Era una nueva noche de luna nueva. Oscura noche de verano, calurosa y, como siempre, mágica, como todas las noches, aunque llena de tintineantes estrellas! El gato, como cada noche, se subió al tejado, de un salto, desde donde podría sentir el influjo de la luna, aunque esa noche estuviera aparentemente ausente. Pero había aprendido a recibir su magnetismo, a sentir su poderosa energía…
Y, como solía hacer, cerró su felinos ojos para concentrarse en el bosque encantado, junto al lago plateado. Y vio a sus niñas estiradas sobre una mullida manta, jugueteando, mientras su mamá yacía recostada con un libro entre sus blancas manos y tatareando una vieja melodía italiana, con sus labios apenas abiertos…
Y allá en su sueño, buscó el reflejo de su luna amada en la superficie serena del lago. Y creyó verla, meciéndose en sus reposadas aguas, danzando y haciendo ondas que multiplicaban su sutil destello…
Y le pareció oir sus infantiles sonrisas y balbuceos. Y sonrió, como siempre hacía cuando sentía alegres y risueñas a sus amadas niñas. Y vio sus ojillos brillantes de felicidad…
Y pensó qué poco entendía de distancias su Alma henchida y su corazón abierto! Y cómo un amor verdadero no requiere más que sentirse desde dentro, donde poblaba su paz y todo el amor que era capaz de compartir a pesar de la distancia y sin esperar nada a cambio…
Y, como cada noche, con luna o sin ella, amó a las tres en silencio… soñando que las tenía entre su brazos, susurrándoles todo eso que nadie más que él y su corazón sabían…
Y sonrió, amando y sintiéndose amado, en silencio…
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