Muchos están felices con el cambio y otros esperan que finalmente llegue. No es magia. No es fácil.
Hace un año atrás Mauricio Macri asumía como presidente de todos los argentinos. Aún recuerdo los ecos del tema de Gilda y el baile característico del primer mandatario en el balcón de la Casa Rosada. Era una fiesta, con predominancia del color amarillo (por el PRO) pero con el celeste y blanco como principal motivo de las esperanzas de un cambio tras doce años del modelo kirchnerista. Desde ese día ya pasaron otros 366. Y aquí estamos. Muchos felices con el cambio y otros esperando que finalmente llegue. No es magia. No es fácil.
El precio del dólar está quieto y expectante, al igual que los inversores que deberían llegar a nuestro país. El impuesto a las ganancias sigue igual y promete ser el tema que puede desencadenar la primera crisis. El consumo y los precios van por caminos diversos, y la inflación ha sido la gran vedette.
No ha sido un primer año fácil y el gobierno de Cambiemos lo sabía, a pesar del positivismo que siempre se ha intentado dar desde la Casa Rosada, al punto de que el propio Presidente se calificó con un ocho al hablar de su primer año de gestión.
Durante ese tiempo, su relación con Neuquén ha tenido altibajos. Aunque intentó visitar la provincia en tres ocasiones, no se dio.
La obra pública, en su mayor parte, fue prometida para el 2017. Y la cuestión petrolera es uno de los puntos más álgidos en la relación de Macri con Gutiérrez. El gobernador defiende el barril criollo, mientras que el Presidente pretende quitarle el subsidio.
Quizás el papel del MPN en el Senado -el próximo martes- por Ganancias definirá cómo seguirá la relación.
En definitiva, tanto ellos como nosotros esperamos no arrepentirnos de este "amor".