Revista Cultura y Ocio

Macbeth en los teatros del canal: la ambición teñida de negro

Por Asilgab @asilgab

MACBETH EN LOS TEATROS DEL CANAL: LA AMBICIÓN TEÑIDA DE NEGRO.

La ambición desmedida que se traslada a la traición como mejor soporte para llevarla a cabo, unida a la falta de escrúpulos, que no de conciencia, arremeten una y otra vez sobre la mente de Macbeth. Héroe reconvertido en villano o humano transformado en sombra (en su propia sombra), que se mira y no se reconoce. Sí, la ambición teñida de negro inunda bajo una profunda oscuridad el escenario del Teatro del Canal, que poseído de una perenne niebla, vaga como un alma en pena en busca de su descanso definitivo. Pero ¿hay descanso para un alma herida por su propia espada? Y bajo este manto autodestructivo, la presencia del verbo shakesperiano se alza una y otra vez sobre sus personajes como una luz que no se agota y que nos zarandea las conciencias. Esa violencia verbal, se incrusta como una daga en nuestros oídos, y nos deja sobrecogidos y temerosos de nuestros actos, como si los espectadores también fuéramos partícipes de esta tragedia con mayúsculas, otra de tantas a las que el ser humano sucumbe hoy sí y mañana también. Pues no cabe sino sobrecogerse ante la carga crítica sobre la que se cierne este Macbeth, porque lo hace sobre una sociedad actual herida de muerte por la flaqueza del alma del ser humano, que pobre de espíritu y valores, vaga sí, como un alma en pena arrasando los desechos de una sociedad en destrucción.

Pero ¿qué tiene este Macbeth de la Compañía UR Teatro bajo la dirección escénica de Helena Pimenta que lo hace tan distinto y único? En primer lugar, cabría apuntar que la puesta en escena es brillante, con un uso del 3D magistral, donde como un personaje más, las sombras y los personajes que nos proyectan se abaten sobre el escenario y la historia que allí se nos cuenta. No cabe mejor ejemplo para poner en las escuelas de arte escénico de cómo introducir las nuevas tecnologías al servicio del mundo del arte o el teatro, como es este caso. A lo que hay que añadir, el buen hacer sobre el escenario de José Tomé (Macbeth) pero también hay que resaltar su gran labor como escenógrafo y director de los audiovisuales. Unas sillas es todo el mobiliario utilizado para esta obra, que lejos de ser insuficiente, magnifica el poder simbólico que tiene la de Macbeth, que a modo de trono, entra, sale y yace sobre el escenario. Esa simple silla, es el trono de la desdicha, el símbolo de la sinrazón más absoluta y oscura por la que un hombre y un pueblo pierden sus vidas, ¿acaso cabe mayor poder bajo la simbología de un objeto en apariencia sencillo y sin valor?

Otro de los grandes aciertos de este rotundo Macbeth, es sin duda el vestuario de la Primera Guerra Mundial que se ha elegido para vestir a los personajes, pues se comporta como un nexo de unión más cercano y reconocible para el espectador actual, que lo traslada sin dificultad a ese mundo de las tinieblas en el que ser humano yace cada cierto tiempo. Si Macbeth es pura destrucción, el simbolismo militar bajo el que se empañan los abrigos y los cascos de los personajes, es un majestuoso icono bélico, bajo el que nos identificamos sin dificultad con la barbarie, que sólo se salva con el Coro de Voces Graves de Madrid, que se alza como el testigo y el plano moral dentro de la obra, y que bajo el soporte musical de Verdi resplandece y llena de un eco de esperanza el oscuro escenario del Teatro del Canal, que como un viaje hacia las tinieblas nos muestras las consecuencias de la destrucción del ser humano, cuando a su ambición la tiñe de negro.

Reseña de Ángel Silvelo Gabriel


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