Revista Cine
Directores: George Miller & George Ogilvie
Cuatro años después de la segunda "Mad Max", llega esta tercera entrega que, francamente, no está al nivel de las dos primeras -es que esas son muy pero muy buenas-, aunque visto por otro lado, por uno que evite cualquier comparación, "Mad Max Beyond Thunderdome" es una película bastante entretenida y bien hecha, siempre con ese delicioso aire a serie B, coherente con el espíritu desenfadado de la saga. No obstante, las comparaciones son inevitables y debo decir que a esta entrega sí que le voy a hacer su buen par de reproches, lo que a la postre trae consigo la conclusión de que ésta ya no sea una película tan, tan memorable y magnífica como debía ser. No es nada grave, pero se deja sentir...
El buen y loco Max va por el desierto cuando un sujeto en un avión -adivinen quién- le roba sus camellos y todo lo demás. Sin nada más que lo que lleva encima -mucha ropa y muchas armas, además de sus grandes habilidades y genio-, Max sigue las huellas de su ladrón y llega a una ciudad en donde el trueque es el único método de negociación. Así, si el hombre quiere recuperar lo suyo -y más, al parecer-, tendrá que dar algo a cambio, tendrá que hacer algo a cambio. Y no será nada fácil, aunque estamos hablando de Max: siempre hay un camino.
Hay que ir directo al grano: a mí parecer, las dos primeras "Mad Max" comienzan con todo y mantienen esa intensidad durante el metraje entero -cada una con sus distintos tipos de intensidad, claro-. Esta tercera entrega igual comienza bastante bien, y sigue igual de bien durante los siguientes treinta minutos, que es más o menos cuando se da el primer punto de quiebre, es decir la pelea en el domo -qué manera de pasar de la brutalidad y el salvajismo a lo verdaderamente conmovedor, oigan- y lo que pasa después, el gulag. Es muy interesante el mundo descrito, aún más árido y abandonado que antes, con esta ciudad que sobrevive con maneras arcaicas, pero que sobrevive al fin y al cabo -aunque no pueda evitar los conflictos inherentemente humanos, como lo es la poca cooperación y la arrogancia-. Max llega y hace lo que tiene que hacer, en teoría; el punto es que todo el asunto está muy bien planteado: argumental -simple pero efectivo, ¿para qué más?- y diegéticamente -las reglas del mundo de la película- hablando todo es verosímil. Y funciona la mar de bien, ya lo he dicho y repetido. El problema llega cuando se cumple esa media hora, y con ello ese radical giro que propicia un montón de cuestiones que en su mayoría no son destacables:
La primera será la más sencilla: el relato se tuerce y pierde la intensidad inicial. Creo que lo que viene luego de dicho quiebre es lo que a Miller verdaderamente interesaba en términos conceptuales, por eso de Max como mito, pero no logra hacer que la importancia conceptual se traduzca en una narración potente o acorde con lo narrado, que por lo mismo pierde su buena cuota de interés; de hecho, luce un tanto conveniente -por no decir forzado- tanta coincidencia positiva, lo que siempre invita a la incredulidad del espectador. Así, a grandes rasgos, tenemos un relato disgregado y, valga la redundancia, no muy bien cohesionado como unidad narrativa, que tiene como principal objetivo dejar una dulce moraleja más que contarnos una historia que, naturalmente, lleve consigo su necesario fondo; Miller antepone el fondo a la forma, y para mí en las dos primeras siempre logró aunar y equilibrar a la perfección ambos aspectos tan importantes en una película. Pero ojo, no es que la película se vaya al diablo ni nada por el estilo; simplemente tiene uno que otro tropezón.
La segunda cuestión responde menos a la valoración personal, pues no es de sensaciones o impresiones provenientes del ritmo, el estilo o el relato. Es lo que es y punto: con la llegada de Max a esta utopía infantil, se da un interesante ejercicio de revisión cuasi religiosa sobre la figura de Max, el antihéroe que ahora se aparece como un salvador: la fe versus el nihilismo propio de los tiempos postapocalípticos, o, visto desde otro punto de vista más alegre y sencillo, la inesperada virtud del nunca dejar de creer -una lección para Max, para los niños, para todos-. Si en la primera entrega Max era un simple humano en progresivo desencanto y deterioro, en la segunda ya un (anti)héroe y líder espiritual, en esta tercera sus hazañas adquieren un cariz más mitológico y fundacional. Como digo, me parece muy interesante una revisión así, pero como este cuento se hace desde el punto de vista de los niños, inevitablemente el tono de esta fantasía hecha realidad pierde lo adulto y básicamente todo lo que caracterizaba a las dos primeras entregas, algo más o menos comprensible tomando en cuenta eso de la revisión -dar paso a la esperanza-, pero tampoco aceptable por completo toda vez que situarse desde una perspectiva más inocente y apaciguada, con innecesaria comicidad -más y más infantil que lo que acostumbra la saga, caracterizada por su sentido del humor aplicado en su justa medida-, llega incluso a contravenir ciertos principios que trascienden la revisión, como lo es el desenfado y el no tener que dar explicaciones a nadie.
Por lo demás, la antagonista de turno es una simple negociadora más que una bizarra y amoral líder sin humanidad, por lo que no le hace el peso al protagonista en términos dramáticos o morales -ambos no son, después de todo, demasiado diferentes, sólo que uno tiene misericordia de un retrasado mental vilmente manipulado-. Súmenle a ello que se intenta emular al otro antagonista de la segunda entrega, el punkie loco, con una especie de teniente tribal que también se deja llevar por la ira personal. Y si bien la tercera entrega plantea elementos que la diferencian de las dos primeras -no es de extrañar: cada cinta tiene su identidad única-, de todas formas se intenta utilizar, por no decir copiar, cosas de la segunda, como lo es la ya mencionada doble fuerza antagónica, o la persecución final, menos espectacular o impactante o sorprendente aunque igual de bien rodada. Es como si esta "Mad Max" no se decidiera por completo qué narrar o, mejor dicho, cómo narrarlo. Pero bueno...
Lo que sigue igual de genial es Mel Gibson, un tipo nacido para ser el loco Max.
En fin, "Mad Max Beyond Thunderdome" es una película que se disfruta sin complejos, sí, pero que pierde la fuerza tan característica y memorable de las dos entregas previas, que no es la pirotecnia sino la energía de estar haciendo algo genial, energía que se traspasa a un relato grandioso de principio a fin y una imaginería que perdurará siempre. Esta tercera entrega ya no es el cine sin concesiones, adulto y salvaje de las dos primeras, pero como película funciona y entretiene durante su visionado. No se puede desdeñar, claro, pero tampoco idolatrar. En cualquier caso, recomiendo que es mejor desprejuiciarse de cualquier consideración crítica, pues uno tampoco quiere amedrentar el espíritu de una saga que estoy seguro que marcó a muchos.
Lo pasé bien y me ha encantado volver a ver al loco Max del loco Mel; ahora que dé paso el Max de las nuevas generaciones...