El terror lleva a la venganza
Cuenta Siegfried Kracauer, en su clásico y formidable De Caligari a Hitler. Historia psicológica del cine alemán, que Fritz Lang le dijo que poco antes de que comenzara a rodar M, el vampiro de Düsseldorf, había aparecido un anuncio en la prensa alemana afirmando que se disponía a dirigir esta película, pero con el diferente título de Mörder unter uns (Los asesinos están entre nosotros) y que, al enterarse, el director de los estudios donde se iba a poner en pie la producción le negó el permiso para hacerla: una insignia del partido nazi en las solapas del productor hizo que Lang alcanzara —en sus propias palabras— «la mayoría de edad política».No es extraño, por tanto, que M, el vampiro de Düsseldorf haya pasado a la historia del cine, entre otras muchas cosas, como una premonición de la negra sombra que se iba a cernir sobre el mundo, muy poco tiempo después de que fuese estrenada en los cines berlineses en junio de 1931, cuando los propios nacionalistas creían ver una certera alusión a sus líderes en ese título.
un espectro sin cara que silba obsesivamente una melodía de GriegEn realidad, como sabemos, Lang nos quiso contar la historia de un asesino de niñas que, como un virus letal, extiende la perversidad del terror entre un grupo social desorganizado, vengativo y, cómo no, fascista.Centrándose en la descripción del melifluo asesino, Lang despliega un repertorio metafórico que, mediante la acumulación y el predominio de objetos inanimados puestos en escena en relación con la figura anónima y vulgar de este psicópata, encarnado magistralmente por Peter Lorre, nos lo termina por describir como un «prisionero de instintos incontrolables» (tal y como lo define con exactitud Kracauer): un plano de su cara encuadrada por un reflejo de los cuchillos que mira en un escaparate; sus mejillas entrevistas tras el frondoso follaje mientras está sentado en un café; huyendo de sus perseguidores, atrapado ya entre los escombros de un desván…La riqueza textual de este film de Lang es inabarcable en cuatrocientas palabras. Quedémonos, por lo tanto, con estas dos: la sombra y el silbido. La sombra de M sobre el cartel que ofrece la recompensa por su captura, en su primera aparición en el relato; un espectro sin cara que silba obsesivamente una melodía de Grieg. En ambos casos, el anuncio mortal y perverso de su aparición siniestra. Me siento obligado a caminar a lo largo de las calles y siempre va detrás de mí alguien. Soy yo.Andrés Peláez PazTit. Orig: M. Alemania, 1931. Director: Fritz Lang. Guión: Thea von Harbou y Fritz Lang. Música: Edvard Grieg. Fotografía: Fritz Arno Wagner. Intérpretes: Peter Lorre, Otto Wernicke, Gustav Gründgens, Theo LingenDe los gritos de dolor del expresionismo a los más inquietos thrillers europeos sin olvidar los grandes clásicos de Hollywood, el equipo PRÓTESIS te trae el comentario crítico de cincuenta títulos escogidos. Este ensayo colectivo ha sido realizado por el Equipo PRÓTESIS para el número 8 de su publicación en papel, coordinado por David G. Panadero
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