Es realmente sorprendente lo lejos que se encuentran las intenciones de un autor, hombre, tratando de contar la historia de una mujer, respecto a su resultado final. En la mayoría de las ocasiones, son radicalmente diametrales, no pueden estar más desconectadas y paralelas la una de la otra. Y el caso es que ambas se alejan proporcionalmente en sus respectivas direcciones contrarias: parece que cuando un autor intenta comprender y ensalzar a un personaje femenino, no puede faltar el empoderamiento agresivo y la subida de autoestima que, prácticamente siempre, tienen como fundamento o fin principal la dimensión sexual. Sin embargo, en otras ocasiones vemos mujeres absolutamente maravillosas, honestas, sagaces, generadoras y dadoras de amor del bueno, compasivas y brillantes, salimos del cine pletóricas de satisfacción, y resulta que el director quería “mostrar a una mujer débil, asustada y perdida”. Esto es lo que expresa Serge Bozon cuando le preguntan sobre la decisión de crear Madame Hyde un personaje femenino basado en Doctor Jekyll y Mr. Hyde. Algo así como cuando terminamos de ver madre! y exhalamos el gran alivio de que hubiera una película en el mainstream que explicara sin tapujos el mecanismo de un abusador egoistónico y pasivo-agresivo que asesina a su mujer, y después Darren se pone a explicar que en realidad estaba hablando de Dios y de la biblia (algo bastante significativo, por cierto). Sin embargo, en esta ocasión parece que, afortunadamente, Isabelle Hupert no ha podido evitar arruinar las intenciones de su director.
Madame Hyde es aburrida, pero es sin duda un gran película y, en cierto modo, para ser una película tan propiamente buena, debe ser una película aburrida. A años luz de los deseos del autor, nos encontramos con la historia de una mujer investigadora y devota del pensamiento científico, procedimental y creativa a la vez, que a su madurez no le importa ni el triunfo ni el fracaso de su carrera, sino la sólida convicción de que el conocimiento y la comprensión de la realidad pueden mejorar las cosas, y aliviar el sufrimiento de los más débiles.
Y es así cómo Serge Bozon ha reubicado el clásico de R.L Stevenson, con una estupenda muestra de estilo cinematográfico, en un entorno tan representativo del descalabro europeo, de las paradojas de nuestro Estado de Bienestar y nuestra europeísima idea de individualizar y universalizar; Madame Hyde es un precioso cuento contemporáneo de una profesora radiantemente compasiva que se desvive por ayudar a los jóvenes de la Banlieue, en su mayoría hijos e hijas de inmigrantes racializados.
Serge Bozon ha pintado y graneado toda la película de azul, gris y ocre, con una fotografía nocturna de tenuidad perfecta y ha creado unas imágenes tan propias del suburbio francés que, a pesar de que el guión tenga sus decaídas prescindibles, la pura narración visual la convierte en una película maravillosamente honesta con la historia que está contando.
También ha intentando unirse al relato feminista, y eso es una intención loable, aunque ridiculizar y situar a los personajes masculinos en el rol, inútil para historia, que suelen ocupar las mujeres, tampoco es precisamente un acierto ni un saber hacer necesario para la industria.
Más allá de los exámenes de género, Madame Hyde es cine de verdad, consciente, transversal, hermoso y cuidado, que hace precisamente lo que debe hacer el cine: activar nuestra compasión con decencia y pulcritud visual.