El centro de la ciudad se presentaba como un destino indeseado, pero inevitable.
Salí de mi casa arrastrándome y tomé el autobús muy de prisa.
me había propuesto disfrutar del viaje.
Conforme iba pasando el tiempo, el cielo se volvía cada vez más tempestuoso.
La oscuridad comenzó a presentarse más temprano de lo habitual.
Tímidamente, algunas gotas fueron cayendo sobre la ciudad, la cual empezaba a iluminarse artificialmente.
Con velocidad, ingresé al bajo mundo donde me disponía a tomar el metro.
De pronto, mi mirada fue hacia el piso, después de notar como me encontraba rodeado de androides.
Seres vacíos, inconexos…autómatas.
Estábamos todos en un mismo lugar, pero carentes de emociones, atrapados por los teléfonos móviles, la rutina, y el sin sentido de esta vida caótica.
Antes de que mi mente terminara por lacerarme con estas tristes ideas, el metro se hizo presente.
Ya en él, comencé a examinar a las personas que se encontraban conmigo.
Estaba a punto de rendirme y arrojar mi esperanza a las profundidades del dolor, cuando vi entre otras almas, a dos enamorados.
Eran una lagrima que brillaba entre sombras. Estaban abrazados y parecían haber logrado salirse de la realidad.
Esta escena captaba toda mi atención y disfrutaba de ver como la chica, con los ojos llenos de amor, lo miraba.
Ella casi no hablaba, su lenguaje era su energía, la cual iba cubriendo todo el metro.
Estaban enredados en la mirada, habitando una isla exclusiva para ellos.
Verlos, entre tanta muerte, me hizo recuperar la fe en la humanidad.
A pesar de tanto sufrir, tanta angustia, ellos me demostraban que el amor podía sobrevivir.
Cuando salí del metro, y volví a la superficie, estas personas se perdieron en un mar de gente.
Probablemente nunca más los vuelva a ver, pero los tendré en mente cada vez que quiera rendirme ya que, a pesar de todo, el amor resiste.