Viajar a Macao (o Macau en portugués) desde Hong Kong es tan accesible que se ha convertido en una de las visitas casi imprescindibles para todo aquel que viaja a la gran metrópoli china.
Al igual que Hong Kong, Macao se trata de una región administrativa especial de la República Popular China. Después de nada menos que 450 años bajo administración portuguesa, el día 20 de diciembre de 1999 pasó de nuevo a manos chinas. Eso sí, garantizando al menos 50 años de autonomía y continuidad del sistema capitalista.
Cogemos el metro hasta Sheung Wan, la última parada de la línea Central, desde donde parten los ferrys hasta Macao. Diferentes compañías operan ese trayecto y nos ponemos a hacer cola delante de la primera taquilla que corresponde a la compañía TurboJet. Sabía que Macao era un destino popular entre los chinos, pero no me había imaginado encontrar tanta gente en la terminal de los ferrys. Su economía se basa en el juego y es el único lugar de China en el que es legal, lo que atrae a cientos de visitantes de la vecina Hong Kong y de la China continental donde los casinos están totalmente prohibidos.
Antes de pasar el control de pasaportes tenemos que hacer de nuevo una larga cola. El barco es un jet rápido que nos dejará en Macao en aproximadamente una hora, el tiempo suficiente para relajarnos, llenar los papeles del visado y los impresos declarando que no hemos estado en contacto con la gripe A. Toda la documentación está escrita en cantonés, inglés y portugués. El dialecto chino más hablado es el cantonés a pesar de que cada vez se escucha más el chino mandarín, mientras que la segunda lengua más hablada es el inglés y no el portugués como se podría suponer. La comunidad de los macaenses (personas de ascendencia mixta portuguesa y asiática) es tan sólo de un 2% pero el portugués se ha mantenido como idioma oficial junto con el cantonés. Después de 60 minutos casi exactos llegamos a destino. Cuando salimos a la terminal, los “pescadores” se amontonan para ofrecer sus servicios y repartir propaganda de diferentes casinos. Todos venden tours de dos horas y esto me tranquiliza porqué parece ser que en dos horas se puede ver lo más significativo de la ciudad. Por tanto, las más de 8 horas que estaremos en Macao nos tiene que permitir recorrerla sin agobios, como a mi me gusta.
Caminamos unos 10 minutos y llegamos al llamado Fisherman’s Wharf o Muelle de Pescadores. Es un pequeño parque temático de entrada gratuita construido sobre 112 Ha de tierra ganada al mar. Diferentes representaciones en cartón piedra te transportan a varios rincones de Europa y encontramos casas holandesas, portuguesas e incluso un anfiteatro romano. Tenemos una sensación extraña porqué paseamos prácticamente solos. En las atracciones infantiles, a pesar de que parecen abiertas, no hay absolutamente nadie. Quiero pensar que es demasiado pronto y esto se anima de cara a la tarde.
Consultando el plano de la ciudad nos situamos enseguida tomando como referencia la torre dorada del Casino Sands, uno de los más nuevos. Caminamos la larga avenida do Amizade hasta encontrar la avenida do Infante D. Henrique
A lo largo de toda la avenida do Amizade están desmontando las graderías y las protecciones del Gran Prix de Macao que ha tenido lugar del 19 al 22 de noviembre. Se trata de una carrera automovilística y de motociclismo que se corre desde 1954 en un circuito urbano.
En esta amplia avenida vamos encontrando varios casinos pero es al final de la misma donde se levantan los más grandes y espectaculares, más lujosos, más brillantes y más horteras, siempre bajo mi punto de vista, claro está.
Desde aquí hay unas bonitas vistas del Sai Van Bridge, que de lejos me recuerda el puente de Broadway y también del pirulí de 338 metros de la Torre de Macao. Cuando se camina por la avenida do Infante D. Enrique en dirección al centro colonial ya se empieza a respirar otro ambiente. Los nombres de las calles en portugués, algunas fachadas adornadas con los típicos azulejos, las calles empedradas, iglesias barrocas, edificios coloniales... nos transportan a lo que podría ser cualquier barrio de Lisboa o de Oporto y realmente se hace extraño pensar que estamos en China.
Cruzamos la avenida da Praia Grande y a pocos metros llegamos al corazón de la ciudad colonial, zona declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En la plaza Largo do Senado es donde se concentra la actividad ciudadana, pero sobretodo la turística. Rodeando la plaza hay diferentes edificios coloniales de gran interés, a pesar de que dos de ellos tienen la fachada cubierta por obras de restauración, uno de los cuales es la Santa Casa de la Misericordia, lugar de acogida de huérfanos y prostitutas en el siglo XVIII. A pocos pasos está el edificio histórico más importante de la ciudad, el Leal Senado.
Al final de Largo do Senado se encuentra la bonita iglesia de Santo Domingo, construida en el siglo XVII. Visitamos su interior y el edificio anexo que alberga el Tresouro de Arte Sacra. Volvemos atrás y comemos bien, rápido y barato en un restaurante de la plaza, Macau Recipes, en el segundo piso de un edificio donde hay más restaurantes.
Vamos siguiendo las indicaciones hasta llegar a la Rua de Sao Paulo donde se concentra mucha gente, la mayoría turistas. Esta estrecha calle está abarrotada de establecimientos comerciales, especialmente pastelerías donde se pueden degustar las distintas especialidades de Macao, una especie de galletas con cacahuetes deliciosas. También ofrecen carne seca y fumada, tanto de cerdo como de ternera, presentada en finas láminas, pero la verdad es que a diferencia de los dulces, esto no nos apetece demasiado. Merece la pena levantar la vista de vez en cuando y fijarse en las bonitas rejas que adornan los ventanales de las casas que de nuevo me hacen volar hasta Lisboa.
