Qué podía justificar la estrategia oficial de concentrar la distribución de productos esenciales en un pequeño grupo de establecimientos públicos, que obviamente no tienen la capacidad para atender la gentamentazón que tendría que pararse frente a ellos para comprar alimentos esenciales?
Lo más probable es que haya múltiples razones, que incluyen el populismo político y la corrupción. Pero si tuviera que apostar, diría que el motivador principal se encontraba en que los hacedores de política pública de gobiernos controladores suelen creer que los problemas se deben a que no están controlando ni suficiente ni bien. La solución para ellos está en profundizar el control, sin darse cuenta que es precisamente ese control extremo la causa de la crisis. Como planteaba el profesor Ludwig von Mises, los gobiernos intervencionistas comienzan con controles puntuales que desequilibran la economía y entonces profundizan el control para tapar el desequilibrio causado por el control anterior y luego deben controlar más para tapar las nuevas distorsiones de su último control, y luego más y más controles, hasta que el sistema colapsa, sin que el controlador entienda nunca que fue su estrategia controladora la que todo destruyó.
El gobierno venezolano ha basado su modelo de desarrollo en una catajarra de controles de cambio, de precios y de distribución que la historia ha demostrado contraproducentes, distorsionantes y negativos en todo el mundo. Podemos conseguir miles de libros en los que sus fans enamorados explican por qué sus intentos pasados fallaron. Vamos a leer sobre oligarquías, imperios, mala gerencia y corrupción. Incluso algunos culparán al mismo pueblo, a la religión y a los extraterrestres. Lo que no conseguiremos jamás es un sólo libro que explique cómo el control extremo funcionó y condujo un pueblo hacia el desarrollo, el bienestar, la riqueza y la felicidad.
Y entonces, una parte del gobierno no pensó que la vía para evitar la especulación en las bodeguitas de barrio y en los abastos, que ellos no pueden controlar, era que los canales públicos, de los que hay apenas uno por cada quince privados, reciban y distribuyan prioritariamente los productos a nivel nacional.
Afortunadamente, los grupos pragmáticos dentro del Ejecutivo se dieron cuenta que pasar de una autopista de cinco canales, a poner a la gente a comprar en el hombrillo generaría una cola brutal; descubrieron que esa concentración de distribución sólo favorece al bachaquero, que en definitiva tiene como trabajo hacer esa colota descomunal. Se enfrentaron a la realidad de que dejar a ciento trece mil establecimientos sin mercancías significa también dejar a esos comerciantes sin recursos y a sus empleados y a los camioneros que les despachan sin empleos, y a sus clientes con la necesidad de comprar al bachaquero o desplazarse lejos de su hogar para comprar.
Por ahora, la racionalidad prevaleció y la decisión absurda fue revertida, cosa que celebro y estimulo. Pero el problema del modelo intervencionista no está resuelto aún. Seguiremos viendo en campaña la búsqueda de culpables imaginarios. No muere con esto los riesgos de expropiación e intervención para agrandar la cadena de distribución pública, contaminando lo que tanto ha costado crear durante años de distribución capilar. Después de todo, al lado de quienes ideológicamente creen, equivocada pero sinceramente, que el control es la mejor vía, están los que viven de las distorsiones que crean sus colegas comeflor y les permiten la magia de convertir 10 mil dólares de ellos, vendidos en el negro a tasa de página web, en un millón de dólares a 6,30 que algún amigo les pueda dar para “resolver” la crisis de abastecimiento que su modelo de control generó.
ElJoropo