Revista Diario
Entran en la consulta como dos armarios roperos. Madre e hija. Tweedledee y Tweedledum. Provistas ambas de cabellos teñidos de rojo, amplias caderas, estrechos pantalones que les marcan hasta el alma y un bigotillo que hubiera envidiado el mismísimo Charlot. La paciente es la hija.- ¿Qué le ocurre? - le pregunto.- Uy, a ella nada comparado con lo que me pasa a mí - contesta la madre.- Pero...¿quién es la paciente? - inquiero, un tanto confundida.- Yo, yo - responde la hija. Y me cuenta un dolor neuropático claro, consecuencia de una cirugía torácica complicada.- Pínteme su dolor - le pido, mostrándole el muñeco de los dermatomas.- Uf - resopla la madre - si llego a ser yo, me gastaba todo el color pintando. No salía usted de aquí hoy, créame. La creo. Y doy gracias al cielo porque la paciente es la hija.- Porque, mire usté - dice la madre, cogiendo carrerilla - primero, fue la "visícula", luego...- Sí, perdone, seguro que sí - la corto - pero, si no le importa, seguimos con su hija.- Sí, sí, claro, pero es que como ella no habla...Claro, como ella no habla, habla usted por las dos - pienso, pero me callo. - Vamos - le digo a la hija - le voy a dar un par de pinchacitos con anestésico local en la zona por donde sale el nervio. Que le va a aliviar bastante.- Uy - salta la madre, que no se aguanta ya las ganas de meter baza - Si tuviera que pincharme a mí los dolores, no terminaba hoy.No contesto. Que sí, señora, que lo he entendido. Que es usted un dolor andante. Y además me está tocando los bemoles, señora. Al fin, la hija abre la boca - Mamá - le espeta - si quieres que la doctora te vea, pide una cita, pero esta es mi cita. Así que cállate, por favor. Olé. Me dan ganas de hacerle la ola.