En el face de la comunidad dominica de Santa Catalina de Arequipa se habla de ella y se presenta como "venerable" a quien se le reza y pide favores: "Monja Dominica de Arequipa, de virtudes notables de la cual se tienen cartas que escribió a su confesor., el R.P Fray Elías Passarell escribió la obra titulada "Vida y doctrina de la venerable madre sor María Manuela de la Ascensión Ripa y de otras religiosas que florecieron en el monasterio de Santa Catalina de la ciudad de Arequipa". De esta religiosa se conservan en el monasterio, dos pinturas de su rostro. Quiera Dios que pronto la honremos en los altares a una verdadera religiosa que siguiendo el ejemplo de la beata Ana de los Ángeles en procurar la observancia del monasterio y rezar por toda la humanidad".
La imagen que presentamos está tomada del retrato post mortem que figura en sala De Profundis con el rótulo "berdadero retrato de la madre sor Maria Manuela de la Asención y Ripa. Murió el dia 4 de junio de 1824".
Si el sacerdote P. Mateo Cosío encarna al doctrinario fidelista y José Gabriel Moscoso al militar defensor de la Corona en el campo de batalla, la madre María Manuela de la Ascensión Ripa, representa a la mística profética que sacraliza el discurso político-realista arequipeño con la coherencia y fama de su vida. A tanto llegó que aun a fines del siglo XX se corría como leyenda que en tiempos de la Independencia ella se enteraba de los resultados de los combates antes de que llegasen los correos. Ella misma nos dejó un epistolario y algunos escritos espirituales, donde plasmó sus visiones extáticas, así como algunos juicios históricos y políticos.
A pesar de su popularidad, a la fecha sólo se cuenta con lo aportado por Pedro José Rada y el P. Elías del Carmen Passarell (1839-1921), quien, en una nota a pie de página de su biografía de sor Ana de los Ángeles Monteagudo, confiesa haber "extractado" sus escritos y preparado una biografía de la madre María Ripa, que anhelaba ver publicada. "extractando las noticias de las cartas de la Madre Ripa a su confesor: empleando cuatro años; y esta es la obra que más trabajo nos ha costado, por ser mala letra, por estar los originales muy deteriorados y llenos de errores ortográficos. La obra no deja de ser muy curiosa e interesante y digna de ser leída. ¡Quiera Dios que se imprima cuanto antes!"
María Manuela Ripa y del Rivero nació el 22 de junio de 1754, en San Pedro de Aplao, en el valle de Majes, doctrina perteneciente entonces al obispado de Arequipa. Fueron sus padres Antonio Ripa y Juana del Rivero; sus hermanos: María Valeriana Ripa, Manuela Joseph, Augustina Castro Rivero (hermanastra de la Madre, nacida diez años antes que ella) y Juan Antonio Luis (nacido en 1759 y que posiblemente no sobreviviera).
Tomó hábito, ya con su nombre de religión María Manuela de la Ascensión, el 29 de julio de 1781 (cuarenta años exactos antes de la proclamación sanmartiniana de la independencia del Perú en Lima) y profesó al año siguiente, el 6 de octubre de 1782. Había renunciado a su herencia en favor de sus hermanas Valeriana Ripa y Augustina Castro un día antes.
Fue priora del monasterio de Santa Catalina de Arequipa, monja de velo negro, y murió el 4 de junio de 1824 poco antes del rezo del ángelus de mediodía, viernes. En la tradición conventual se guarda la memoria de haber tenido gran espíritu de oración y contemplación. Sus cartas hablan de gran e intensa unión mística y espiritual con Dios, su gran devoción a la Virgen Santísima y a los Santos Ángeles. Con toda su comunidad, prometió solemnemente por escrito en el año 1822 trabajar por la causa beatificación y canonización de la madre Monteagudo, a quien le tenía mucha devoción y quería verla honrada en los altares
El historiador Pedro Rada y Gamio en su biografía sobre Melgar refiere algunos conceptos referidos en sus cartas acerca de la agitación entre los criollos a favor de la independencia y los múltiples argumentos con los que pretendían defenderla. Parece ser que de todo esto se enteraba la madre "en el locutorio [donde] mantenía conversaciones pertinentes con diversos sujetos". Las razones van desde la teoría de la usurpación del reino por parte de España y de la prescripción de esta usurpación, pasando por la supuesta religiosidad de los insurgentes de Buenos Aires y Chile, hasta profecías y visiones misteriosas de santa Rosa sobre la restauración de América por mano de los rebeldes. Hay también descalificaciones a los españoles, por su afán por enriquecerse y el hecho de que ellos mismos acabaron por traer la "herejía" separatista a América. De sus juicios místico políticos cabe resaltar su temor a que los patriotas traigan "un Emperador como Bonaparte y que se pierda la fe. Critica a los peninsulares y americanos que solo pensaban en adquirir honores y que se desentrañaban como la araña para subir de un puesto a otro. En visión intelectual, afirma, vio al Rey de España cerca del corazón de Dios y oyó que le decía: 'Hazte niño para entrar en mi reino'. Lo vio al Monarca, rodeado de buenos y malos consejeros y le anunció enviarle una carta de una indiana que quiere liberarlo de muchos males. En la carta anuncia al Rey el estado en que se halla su reino, le pinta su pobreza, anota que Dios descargaba sobre aquél [sic]; invoca la unión de los que luchan, obedeciendo al Monarca como legítimo gobierno para poner fin a la guerra. Los patriotas alegan derechos naturales, escribe, y esperan que Dios les ha de conceder el gozar del propio reino del Inca. Estima el caso oscuro, clama a Dios, que remedie la turbación de los entendimientos. He visto en la luz de Dios, exclama la sapiente Monja, amenazas de un borrascoso porvenir. Tiene luego una visión de gloria, la iglesia canta ese día el hosanna al que viene en nombre del Señor: contempló al Hombre-Dios repartiendo gracias desde Roma a toda la cristiandad, tuvo esperanza de que vendría[n] los arbitrios necesarios, de orden espiritual, para remediar el estado presente. En esa situación dilemática, entre seguir al Rey o seguir a los patriotas, la Madre Ripa se inclina a la causa del primero, a quien cree legítimo soberano. Se lamenta de la guerra, quiere la unión y la paz; teme, ante todo, por la fe católica, se desahoga en cartas con su director espiritual y espera en Dios". Narrar la procesión penitencial de la Virgen de la Asunción, patrona de Arequipa, a pedido suyo y con la ayuda del P. Mateo Joaquín de Cosío y otros eclesiásticos, en las angustiosas horas posteriores a la derrota del ejército del intendente José Moscoso y previas a la toma de la ciudad por parte del insurgente Pumacahua el 10 de noviembre de 1814. Acerca de su tendencia política dice que fue "goda resuelta, pero no empapó su pluma en la hiel de la injuria para los patriotas. Su alta preocupación era salvar la fe católica en el naufragio de las instituciones políticas [...]. Han pasado los tiempos y en el templo de la reconciliación por la historia, Bolívar brilla en nuestro cielo por su genio incomparable y la Madre Ripa por sus excelentes virtudes".
