Revista Cine

Mad Max: Fury Road… de culo y sin frenos

Publicado el 27 mayo 2015 por Maresssss @cineyear
Publicado en Noticias, opinamos / por / el 27 mayo, 2015 a las 9:13 am /

De culo y sin frenos. Así empieza Mad Max: Fury Road.

Y no nos importa. Nos da todo igual. Queremos ir sin frenos; de boca, de culo, de lado, del revés. Nos da absolutamente lo mismo, porque lo importante es no parar.

Un torbellino de carrocerías, fuego y tierra volando por los aires, entrechocando y rompiéndose como si un bebé gigante jugara con ellas sin ton ni son, al amparo de la emoción del momento, rendido al caos y a la locura. Así es, en resumidas cuentas, Mad Max: Fury Road.

mad-max-fury-road-vehicles

Podríamos dejarlo así, pero no puedo evitar comentar unas cuantas cosas más. Es tan complicado recordarlo y no empaparse de ello, que a la hora de escribir esta reseña no me salen sino kilométricas frases subordinadas en las que parece que no vaya a haber una coma o un punto y seguido para, con tranquilidad, seguir escribiendo después. Muy contagiosa y de ritmo impecable.

No hablo sólo de velocidad y de acción, sino de ritmo narrativo, de la naturalidad y la facilidad con que se produce el establecimiento de un universo propio, regurgitado del imaginario de George Miller, que ha sido reposado durante treinta años y que ahora burbujea nuevamente con este reboot-secuela que sabe perfectamente cómo extraer lo esencial de ese universo, mantenerlo, protegerlo y potenciarlo, mientras no sólo conserva lo accidental, lo externo, lo visual, sino que lo sabe explotar y llevar más allá, adhiriéndole nuevos apéndices y expandiendo esa realidad como un chicle sobre el asfalto, siempre irrigado por la sangre grumosa del corazón de lo que es de verdad Mad Max, y parece que quiere seguir siendo.

Y es que traer de vuelta una saga cinematográfica y caer en la tragedia de olvidar el corazón de esa saga, de modo que lo que queda es sólo un cuerpo sin alma en forma de secuela indigna, es demasiado frecuente como para no deshacerse en halagos hacia quien consigue hacerlo bien.

Veo dos partes bien diferenciadas en una película que, aún así, es un bloque sólido y redondo, coherente de principio a fin.

FURY ROAD

En cuanto a la primera, es alucinante cómo todo se va sucediendo sin tiempo para tomar aire y con una paulatina sensación de crescendo, fácil de ver en la acción externa (carreras, disparos, golpes, tormentas) pero sustentado (y he aquí gran parte de la clave) por la acción interna, por los impulsos centrífugos de cada uno de los personajes, desde el Max protagonista hasta las prescindibles legiones de figurantes, condenados a perecer de una forma u otra, bajo las ruedas y contra las piedras.

Y es que todos y cada uno de los personajes presentes en esta película gozan de una maravillosa colección de taras mentales y enredos psicológicos, esculpidos al calor de un mundo que, tal y como reza el lema del póster español: “se está volviendo loco”.

De modo que, al final, no estamos viendo sólo carrocerías oxidadas entrechocando a todo gas, sino que las conducen a su vez sacos de hueso y tripas casi tan artificiales como los propios coches, todoterrenos físicos cuyo diesel más potente es un desenfrenado vitalismo abocado a la autodestrucción fanática: uno acaba teniendo más miedo de lo que hay dentro de las abolladas carcazas craneales de los desquiciados que van dentro de las abolladas carcazas de hierro, que de los pinchos, las ballestas y las explosiones.

En cuanto llega el primer momento de poner el freno, no obstante, la película empieza a perder tirón. Lo que estaba pensado para despegar como un cohete y seguir ascendiendo hasta un clímax final apoteósico, se queda sin embargo en un fabuloso sprint, que luego se vuelve footing, y que llega a la meta con corrección, pero habiéndose dejado gran parte de la psicosis y la acción demencial por el camino.

mad-max-fury-road-tom-hardy-3

No es de reproche, pues el reto era difícil. Pero sí que es verdad que a partir de cierta escena a mí, personalmente, me sobraron emociones interpersonales, música melódica y diálogos trascendentes, y me faltaron vísceras, instintos primarios y más caña, mucha más caña. Si has empezado así, no te me suavices en cuanto se acerca el último acto. Aún así, muy adecuado todo, tanto el guión, como la coherencia de los personajes, como la riqueza del escenario en que viven.

