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Madre, hermano, hermana, familia

Publicado el 12 mayo 2011 por Alfonso

Elvis Aaron Presley, considerado el rey del rock sin discusión alguna, nació en Tupelo, Mississippi el viernes 8 de marzo de 1935. Cuentan las crónicas que Gladys, esposa de Vernon Elvis Presley, tuvo un parto de gemelos idénticos pero que uno de ellos, el que había de llamarse Jesse Garon, murió al nacer, sobreviviendo el que con el tiempo se consideraría el mayor icono de la cultura musical del siglo XX. Creciendo en un ambiente humilde y algo conflictivo (el padre, que continuamente cambiaba de trabajo, pasó una temporada a la sombra por falsificar un cheque), el mimado Elvis demostró pronto su afición por el country, el blues, el gospel, el doo-wop, la música de raíces indias, influencia de la sangre cherokee de la madre, y otros estilos de la época, hasta que un buen día del verano de 1954 accedió a los estudios Sun Records y, por el módico precio de 4 dólares, grabó un single para regalar a su adorada mamá: My happiness, en la cara A, y That´s when your heartaches begin, en la B. A partir de ahí nace la leyenda: Sam Phillips el propietario de Sun Records se vuelca en él, graba That's all right, se desata la fiebre por el rock and roll, el Colonel Tom Parker se lo lleva a RCA, se alcanza el número 1 con Heartbreak hotel y la industria de la música ya nunca vuelve a ser lo misma.
Cuando en 1958 Elvis es llamado a filas, el corte de pelo del ídolo juvenil causa más de un disgusto, pero él en cambio se encuentra encantado de servir a su país. Tras el periodo de instrucción, es destinado a la Tercera División Acorada del Ejército de los USA, con base en Friedberg, Deutschland, reincorporándose a la vida civil 6 días antes de que cumpla los 25 años. Cuenta la leyenda que aquél no era el mismo Elvis, que su voz había cambiado, que ya no le interesaba tanto la provocación, el movimiento de la pelvis, y que ello fue porque el que regresó a casa no fue él... sino su hermano gemelo, Jesse Garon.
Después de haber sufrido un accidente mortal durante unas maniobras militares, el gobierno estadounidense, que ya había investigado el pasado del cantante agitador de masas, localizó en la hacienda de una acaudala familia venezolana, gente con importantes negocios en el mundo petrolífero, al dado por muerto en el parto, que en realidad, y ante la difícil situación económica que atravesaban los Presley, había sido vendido. A todas luces una historia retorcida y con visos de irreal, la primera de una trama de conspiraciones, y mucho más desconocida, en clara contraposición contra las que crecieron con la trágica muerte del artista el 16 de agosto de 1975 y que prácticamente aún lo mantienen con vida entre nosotros. No, Elvis no está vivo, ni Jim Morrison, y no fueron 2, como tampoco Paul McCartney. Elvis respira cada vez que escuchamos Hound dog, In the ghetto, Suspicious mind, Crawfish... Elvis fueron muchos: el rockabilly, el hawaino, el hortera, el estudiante solitario, el del regreso en cuero negro del '68, el de Las Vegas, el pésimo actor, el genial baladista, el karateca, el creador de un negocio póstumo llamado Graceland, el white trash que lució una placa de agente federal, el deprimido, el de las anfetaminas en el cajón de la mesilla...
La historia está llena de reencuentros, de sustituciones, de dobles, de personajes inventados y otros truculentos hechos, pero como la imaginación humana no descansa, a veces nos inventamos un cuento que nos alegra a la vez que nos siembra las dudas. Queda claro, que la exposición de arriba esta muy bien urdida, pero es poco creíble. Claro que quién nos iba a decir que en nuestro propio país una trama de niños robados en hospitales, de venta de recién nacidos iba a ser posible, que durante décadas, hasta ayer mismo, en la década de 1980, se iba a traficar con bebés con la connivencia de médicos, enfermeros, anestesistas, comadronas y, en algunos casos, con la mediación de la