Ayer por la mañana acudí a un acto político en Ontinyent. No acudo nunca a ninguno de estos actos pero ayer, por motivos que no vienen al caso acudí a dar mi apoyo a las candidaturas de la formación política a la que sigo perteneciendo, Esquerra Unida.
Al comenzar el acto se guardó un minuto de silencio en recuerdo de todas las mujeres asesinadas por terrorismo machista y la candidata a la alcaldía lo presentó con estas palabras y, además nos recordó que son ya dieciséis las mujeres asesinadas por terrorismo machista en lo que llevamos de año y mil trescientas cuarenta y cuatro en os últimos diecinueve años. Me sentí bien con este homenaje simbólico a la memoria de todas aquellas que dentro de una semana justa no podrán votar por haber sido asesinadas.
Al terminar el acto, saludé a algunas personas conocidas y cuando ya me disponía a salir de la sala, alguien me llama por mi nombre y me doy la vuelta para saludarle. Me costó reconocerle. Era una persona, un hombre conocido y a quien hacía años que no veía pese a que durante un tiempo fuimos vecinos. Le saludé y le comente que me había costado reconocerle puesto que se había cortado el pelo y la barba a lo que él añadió que además había perdido unos cuantos kilos. Y cuando ya me disponía a alejarme añadió sin parpadear que a “ti tampoco te sobraría perder unos cuantos kilos”. Me volvía a su altura y le respondí que para mí exigía el mismo respeto que yo siempre había tenido por el aspecto que él había lucido. Y medí la vuelta y me fui, sin más.
Como todo el mundo sabe soy una mujer obesa y esta es la segunda vez en un año que he de soportar comentarios agresivos de este tipo. Y en las dos ocasiones han sido hombres.
Por la tarde estuve pensando sobre el tema y llegué a la conclusión que en los dos casos ambos hombres buscaban con sus comentarios encontrar su propio ideal de belleza femenina sin más. Su propia construcción subjetiva, su propio orden simbólico les lleva a “pedir/sugerir/exigir” a las mujeres con apariencia diferente, en mi caso sobrepeso, a que nos pongamos “normales” para resultarles gratas a sus ojos. Y esto, desde mi propio análisis, es machismo puro.
Porque aunque se autodenominen de izquierdas o progresistas llevan el patriarcado en las venas y una de las manifestaciones más evidentes es el machismo.
Y lo disfrazan con frases grandilocuentes del tipo “Yo no soy machista, ayudo a mi mujer en las tareas de la casa o en la compra o con los niños”. Cada vez que las escucho no sé si me da más risa o más rabia, pero son muy habituales. Y se reivindican como si el hecho de “ayudar en casa” les eximiera de conductas machistas.
Y miren no, no puede eximírsele de conductas machistas, cuando ante cada nuevo asesinato por terrorismo machista, buscan excusas para no condenarlo abiertamente. Cuando no nos nombran y cuando las mujeres lo decimos alto y claro nos salen con, por ejemplo lo de “la economía de recursos”. Cuando no respetan las diferencias pero las exhiben cuando se darse importancia se trata. Cuando se “olvidan” de legislar para todo el mundo por igual sabiendo que de partida, existen diferencias. Cuando perpetúan roles en las escuelas y en la vida y no se esfuerzan por mantener relaciones simétricas.
Se les puede llamar machistas cada vez que se les “olvida” incluirnos con plena igualdad en actividades y cuando descargan sobre las espaldas de sus compañeras todo el peso del cuidado de mayores, menores y personas dependientes del hogar por tratarse de “cosas de mujeres”. O cuando no nos acompañan en las reivindicaciones de igualdad plena como seres humanos. O cuando no están a nuestro lado cada vez que denunciamos que nos asesinan por ser mujeres. Y muchos otros casos cotidianos.
A lo largo de mi vida he debatido en muchas ocasiones este tipo de cosas con gente de toda clase y condición. Y también con hombres de todo tipo y condición y, por tanto he escuchado argumentos de todo tipo y algunos muy peregrinos, todo hay que decirlo. Y pueriles. Pero con los años he descubierto que mi amigo Juanjo tenía razón cuando me dijo hace muchos años que sencillamente cuando abordábamos este tipo de cosas, dejábamos de hablar el mismo idioma y por tanto el entendimiento era imposible porque ellos, los hombres, pasaban a una posición defensiva absoluta y atávica que les impedía poder escuchar y rebatir con normalidad como se hace habitualmente con otros temas.
Se sienten amenazados si no manifiestan su supremacía, a pesar de afirmar con contundencia que la plena igualdad ya existe y muestran de ese modo la falta de empatía con quienes seguimos siendo desiguales.
Su actitud ante las reivindicaciones feministas llega en algunos casos a ser amenazante cuando no ridícula, pero siguen empeñándose en que “no son machistas”. Como si la expresión fuera maldita. Pero como decía aquel, “por sus hechos les conoceréis”. Y así nos sigue yendo.
Afortunadamente alguna cosa va cambiando y existen cada día un mayor número de hombres que toma consciencia de las desigualdades y las va corrigiendo pero el camino es largo.
Los actuales cánones de belleza nos dejan fuera a las mujeres gordas, más bajas o más altas de lo normal, con algún tipo de discapacidad, etc y que somos muchas. Pero no importa. La mujer que ellos desean, aunque sólo sea para mirar ha de ser el modelo que ellos quieren, las exclusivas. A las mujeres de carne y hueso normales, las que somos obesas, discapacitadas, demasiado altas o bajas, o demasiado mayores no sólo se nos ha de repudiar sino que además por parte de algunos se nos ha de recordar que no formamos parte del club de las que ellos han decidido que sean las exclusivas. Y todo por una cuestión de apariencia. Nada más. Como si de objetos se tratara. No les importa el contenido, sólo el continente que ha de ser como ellos decidan que ha de ser. Al parecer sólo somos objetos a los que admirar, tocar, poseer o asesinar. Pero sólo eso, objetos. No seres humanos plenos y con derechos. No. Con esa percepción se sienten amenazados.
Y después se atreven a afirmar que “no, yo no soy machista”. Y en el mejor de los casos añaden un “porque soy de izquierdas”. Y ya es cuando me da la risa porque el machismo no entiende de ideologías políticas. Sólo entiende de privilegios a los que no quieren renunciar en aras a una verdadera igualdad.
Ontinyent, 17 de mayo del 2015.
Teresa Mollá Castells