Cuando hoy en día usamos la expresión “joyas de la corona”, pensamos siempre en las de Inglaterra. Pero a finales del siglo XVII, esa colección apenas existía. El único conjunto de alhajas del mundo que pudiera merecer tal nombre, era el tesoro reunido por Luis XIV.
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Al heredar el trono en 1643, el Estado francés poseía un depósito de piedras reseñable, pero a finales de su reinado, en 1715, era con diferencia la colección más rica de toda Europa.
Luis XIV, el Rey de diamantes
Durante su reinado, la joyería ascendió al rango de las Bellas Artes. Como resultado, a finales de siglo, comprar joyería fina se convertía por primera vez en parte del lujo parisino. Tan pronto como la extravagante pasión del Rey Sol por los diamantes revolucionó la manera de crear y disfrutar las alhajas, los mejores profesionales comenzaron a ver la capital francesa como un centro mundial de operaciones. De esta manera, el Rey Sol enseñó a un público universal que aquellas joyas podían tener una inmensa fuerza visual y que serían el mejor objeto de cualquier monarca europeo.
El monarca francés utilizará las piedras preciosas, concretamente el diamante azul, el cual se convirtió en la piedra emblemática de Luis XIV. Sin embargo, tenemos que destacar la figura de Jean-Baptiste Tavernier, al que se considera el padre del comercio moderno de diamantes. Aunque, se necesitan dos para hacer un mercado, y él no hubiera podido llevarlo a cabo con éxito sin las ambiciones del monarca. De este modo, el soberano adquirió solo la clase de diamantes que provocarían un silbido de admiración, ya que nunca poseyó un diamante diminuto. En la segunda mitad del siglo XVII, París se trasformó en la única ciudad europea con pulidores y diseñadores capaces de poner en práctica las últimas tendencias relativas a los diamantes.
Desde 1660 en adelante, los extravagantes pedidos reales bastaron por sí solos para mantener ocupados a varios joyeros estelares, como son: François Lefèvre y Gilles Legaré. Luis XIV fue el primero en comprender que los diamantes podían trasmitir, mejor que ninguna otra cosa, que su propio propietario era el gobernante más rico y poderoso del mundo. El rey francés comenzó a experimentar con su idea de 1669, justo después de comprar todas las piedras a Tavernier.
En efecto, se hizo fabricar el traje más extraordinario jamás visto en Europa. Cuando lo llevaba, los espectadores contemporáneos afirmaban que “parecía encontrarse rodeado de luz”. Brillaba cada centímetro del Rey Sol, su conjunto estaba cubierto por completo con todos sus diamantes. Este espectáculo de moda real se escenificó para impresionar al embajador turco. Sin embargo, el invitado oriental alegó sentirse decepcionado, ya que replicó que en las ocasiones ceremoniales de su país, el caballo de su señor llevaba muchos más diamantes.
Incluso, el 19 de febrero de 1715, cuando tuvo lugar el último acto cortesano que fue capaz de presidir antes de su muerte, la recepción del embajador persa Mehemet Riza Beg, el Rey Sol demostró hasta qué extremo había impulsado el arte del diamante desde 1669, con lo que se vistió con su traje de diamantes y colgando alrededor del cuello el diamante azul, el gran tesoro de la corona francesa. Pero, el soberano se tuvo que quitar el pesado traje de diamantes después de la cena, ya que no soportaba su peso.
En ese momento, el rey se encontraba sin fuerzas y completamente maltrecho, pero lleno de majestad, estaba agobiado por el peso de los mejores diamantes de la corona, más de 12.000.000 de libras; a su derecha, vemos en el cuadro de Coypel la luminosa figura infantil del heredero, a su izquierda, el duque de Orleáns y los bastardos, que tan poco tardarían en enfrentarse por el poder, después de la muerte del Gran Luis.
De esta manera, la persona del monarca debía de brillar tanto como la Sala de los Espejos de Versalles, donde se recibió al embajador persa. Ningún otro gobernante ha igualado nunca la cantidad de quilates portada por Luis XIV. Sobre aquella recepción final de su reinado, el duque de Saint-Simon señaló que «el rey estaba atestado de diamantes; se hundía bajo su peso». Debido a la pasión del rey por el brillo, a finales del siglo XVII los diamantes se incorporaron a las prendas de vestir como no se hizo en ningún otro momento. Ejemplo de ello, es un grabado perteneciente a fines del siglo XVII donde aparece el monarca vistiendo un conjunto que incluye su colección de diamantes. Su traje exhibe 125 botones, cada uno realizado a partir de una piedra maciza, también luce estas joyas en las hebillas de sus zapatos y en sus ligueros. El monarca hacía alarde de 1.500 quilates en este traje.
Al final del reinado del Rey Sol, muchas de las joyas de la corona francesa fueron vendidas para subvencionar las diferentes guerras en las que estaba Francia; además los últimos años de su gobierno fueron muy duros, tanto por problemas económicos como políticos; progresivamente el núcleo central de Versalles se iba apagando.
Autora: Sandra Antúnez López para revistadehistoria.es
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Bibliografía:
DEJEAN, J., La esencia del estilo. Historia de la invención y el lujo contemporáneo, Donostia-San Sebastián, Nerea, 2008.
MONTESQUIEU, C., Cartas persas, Madrid, Cátedra, 2008.
PUJOL, C., Leer a Saint-Simon, Madrid, Planeta, 2009.
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