Muy disfrutable cierre de la serie de funciones de “Macbeth” en el Teatro Real, con dos claros triunfadores: Teodor Currentzis y el Coro titular del Teatro Real. El director griego ha mostrado grandes virtudes y una clara afinidad por el melodrama verdiano con una dirección vibrante e intensa, pero también capaz de captar la singular atmósfera dramática de la ópera, una de las primeras del autor, sino la primera, cuya música posee una "tinta" específica, en particular en la escritura de metales y maderas. Si entusiasmó con los números más grandiosos, como el soberbio Finale Primo, sobrecogedor por la amplitud y fuerza de coro y orquesta, también consiguió dejar mudo al público con la desolada intensidad de “Patria opressa”. Currentzis disfruta con este repertorio y sabe cantar con los solistas, sosteniéndolos antes que poniendo una barrera entre ellos y la audiencia (los chelos doblando la línea de “Pietà, rispetto, amore”). Su entusiasmo se canaliza sin altibajos en brío e intensidad antes que en volumen, salvo en algunos momentos algo ruidosos. Si su gestualidad es desgarbada y heterodoxa es secundario, puesto que es eficaz y por fin se ha podido escuchar un Verdi orquestalmente poderoso en el Teatro. Esta energía desbordada impregnó incluso los pizzicati del coro conclusivo, número que se permitió cerrar con un efectista pero electrizante regulador. Una dirección, en fin, que por sí misma compensa haber presenciado el espectáculo. Sólo cabe reprocharle el no haber atenuado las sonoridades durante las escenas nocturnas, el gran dúo del Acto Primero y la escena del sonambulismo. Es de esperar que estos matices, que redondearán la interpretación, llegarán con el tiempo. Al mismo nivel el coro: estremecedor en el citado “Schiudi, Inferno” y emocionante en la expresión de los sentimientos más patrióticos de la partitura.
A un nivel ligeramente inferior el protagonista, el barítono Dimitris Tiliakos, de intenciones apreciables pero medios muy modestos en lo referido a sonoridad y atractivo. Para entendernos: Tiliakos no engrosa su voz al estilo mugidor; la emisión es competente, clara, ligera y flexible, sin recurrir a sonidos blanquecinos y falsetes, pero le faltan claramente amplitud y metal para cantar Verdi. Sin embargo palió esta falta de interés vocal aunando canto legato de buena factura con una acentuación inteligente, rara de escuchar hoy día. Así, comenzó piano, como un soliloquio, en “Due vaticini compiuti or sono”; supo plegarse a los susurros de su monólogo “Mi si affaccia un pugnal” y el dúo “Fatal mia donna”; no recurrió a efectismos baratos ajenos al canto ni en la escena del banquete ni en el Acto Tercero y finalmente transmitió el patetismo de su aria, que realmente cantó muy bien. Sin dejar una frase por matizar y acentuar, interiorizó completamente el drama pero nunca resultó relamido ni calculado ni cayó en el simple parlato como se estila actualmente. En definitiva un verdadero protagonista que también mostró en escena el conflicto que lo desgarra interiormente, desde el espanto con que acoge las profecías hasta su hundimiento.
Tuvo menos valor la actuación de Violeta Urmana como Lady Macbeth, con unos medios claramente superiores pero ya muy desgastados, acentuación más genérica y menor variedad dinámica. Urmana, que cantó además enferma, conserva una zona central privilegiada por amplitud y color, pero el extremo superior de su extensión de soprano está muy abierto, hasta el punto de no ser ya musical. La afinación no es segura en los primeros agudos, las agilidades son más bien aproximadas y la capacidad para regular la intensidad está limitada. Con estos problemas es imposible crear una Lady completa pero al menos ofreció valentía en los numerosos números de fuerza. También cuenta con unos medios notables Dimitri Ulyanov, pero su enfoque del papel de Banquo fue superficial. En su aria mostró cierta tendencia a privilegiar el grosor y el volumen frente al buen enmascaramiento. Muy aplaudido Stefano Secco (Macduff) también sin verdadero carácter en su aria, donde mostró una emisión estrangulada y entrega genérica, mas bien destinada a provocar el aplauso fácil.
En último lugar en cuanto a interés la producción de Dimitri Cherniakov, que ha creado tantas polémicas que ahora parecen ociosas e incomprensibles, puesto que el resultado se resume brevemente: su única virtud es una dirección de los actores principales por lo general competente y ágil. En un melodrama como “Macbeth” esto habría sido suficiente para cumplir su función de no ser porque Cherniakov establece su propia dramaturgia paralela y fracasa en el intento. Se nos narra una historia irrelevante, que sin superar sus numerosas incoherencias no pasa de una sucesión de sinsentidos en la que sólo dan algo que hablar la pésima resolución técnica de las escenas interiores (desde los pisos altos no se ve nada y las voces quedan mermadas) y los momentos embarazosos (el asesinato de Banco) o directamente cómicos (Macbeth emprendiéndola a tiros después de “Ora di sangue” o Macduff cantando su aria en un corralito de bebé). El aspecto más débil de la propuesta es la desaparición de los dos principales motores de la obra: el elemento sobrenatural y la existencia del Mal. El primero, reflejado ampliamente en la partitura por cierto, se sustituye por una insustancial pamema sobre la "masa". Por otro lado, el problema del Mal se diluye simplemente en una trivial farsa burguesa. No hay nada en esta puesta, por tanto, digno de suscitar adhesiones tan entusiastas, pero tampoco rechazos absolutamente radicales, puesto que son pocos los momentos que crean verdaderas interferencias en la audición (en particular en los cuadros interiores) y en realidad es la propia música de Verdi la que se encarga de mostrar toda su insignificancia. En la polémica subyace solamente el artificial debate sobre la necesidad “actualizar” el melodrama mediante mensajes adicionales. Debate que queda zanjado cuando una ejecución musical de este nivel pone las cosas en su sitio.Barra libre de opiniones, m?sica y lo que se me ocurra, que para eso es mi blog.