iglesia católica. No se sabía ni imaginaba. Se sabía de niños que eran raptados en la posguerra por sacamantecas, por gentes que servían a los ricos criaturas sanas, cuerpos anónimos portadores de órganos, o sangre, con la que salvarían la vida de los suyos. Mi padre mismo fue uno de esos casos: de no haberse obrado la aparición providencial de una pareja de la Guardia Civil en mitad de un maizal, el motocilista que, tras identificarse a mi abuela como enviado de un comedor social, lo abandonó a su suerte tras la persecución, hubiese ejecutado su plan, propósito que, aunque desconocido, estaba claro con su huida que no era el de dar alimento al hambriento. Y si bien él nunca ha creído que fuese a ser maltratado sexualmente, sino que era una víctima saludable a quien querían sacarle los ojos, el hígado, para ser trasplantado, o la sangre, para una transfusión, nunca ha sabido explicar el motivo de sus sospecha: sus razones tendrá, tal vez. Nunca se lo hemos preguntado: rara vez sacamos el tema.
Anécdotas directas al margen, exculpar a quienes participaron en los casos del tráfico de bebés, decir que si alguna monja actuó fue siempre en nombre propio, no de su congregación, o que un médico moribundo que recobra de pronto la memoria tal vez sufra una alucinación, no un cargo de conciencia, no me sirve. Tampoco que había mujeres que ante la imposibilidad económica de poder criar al venidero, o frente a la humillación y el rechazo social que supondría el convertirse en madre soltera, los daban en adopción, sin papeles de por medio, con la alegría de saber que su hijo sería bien criado y con posibles en una buena familia, feliz de no haber delinquido, pecado o fallecido al provocar un aborto: esta es una posibilidad cierta, pero que no quita ningún derecho para que nadie quiera conocer a la persona que la llevó en su vientre, al padre, si se da el caso.
Dicen los que han crecido sabiendo que su familia no era la biológica que, cuando la han localizado, nunca ha disminuido su amor por los que lo criaron, todo lo contrario: han sumado el recién nacido al existente. No somos nadie para decir al otro que no busque los restos del abuelo fusilado, que no indague y quiera saber quién fue, o es, su madre, si tiene un hermano, un abuelo, otro tío. Deseo que el caso de Vicky Marcos Fuentes, vecina de Santa María del Páramo (León), de 59 años de edad, a la que siempre le contaron la historia de la gemela que nació muerta, según informaron en el hospital a la madre, y que ha encontrado en Valencia a María José, mujer que buscaba a su familia desde que hace treinta descubrió que era adoptada, reencuentro feliz aún a falta de los resultados de las pruebas del ADN, termine como ambas esperan: que puedan llamarse hermana la una a la otra. Tanto es su parecido físico y las pruebas verbales que ambas aportan que lo contrario supondría una decepción, aunque supongo que no menguarían sus ganas de acercarse a la verdad, por muy dolorosa que pudiera aparecerse.
Tal vez, entre tanto dolor, la historia de Elvis pueda pintar una sonrisa en el rostro de quienes estos días vagan en busca del pasado que les ocultaron. No otra es mi intención, aunque gocen las líneas de arriba de la misma repercusión que el macabro mercadeo en los informativos televisivos o reportajes periodísticos: apenas se mencionan los hechos como anécdotas jubilosas, o airadas, según el color del periodista firmante, y siempre de pasada. Cada vez que mi padre ha relatado su experiencia, que no han sido muchas, repito, creí que me hablaba de otra época. Ahora se que en la mía también la carne de niño tenía un precio. Y sólo puedo sentir asco: por quienes lo hicieron a espaldas de las familias ilusionadas, por quienes ven una acto de revanchismo (con la dictadura franquista, la iglesia, la institución médica) y niegan lo evidente, lo que ni les va ni les viene.
MADRE, HERMANO, HERMANA, FAMILIA
Elvis Presley durante su servicio militar

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