Revista Cultura y Ocio
La primera vez que pisé el suelo de Gran Canaria fue en noviembre del año 2003, si no me falla la memoria. Recuerdo que cogí el avión en Ranón y aterricé allí tras un viaje que, quizá por la expectación, no se me hizo muy largo. Recuerdo largos paseos por la Playa de las Canteras los dos días que estuve allí; la conferencia de Manuel de Paz en aquel Foro Cívico Canario que comenzaba a andar, y donde para quien lo ignoraba absolutamente todo como yo, pude conocer un poco de la historia de la Masonería en las Islas Afortunadas. Creo que era noviembre, sí.
A.S. era entonces el miembro del Consejo de la Orden del Gran Oriente de Francia elegido por las Logias de la región administrativa a la que pertenecen los talleres españoles. Y a él le correspondió asumir el "encendido de luces" de una logia que, pasado el tiempo, no dejo de ver como gemela de aquélla a la que pertenezco en Gijón: Un nacimiento cercano en el tiempo, casi consecutivo -octubre de 2003, mayo de 2004-; quizá una identidad muy marcada y próxima, forjada por una evolución similar en la que no se dejó de exhibir una constancia e ilusión inagotables.
Tras aquella experiencia otoñal en el año 2003 llegaron nuevos viajes. Encuentros en Francia; en Gijón, en torno a la figura de un amigo compartido, Luis Montes; y otra vez en Gran Canaria: En mayo de 2010 me vi de nuevo envuelto en la calidez de la ciudad de Las Palmas, al poder ser testigo privilegiado de una edición de los Debates Ciudadanos volcada en la defensa de la Libertad de Conciencia. Y luego siguieron llegando los días felices del verano que han hecho que tenga de esa isla -y de quienes tanto allí me han dado- un recuerdo permanente. Uno de esos recuerdos que se hacen presentes casi todos los días y que te llevan soñando a poco que cierres los ojos hasta el mar verde de plataneras de Arucas; o a la visión casi infinita del horizonte azul que vive en la Cruz de Tejeda; o hasta las moles de roca negra, imponente e inquebrantable, que asombran al Atlántico desde el puerto de Agaete.
La Logia Luz Atlántica, ese taller gemelo de mi casa, acaba de construir y publicar su nueva página. No podía dejar de escribir una nota, por leve que fuera, sin comentar esta circunstancia. Quizá el apunte debería contener otro tipo de detalles referidos a las características técnicas de esta herramienta de comunicación, pero al comenzar a escribir los renglones casi han cobrado vida propia, y me ha sido de todo punto imposible evitar que un sentimiento de cariño aflore en cada palabra, y que el afecto devore todos esos detalles planos, objetivos y rectilíneos dedicados al renovado espacio que animan quienes, desde Las Palmas de Gran Canaria, siguen trabajando por esa Humanidad mejor y más esclarecida.
Et si omnes, ego non.