Pero dejando a un lado los defectos, y asumiendo que la película es lo que es, no nos engañemos: esta peli es una maldita triunfada. Y mi mayor argumento viene ahora.

Que Mad Max: Fury Road tenga la que sea posiblemente la mejor persecución automovilística (y esto incluye todo tipo de vehículos) del cine contemporáneo no se debe únicamente a una razón estética.

Es decir, no es sólo porque la idea de desperdigar un puñado de coches roñosos, con apéndices mecánicos letales y diseñados por algún ingeniero loco del cyberpunk, por el desierto, como si fueran pulgas de hierro inquietas y carnívoras, para que se persigan insaciablemente y se destrocen unas a otras en torbellinos de tuercas y alambres, en que no se distinguen los miembros de metal y los de carne humana, sea por sí sola una idea brutal y maravillosa.

Si algo nos enseñan los blockbuster hollywoodienses es que a menudo contar con un buen escenario estético y una propuesta visual atractiva no tiene por qué ser sinónimo de éxito, si uno no sustenta esa carrocería con un buen motor narrativo y una conducción fresca y desairada.

Aquí tenemos todo. Pero a lo bestia.

Tenemos esa hermosa carrocería, tenemos un motor narrativo muy aceptable y, desde luego, contamos con la versión colgada de Fernando Alonso a tope de pastillas y en plena crisis epiléptica al volante, un maldito energúmeno de la acción y el sentido del ritmo con un ojo puesto en el retrovisor (la fidelidad y los guiños a las originales son justos y necesarios), otro en el acelerador (durante las primeras secuencias parece que la atención sólo se centra en ir más rápido, y más y más rápido) y un tercero, otorgado por alguna mutación post-nuclear, vuelto hacia dentro (la introspección es sin duda una de las claves de esta película, que comienza ya con una alusión a “las voces que me taladran la materia negra del cerebro” o algo similar).

Y es que para sentir la emoción y el vértigo de una persecución, lo más efectivo es ver en los personajes esa emoción y ese vértigo.

Se produce entonces la magia de la empatía, y uno cree de veras estar ahí; la amenaza es real, la histeria se vive en carne propia, y uno acaba por darse cuenta, satisfecho y con una sonrisa de auténtica diversión en la cara, que lleva ya un rato agarrado a la butaca como si fuera a desprenderse y salir volando de un momento a otro, para ir a formar parte del huracán de adrenalina al otro lado de la pantalla.

Aplauso especial al montador, por cierto. Cualquiera se pegaría un tiro al recibir los brutos de esta salvajada.

No voy a mentir, se quedan cosas en el tintero. ¿Fanáticos que se inmolan en nombre de un paraíso religioso, previa celebración de sus propios rituales de guerra, en un desolado paraje donde nada tiene valor, excepto el combustible? Hay mucho donde especular y dedicarse a sacar chicha. Hay mucho para jugar a elucubraciones y a establecer paralelismos con el mundo en que vivimos, aunque sólo sea como excusa para seguir hablando de ésta y las próximas entregas.

De momento, aquí lo dejamos, a la espera de un nuevo viaje errante de Max.

Mad Max es la decadencia humana personificada en la soledad de un guerrero fronterizo sin absolutamente nada que perder, salvo su propia inercia superviviente, que no parece saciarse ni con la supervivencia propia ni con la ajena. Desidia existencial reducida a una carrera infinita: el peso del sinsentido presionando el acelerador atascado de un coche machacado y triste, que no sabe ni por qué existe, ni qué piezas le faltan, ni tiene taller donde reposar.

Perdido en el erial de la existencia, no le queda sino sumarse al juego: cazar o ser cazado. Huir o perseguir. Correr, al fin y al cabo. Correr a toda leche.

Comentarios


Volver a la Portada de Logo Paperblog