Casi todas las urbes guardan episodios históricos espantosos. Pasear por las aceras de la memoria de Málaga implica evocar los meses de Guerra Civil: la ciudad abandonada a su suerte por el Gobierno Republicano, mientras se cerraba lentamente el cerco por tierra mar y aire. La gente huyendo de los pueblos para caer en la trampa del hambre en un lugar aislado que carecía de casi todo, los bombaredeos aéreos, una amarga novedad de las guerras modernas y como gran final, la masacre de la carretera de Almería, capítulo tan infame de nuestra historia que se intentó silenciar por ambas partes.
Ser un malagueño en la primera mitad del siglo XX no debía ser nada fácil. La ciudad, que había experimentado un auge industrial décadas atrás, intentaba recuperarse del esplendor perdido (aunque nunca existieron tiempos esplendorosos para los trabajadores) y se convirtió en un puerto estratégico en la estéril guerra de Marruecos. El protagonista de Luna de carbón, Pepe Fuentes, es uno de tantos soldados reclutados prácticamente a la fuerza y enviados a pelear en un conflicto cuyas causas pocos de ellos conocían. Así pues, su único interés durante esos meses va a ser la supervivencia, mientras se suceden las masacres de españoles, mal entrenados y peor motivados. Su amor por Pilar, una muchacha malagueña, y su amistad con varios compañeros, van ser su principal sostén en tan complicada situación.
La de Pepe Fuentes, es la historia de una generación de españoles que fue engullida por una serie de acontencimientos históricos incontrolables, que pusieron sus vidas patas arriba, la de la gente sencilla que prefería no entrar en debates políticos y que fue masacrada por un conflicto que no podían entender. Una biografía con muchos puntos en común con la del Arturo Barea de La forja de un rebelde, aunque Pepe no es un intelectual, sino solo alguien que hubiera querido una vida discreta junto a su familia.
La Guerra Civil sorprendió a mucha gente practicando algo que pronto se convertiría en un anhelo impensable: la normalidad de la existencia cotidiana:
"Recuerdo aquellos días como un tiempo extraño, el mundo había enloquecido y el que estaba antes en un sitio, ahora estaba en el contrario. A cada paso te sorprendías con la muerte de alguien o con el poder exagerado que otro había alcanzado desde la nada. El día a día lo cambiaba todo.
Cada nuevo bombardeo traía nuevos muertos, nuevas represalias y nuevos hombres fuertes y poderosos, pero también miles de desarrapados, hambrientos y pordioseros que unos meses atrás habían sido personas normales que sólo querían dar de comer a su familia. Cualquiera podía volver a tu vida en aquellos días, y podía hacerlo convertido en tu peor enemigo, o en tu mejor amigo."
Carlos Torres ha sabido insuflar vida a un personaje inolvidable, sometido a las leyes del destino en una época marcada por el triunfo de los más canallas, que acabaron aplastando el proyecto ilusionante de una República integradora de las clases más humildes en un proyecto progresista. Las heridas cicatrizaron (o eso espero), hace mucho tiempo, pero las lecciones permanecen ahí, para quien quiera aprender de ellas.