Quedan apenas unas horas para que se sepa si Lula gana en primera vuelta o habrá que esperar un mes para que, entonces sin duda, gane en la segunda. El aparato mediático de Bolsonaro no ha parado y hoy han logrado, a golpe de talonario, hacer de "22 Bolsonaro" trending topic. Sin embargo, ni el apoyo del 100% de los medios de comunicación van a poder evitar que este mediocre militar, padre de corruptos y corrupto él mismo, misógino, violento, racista y mentiroso se vaya al basurero de la Historia junto con todo aquél perverso "grupo de Lima" que pensó que bastaba ponerse al servicio de la geopolítica norteamericana para que se les perdonara lo poco que hicieron por el bienestar de sus pueblos. Pusieron tanto empeño en tumbar a Nicolás Maduro que se les olvidó que sus pueblos pasan hambre. Cosas del fin de la hegemonía norteamericana. Aunque en Europa aún es peor: nos ponemos en guerra por mandato de Joe Biden.
Anoche, cuando abracé al presidente Lula, tenía en la cabeza la vez que le abracé en 2019 en la cárcel de Curitiba. Ahora sabemos que todo aquel proceso fue un montaje de Bolsonaro, con apoyo de un juez corrupto -a qué nos suena en España- para sacar a Lula del juego electoral. Y, por supuesto, tolerado y apoyado por los EEUU. En Europa cuesta entender que la izquierda latinoamericana no tiene otra que ser antiimperialista. El Tribunal Supremo brasileño tumbó aquél juicio farsa casi dos años después, pero el lawfare les funciona porque Lula se pasó más de 500 días en la cárcel y ni el corrupto juez Moro -recompensado con el Ministerio de Justicia e Interior después de su prevaricación-, ni el corrupto Bolsonaro han pagado precio legal alguno por aquella trampa.
Le dije cuando abrazaba a Lula: "Me gusta más saludarle aquí que en la cárcel". Él se reía. Es fascinante la falta de rencor de este antiguo obrero metalúrgico. Brasil, como América Latina, está otra vez despertando, y es tanta la tarea que no tienen tiempo para la melancolía. Le comenté que nos pasa lo contrario en Europa. Me respondió:
-Monedero, en tanto en cuanto haya mayorías con problemas económicos en Europa, mientras se mantengan las enormes desigualdades, mientras haya tanta gente con necesidades, no se va a superar ni el ascenso de la extrema derecha ni la guerra.
Si hoy gana Lula en la primera vuelta -y parece que las últimas encuestas indican que superará el 50%-, Brasil se ahorrará un mes de violencia -los bolsonaristas están armados y desesperados en su odio- y también, como hemos visto que ha pasado en Chile, el PT y sus socios se ahorrarán tener que pactar con fuerzas más conservadoras la segunda vuelta. Lula ya ha adelantado que si hubiera segunda vuelta se trataría de otra elección diferente y, por tanto, las alianzas también variarían. Lo que significa que, como en el tenis, cuando se falla el primer saque, el segundo es menos arriesgado.
La segunda marea "roja" en América Latina es muy diferente de la primer que trajeron, con el cambio de siglo, los Gobiernos de Hugo Chávez, Lula, Néstor Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, Fernando Lugo, Michelle Bachelet... En esta ocasión se ha incorporado, por fin, México, con Andrés Manuel López Obrador, Colombia con Gustavo Petro y ha regresado Honduras con Xiomara de Castro (tras el golpe contra Mel Zelaya hace una década), pero hay novedades.
Los Gobiernos de izquierda se alcanzan con frentes amplios, que no tienen siempre cohesión ideológica y, por tanto, no tienen cohesión organizativa, los resultados electorales suelen ser más apretados (a menudo, se gana el Gobierno pero sin mayoría parlamentaria), la derecha es más extrema (la derecha radical se ha comido a la derecha democrática con los Kast, Milei, Bolsonaro y demás especímenes sin escrúpulos hacia los incumplimientos con los derechos humanos). Además, coincide con la crisis del modelo neoliberal, con las emergencias del calentamiento global y los zarpazos moribundos del fin de la hegemonía unilateral norteamericana.
Para terminar de rematar, la derecha ha "aprendido" y hace de los medios de comunicación y del lawfare armas desesperadas, lo que dificulta enormemente la gestión aprovechando su falta de compromiso con la democracia liberal. Como hemos comentado en otras ocasiones, la izquierda está defendiendo la democracia liberal mientras la derecha, su principal beneficiaria, no duda en dinamitarla y regresar a las noches autoritarias.
La victoria de Lula, especialmente si tiene lugar hoy, inaugura una nueva etapa. Andrés Manuel López Obrador en México, Gustavo Petro en Colombia, Lula Da Silva en Brasil, Gabriel Boric en Chile, Alberto Fernández en Argentina, Xiomara de Castro en Honduras, Pedro Castillo en Perú (con todas las dificultades), Nicolás Maduro en Venezuela (donde parece que los EEUU están dispuestos a normalizar la situación y facilitar el diálogo entre el Gobierno y la oposición), y, lo que no es poca cosa, las especialees relaciones que tienen entre todos ellos, en muchos casos de amistad, recuerdan esa unidad de hace veinte años que hizo posible la UNASUR y la CELAG y permitieron regresar a América Latina a la arena internacional.
Sobre todo porque vuelven a estar juntos, porque creen en América Latina como concepto, porque se encuentran todos en la defensa de la democracia y los derechos humanos, porque defienden con uñas y dientes la soberanía de sus países y porque tienen un compromiso radical contra la pobreza y las desigualdades. Hasta están dando respuesta a lo que quizá fue el principal problema hace dos décadas, esto es, la ausencia de partidos políticos con ánimo movimentista que permitan articular las transformaciones desde las instituciones, las calles y los movimientos sociales.
En esa carrera, Morena en México lleva la avanzada, pero también el PT se está reinventando (la Fundación del PT, Perseu Abramo, dirigida por Aloizio Mercadante, ha sido esencial en la creación participativa del programa electoral), al igual que la Colombia Humana de Petro está en un proceso de discusión y otro tanto pasa en el justicialismo argentino (y un poco más allá). Sin un partido-movimiento fresco y renovado es imposible pelear contra los aparatos mediáticos de la derecha. Esa enseñanza también parece en proceso de ser entendida. Por eso en América Latina pesa más el optimismo que la desesperanza y el pesimismo paralizante de la inteligencia
Frente a las negras tormentas europeas, América Latina es un continente otra vez de esperanza.