera, ¿Loco o excéntrico?
Luis II también es conocido por sus desarreglos mentales y su fallecimiento en circunstancias poco claras. Pero todo esto no debe hacernos olvidar que, políticamente, su mayor mérito fue mantener la independencia de Baviera hasta el último momento. Baviera fue el último land que se incorporó al II Reich, y hasta la muerte de Luis II en 1886 gozó de una amplia autonomía.
Luis II nació en 1848. Era hijo del duque Maximiliano II de Baviera y de María de Prusia. Su abuelo, Luis I, ocupaba el trono bávaro desde 1825. En 1848, a causa de una aventura amorosa con la bailarina irlandesa -que se hacía pasar por española- Lola Montez, se vio obligado a abdicar a favor de Maximiliano. Maximiliano II fue un monarca amante de las artes y las ciencias. Se rodeó de hombres de letras y de científicos, y colocó a su reino en la vanguardia cultural de Europa.
Cuando Luis II accedió al trono Baviera era ya un estado con un parlamento y una constitución. Pocos años antes se había producido la tercera oleada revolucionaria en Europa, la de 1848, liberal en unos estados, nacionalista en otras partes. En Baviera los efectos de aquella revolución también se habían notado. Los asuntos de gobierno estaban en manos de políticos profesionales. El rey reinaba pero no gobernaba.
Desde pequeño Luis se mostró solitario y soñador. Ciertamente, la herencia genética no estaba a su favor. Entre sus antepasados había caracteres misántropos y depresivos, los mismos que los más allegados a Luis advirtieron en el futuro rey. Varios de los miembros de la familia Wittelsbach habían padecido incluso trastornos mentales, fruto seguramente de matrimonios consanguíneos.
Luis II accedió al trono a la edad de dieciocho años. El joven monarca no había terminado ningún estudio, no estaba preparado para los asuntos de estado. Sin embargo, era joven, apuesto y refinado, y pronto se hizo popular dentro y fuera de Baviera. Pero en el transcurso de los años la popularidad de que gozó en los primeros tiempos de su reinado se fue enfriando. Las razones de aquel distanciamiento eran diversas.
Su pacifismo era un motivo importante. Luis II se mantuvo al margen de la primera guerra para la unificación de Alemania emprendida por Prusia, la de los ducados daneses. En la segunda, contra Austria, se colocó al lado de ésta, la perdedora. La cada vez más poderosa Prusia no tomó represalias con Baviera. La inacción militar del gobierno bávaro fue sin duda un factor atenuante.
Solo en la tercera y última contienda, la franco-prusiana, Baviera se alió con Bismark, aunque lo hizo contra la voluntad del pueblo y las reticencias de Luis II. El gobierno debía ser consecuente con el tratado de alianza que había firmado con Prusia en julio de 1867 y decretó la movilización general. La guerra contra Francia fue muy corta, las tropas germánicas derrotaron a las de Napoleón III en dos meses. Guillermo I, el viejo rey de Prusia, fue proclamado emperador de Alemania.
Bismark contaba con Baviera para la unificación de Alemania. Por esto, en 1863, cuando Luis aún era príncipe, el Canciller de Hierro le visitó en el curso de un viaje por tierras germanas. Perspicaz, Bismark pronto advirtió que la política aburría al joven príncipe. “Tuve la impresión de que su cabeza estaba en otra parte”, escribe el canciller en sus memorias. Y seguramente debía ser así. Más tarde, ya coronado, Luis II rechazaba asistir a las maniobras militares, prefería reunirse con artistas.
Otro factor que sin duda le granjeó enemistades fueron sus extravagancias arquitectónicas. Al principio su manía constructiva no fue ningún problema porque Luis financiaba la materialización de sus delirios con dinero sacado de su bolsillo. Pero la cosa cambió cuando Luis quiso sacar el dinero de los presupuestos estatales. Ante la oposición de los ministros, Luis II les amenazó con destituirlos si no accedían a sus peticiones.
Dos años antes de ocupar el trono el príncipe conoció a Richard Wagner. Fue el inicio de una larga amistad que duró más de veinte años. Aunque Luis era un adolescente y Wagner contaba ya con cincuenta años, ambos estaban hechos el uno para el otro. Pero la presencia del compositor en la corte bávara no era bien vista por muchos. Wagner era un antiguo revolucionario, incluso había sido amigo del anarquista ruso Bakunin. Wagner encontró en Luis un mecenas. Éste le adoraba tanto que se olvidó por completo de los asuntos de estado. Pedía grandes sumas de dinero para financiar sus proyectos, pero se encontró con la firme oposición del gobierno, de su familia y del pueblo. Presionado, en diciembre de 1865 Luis II ordenó con gran pesar a Wagner que abandonara Baviera.
La homosexualidad del rey, la falta de un heredero, también jugaron en contra suyo. Después de un largo noviazgo Luis II no aceptó casarse con su prima Sofía, hermana de la emperatriz Sissi. Prefería las compañías masculinas.
Su desinterés por los asuntos de estado, las grandes sumas de dinero que gastaba en la construcción de palacios y en las representaciones teatrales (que se hacían solo para él), su misantropía, su homosexualidad, llevaron a los miembros de la corte a declarar a Luis incapacitado para gobernar. Un equipo de cuatro médicos dictaminó que el rey sufría paranoia, sin examinarlo siquiera. Una vez depuesto fue encerrado en el castillo de Berg.
El día 3 de junio de 1886 el rey y su médico, que habían salido a pasear, desaparecieron. Tras una intensa búsqueda encontraron sus cuerpos en un lago. ¿Había sido un accidente, un suicidio o una evasión? Según la versión oficial, el rey intentó suicidarse y arrastró a su médico hasta el fondo del lago.
¿Estaba realmente loco Luis II? ¿O solo era un excéntrico? Es difícil decirlo. En su época se metían en el saco de la locura diversas perturbaciones mentales: esquizofrenias, depresiones, psicosis… Y si Luis II estaba realmente loco, ¿lo estaba tanto como para tenerlo encerrado?
Autor: Josep Torroella Prats para revistadehistoria.es
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Bibliografía:
Fuentes
Jacques Bainville: Luis II de Baviera. Trifaldi, 2017.
Jean des Cars: Louis de Bavière ou le roi foudroyé. París, 1975.
Mary Fulbrook: Historia de Alemania. Akal, 2009
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