Al final de la calle encontramos la respuesta a tanta afluencia y nos sorprende la majestuosa escalinata y la imponente fachada de las Ruinas de S. Paulo. Esta fachada, uno de los símbolos de Macao y considerada el monumento de la cristiandad más importante en Asia, es lo único que queda de la antigua Igreja da Madre de Deus. Fundada en 1580, la iglesia sufrió dos incendios en 1595 y 1601 respectivamente y volvió a ser reconstruida en 1602. Fue diseñada por el jesuita italiano Carlo Spinola y construida por exiliados cristianos japoneses. Las obras finalizaron entre 1637-1640, correspondiendo la fachada a ese período. En 1835 la iglesia sufrió el tercer incendio que la destruyó casi en su totalidad, momento que se dio a conocer en el mundo entero con el nombre de Ruinas de S. Paulo.
Subimos hasta la Fortaleza o Monte Fort que se encargó de la defensa de la ciudad y donde actualmente se ubica un Museo donde se explica la historia de ese heterogéneo territorio. Rodeamos la muralla del fortín y descendemos de nuevo hasta las ruinas de San Pablo para continuar por la Rua de Madeira y Rua dos Mercaderes. Merece la pena recorrer despacio estas dos calles y observar, sobretodo observar para no perder ningún detalle. Detenerse en los puestos callejeros, curiosear en los pequeños establecimientos y mirar hacia arriba de vez en cuando para descubrir algún curioso cartel, un bonito balcón o unas floridas macetas. En estas calles se concentran pequeños negocios: sastres, mercerías, pequeñas joyerías, farmacias tradicionales, puestos de pescado seco…un lugar donde perderse.
Desembocamos nuevamente en Largo do Senado y entramos a visitar el Leal Senado que por la mañana habíamos pasado de largo, edificio con bonitos azulejos y con sabor a Historia. En la fachada principal se escribe en chino y en portugués: Instituto Para Os Assuntos Cívicos e Municipais (IACM). Bueno, en realidad sólo entiendo el portugués y las letras chinas me imagino que dirán lo mismo. Desde finales del siglo XVI ha sido la sede del Senado de Macao, Cámara Municipal, entidad de gestión urbana y actualmente el IACM. Los azulejos del patio interior pretenden recrear el ambiente de las mansiones portuguesas del siglo XVIII. Volvemos por la avenida do Infante D. Henrique hasta el cruce donde se levanta el Hotel Casino Gran Lisboa. El color extremadamente dorado de su torre en forma de flor de loto destaca desde cualquier punto de la ciudad y según mi modesta opinión es un atentado para la vista y para los amantes del buen gusto. Nunca hemos entrado en un casino y ya que se nos presenta la oportunidad, evidentemente que lo haremos, pero no para tentar a la suerte sino por simple curiosidad. Macao se conoce también como “Las Vegas de la China” y su economía depende en un 70% del juego. Los Casinos son obras faraónicas y ya en 2006 su facturación superó a sus hermanos de Las Vegas. Teniendo en cuenta que el mercado chino se vuelve loco con el azar, y que a una distancia relativamente corta en avión se encuentra una clientela potencial de 1000 millones – la mitad de la población mundial – los inversores han puesto el ojo en Macao, pero no sólo inversores chinos sino también los magnates de Las Vegas. La recepción del Hotel Gran Lisboa contiene una colección de obras de arte de muy dudosa veracidad en las cuales predominan los dorados, marfil y piedras preciosas. Los chinos se sacan fotos delante de todas y cada una de estas piezas. Yo creo que cualquier cosa que brilla les atrae irremediablemente. Ante nuestra cara de incredulidad se nos acerca un amable guardia de seguridad y no puede evitar darnos una explicación. Nos aclara que no es oro todo lo que reluce pero que a los chinos les encanta ese tipo de ostentación. Estamos hablando un buen rato y nos cuenta que es de Nepal y hace dos años que vive en Macao. Cambiamos impresiones sobre su país y la situación política actual, sobre Macao, sobre la adicción de los chinos al juego…hasta que un superior le llama la atención y nos despedimos. Entramos en las salas de juego y quedamos realmente perplejos de lo que se ve allí dentro.
Los ganadores tienen en los mismos hoteles y alrededores multitud de joyerías, abiertas las 24 horas y también tiendas de marcas caras. Los perdedores, tienen las casas de empeños (penhores en portugués) a su disposición.
Vamos paseando hasta el muelle dejando atrás una bonita puesta de sol.
Cuando oscurece los casinos empiezan a iluminarse y los colores rojo, rosa fúcsia, amarillo… les dan un aire de atracción de feria. Volvemos a cruzar el pequeño parque temático y continua sin un alma. Ahora lo veo claro, aquí la gente no viene a perder el tiempo, se llega a Macao con un objetivo fijo y se va directamente al grano, a gastarse los dólares. Por cierto, la moneda de Macao es la pataca, pero en todas partes se acepta el dólar de Hong Kong.
Mis impresiones sobre Macao son un poco confusas. En realidad son dos ciudades en una: la ciudad colonial con sus callejuelas estrechas y sabor a barrio, las iglesias, bonitos edificios, artesanos, pequeños comercios… y la ciudad de los casinos, el juego y el vicio, el lujo chabacano de dorados y colores chillones.
El primer Macao me ha encantado, el segundo Macao, no.