Hoy vamos a hablar de un tema delicado para nosotras, y que, por otro lado, no es importante ni trascendente. Es más bien una cuestión estética. Y de piel. Pues sí, a los tatuajes queríamos llegar. No llevamos ninguno, nuestras parejas tampoco, en ese sentido tiramos a tradicionales, la verdad. Pero, eso no lo han heredado nuestros vástagos, que están loquitos por tatuarse en cuanto cumplan la mayoría de edad. Y se vayan de casa. Porque esa es la condición impuesta, cuando no vivan bajo nuestro techo, ¡que hagan lo que les venga en gana! Y pensareis, vaya lo burras que son estas dos prohibiendo de esta forma. Lo cierto es que si fuera uno pequeño, discretito... nos haríamos las locas como si nada, pero uno de nuestro varones sueña con llenarse un brazo entero. Y mire, "usté", por ese aro, mientras vivan con nosotras, no queremos pasar. Nos da horror, nos duele de pensarlo, no dejamos de verlo como una moda que, como tal, pasará, ¿y que hará entonces nuestra criaturita con el brazo como un cómic? Si nuestra orden sirve para que pase el tiempo y se le vaya olvidando... ¡Por intentarlo, que no quede! Lo cierto es que nos dan ganas de coger al niño por los pelos, llevarlo al taller, darle un trozo de madera, y que se entretenga tatuando y marcando otras superficies, también delicadas y de nobles, y donde igualmente pueda escribir "amor de madre"...
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