Revista Cine

¡Madre!

Publicado el 28 septiembre 2017 por Diezmartinez
¡Madre!Durante la primera parte de ¡Madre! (Mother!, EU, 2017), séptimo largometraje de Darren Aronosfky (divisivas Réquiem por un sueño/2000, La fuente de la vida/2006, El cisne negro/2010), pareciera que el cineasta neoyorkino está realizando su propio festival Polanski, saqueando indiscriminadamente elementos de Repulsión (1965), ¿Qué? (1972), El inquilino(1976) y, sobre todo, El bebé de Rosemary (1968). Todo resulta más o menos soportable –sin dejar de llegar a ser exasperante en más de una ocasión- hasta que llega la última parte de la cinta, en la que todo se sale de… ¡madre!Estamos en algún lugar en medio de la nada. En ese solitario y vasto caserón vive Él (Javier Bárdem), un poeta famoso que sufre de bloqueo creativo por partida doble: no puede crear su nuevo libro ni, tampoco, puede (pro)crear con su joven esposa veinteañera Ella (Jennifer Lawrence) que, de cualquier manera y llegado el momento, se convertirá en la Madre del título.Cierto día, llega a esta casa un médico dizque despistado (Ed Harris) que resulta ser un admirador incondicional de Él. Al día siguiente se aparece la esposa del médico, una sexy e impulsiva mujer (Michelle Pfeiffer) que no suelta el trago ni deja de hacer preguntas indiscretas a la cada vez más perturbada Ella y, para rizar el rizo, poco después entran en escena los hijos de la pareja, un par de jóvenes (los hermanos Brian y Domhnall Gleeson) que se llevan tan bien como Caín y Abel.Es aquí cuando la cinta empieza a cambiar de rumbo: de una obvia re-elaboración de El bebé de Rosemary –un artista bloqueado, una joven ama de casa, una (¿diabólica?) pareja mayor que se mete donde no debe-, el guion del propio Aronofsky se descarrila en un histerismo alegórico que lo mismo demanda una lectura religiosa (he aquí Dios padre sacrificando a la Madre tierra, mandando a su propio hijo a la muerte, perdonando a una humanidad cruel y desagradecida, volviendo a crear el universo entero para ver si ahora le sale bien el experimento) que una lectura dizque crítica sobre el proceso creativo (un artista egocéntrico está dispuesto a sacrificar todo –mujer e hijo incluidos- con tal de producir una obra de arte y está dispuesto a hacerlo cuantas veces sea necesario).La cinta termina en esta insoportable última parte con los signos de exclamación del título a todo lo que da, anegada en una chocante solemnidad alegórica y embarrándonos todas las referencias judeocristianas habidas y por haber, mientras el Poeta/Dios (¿Aronofsky?) se autoflagela por no poder ser otra cosa que el cruel protagonista del Viejo Testamento: “Yo soy el que soy”. Sí, Mr. Aronosfky, ya nos dimos cuenta.

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