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"Madame Bovary" Gustave Flaubert

Publicado el 08 febrero 2012 por Sap
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Emprendíuna nueva lectura de ‘Madame Bovary’ veintidós años después de que lo hicierapor vez primera. Me movió a ello el esclarecedor artículo que Antonio MuñozMolina había publicado poco antes (‘El porvenir de Emma Rouault’) dondehablaba de cómo el recuerdo desvirtuado nos hace aceptar en una novelaepisodios, diálogos y actitudes de personajes que en realidad, no existen o seconfunden con otros hasta formar un lugar común que poco o nada tienen que vercon el original. Es un efecto fácilmente observable en los clásicos y ‘MadameBovary’ es claro ejemplo de ello. (Sugiero por lo tanto, que tras leer elartículo, se prescinda de todo lo que viene a continuación).
Ah, ¿que siguen emperrados en continuar? Bueno, puesentonces diré que volviendo los ojos a la Madame y despojado de los miedos —yla pereza— que me hacía cuesta arriba la relectura, entre otros, que la ediciónque tengo con traducción a cargo de Carme Martín Gaite tiene la letra muychica, le eché valor y le eché las gafas encima con unos resultados finalessatisfactorios del todo. Ahora sí que puedo decir sin temor a equivocarme que ‘MadameBovary’ es un novelón. Un novelón que se me hizo sorprendentemente ligero yclaro a las entendederas, a lo que ayudó su organización en párrafos cortos quealternaban a la manera decimonónica del realismo la descripción, la acción y laconversación de manera casi inalterable, aparte del siempre enojoso punto devista del narrador omniscente que hoy resultaría inadmisible; el narrador queincluso sabe lo que piensan sus personajes. Menos mal que el cine barrió aestos metomentodos que nunca aplicaron a sus criaturas el evangélico “Por susactos los conoceréis”.
Lo más sorprendente de esta relectura no fue encontrarme conla Sra. Bovary (de soltera, Emma Rouault) y su historia desgraciada sino con sumarido, el adocenado médico Charles Bovary, tan olvidado de los lectores,siendo como es quien abre y concluye la novela de una manera tan meritoria quesu propio autor, Gustave Flaubert , de haber tenido un poco de misericordiadebería haberla titulado ‘Monsieur Bovary’ y no haber dicho aquella tontería de“Madame Bovary soy yo”, que para lo único que ha servido es para imaginarnos ala señora como un travesti gordo, con cara de foca y bigotazos como el manillarde una bicicleta.
En efecto, si hay alguna víctima en esta tragedia no es Emma la principal —que al menos la tipa marcha a la tumba con mucha juerga corrida—, sino supobre marido, el juancojones, cojonato, huevón y boludo Charles, tan devoto deella y tan ajeno en su nobleza y grisura a sus manejos. En el espejo de su esposo y de su desatendida hija, Emma se me presentó despreciable por muyjustificadas que estuvieran sus aventuras por la ensoñación folletinesca (queal final no es tan determinante); una persona mudable y caprichosa hasta elgrado de culo-veo-culo-quiero que presentimos insatisfecha en todo momento y aperpetuidad por mucho que hubieran cuajado sus amoríos con Rodolphe y León.Vamos, que estaba en la cama sufriendo los retortijones estomacales producidospor el arsénico y me decía para mis adentros “Pues ahora te jodes, por zorra”.
Sí, da pena, mucha pena el sencillo Charles, tan contrario asu esposa en su falta de ambición, en su aceptación del fracaso en esepueblo/agujero de Yonville que nos pinta don Gustavo. Mientras, la doña,convencida de sus altos designios y sus exigencias por una vida mejor, más novelesca,y fascinada a la vez por el mundo sofisticado de la aristocracia, se enreda en la trapisondacontinua de las deudas y sin remordimiento (“Pero si lleva una navaja en elbolsillo, como un aldeano…” piensa con desprecio de su marido) se entrega a unaexistencia de francachela continua que incluso lleva a encanallarla.
El final, una apoteosis de la desgracia, barridos todos lospersonajes por la desdicha —salvo la mezquina población de Yonville— es mejorque se lo lean Uds. Porque yo dejo aquí la reseña, que esto cansa. ____________________________
Ilustración:“Mujer con sombrero de capota”, Sap, 1971.Óleo sobre madera (tapa de caja de puros en concreto) 15 x20 cm.

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