Revista Cultura y Ocio
Son extrañas las sensaciones que he experimentado durante la lectura de Madame Edwarda, un breve relato de Georges Bataille. ¿Hay erotismo en él? Sí, por cierto (la escena en la que la mujer se entrega sexualmente al taxista, mientras el narrador la sujeta por la nuca, es bastante explícita). Ahora bien, ¿estamos ante una novela erótica? Ahí tendría muchas más reticencias a la hora de emitir un dictamen claro. Diría que no.En su textura hay muchos más elementos de perturbaciones psicológicas, de raras teologías y de misterio urbano que de sexo. Esa mujer huyendo por las calles con un antifaz; esas nieblas que lo rodean todo; esas puertas oscuras, donde se adensa el enigma; esas ilustraciones de Hans Bellmer, que acompañan al texto con sus geometrías casi lovecraftianas… Recorrer las líneas de esta narración supone aceptar que queden subvertidos los moldes tradicionales, para navegar por aguas más peligrosas, más desasosegantes, más turbias.Resultar difícil explicarlo. Quizá por ello la obra de Bataille haya provocado tantas polémicas durante decenios: la ambigüedad puede ser un imán narrativo de lo más seductor.