Llama mucho la atención un dato que Pedro Rada y Gamio pone al finalizar su recuento En 2006 aparecieron algunos de los textos del epistolario de la madre María Ripa en un libro consagrado a estudiar manuscritos virreinales de religiosas. Son tres cartas de la madre a su director espiritual, el padre Talavera, del 9 de mayo de 1821, del 12 de septiembre de 1822 y del 10 de agosto de 1822; la carta a Fernando VII que escribiera entre el 17 y el 19 de febrero de 1822 y, finalmente, un comentario del padre Elías Passarell sobre el anuncio de la madre de un castigo divino sobre España.
Rescatamos el parecer de la Madre que nos habla también del ambiente cultural que se vivía en los claustros, en particular su juicio sobre José de San Martín a quien consideraba como un nuevo Herodes, otro Atila:
"Ya están alucinando a las monjas haciéndolas creer que lo seguro es seguir a San Martín. Y que en España ya se descubre la herejía. Apenas hay cuatro monjas que quieran ir a España. ¿De dónde proviene esto? De que sujetos de letras están viniendo directamente a los locutorios y a las puertas a explicar mundanamente cuantos puntos heréticos traen las gacetas y cómo están comprendidos los principales sujetos de la clerecía, temiendo que les quiten las rentas. Todos defienden en público y sin temor lo cual hace que en los claustros esté ya la secta extendida. Unas mencionan a tal o cual sujeto, otras sin mentarlos dicen su parecer. Ayer se llegaron a mi cama, que está en el dormitorio y me dijeron: 'don fulano dice que San Martín tiene a su favor cincuenta mil hombres de los más principales, este sujeto es muy amigo de ... es seglar'. No pude menos que contestarles, 'sí los tendrá, pero San Martín es un azote de Dios' ".
Ante las posiciones de sacerdotes simpatizantes de los insurgentes, que se congratulan con la toma de Lima por los patriotas, la madre María Ripa, escribirá que "San Martín, como otro Herodes, heredó de ese espíritu, piensa derrocar al monarca y como no es de familia real, solo hace la ostentación de ser americano y con este delirio trae a muchos en su seguimiento. Los entendimientos más agudos se hallan hoy confundidos entre las noticias de la España gobernada por la Junta, nuestro católico monarca precisado a ir con sus dictámenes por una prudencia que le inspira evitar mayores males [...]".
Denuncia, por tanto, la ilegitimidad, la alianza con los ingleses y la "desmedida ambición" de una política liberal orientada meramente al crecimiento económico como contrarias a la justicia y, por tanto, incapaces de traer auténtico bienestar a las naciones americanas. Un temor frecuente en sus escritos es el "descubrirse la herejía en España", representada por la legislación anticlerical del Trienio Liberal y la agitación de tintes ilustrados, regalistas y jansenistas en ciertos sectores del clero. La desgracia principal de estas tendencias era tender a enmascarar la revolución y hacerla ver a la opinión pública criolla como protectora de la Iglesia: "Hoy les parece a todas que la fe está siguiendo a San Martín". Como se ve, la Madre no tiene pelos en la lengua a la hora de caracterizar a los patriotas; si a San Martín lo considera "otro Herodes" y un "azote de Dios", del otro gran libertador dirá: "sé de un hombre feroz llamado Bolívar".
Con todo, su gran preocupación es la Iglesia, y considera que el objetivo de la embestida revolucionaria es su destrucción y, a la vez, castigo y medicina para la humanidad: "Los hombres han olvidado a este gran Dios. Se hicieron merecedores de este diluvio de trabajos con que está castigando desde la prisión del sumo Pontífice, de la familia real de Francia y la de nuestro monarca el rey de España. Todos lo hemos visto cumplido con lo que la Santa Iglesia pidió a Dios diciéndole: Aquí quema, aquí corta, como no nos quites la fe como a otros reinos, no desampares a nuestros países".
De esta dimensión mística de la lucha contrarrevolucionaria nos habla la carta a Fernando VII del 19 de febrero de 1822, en la que, tras narrar la visión que tiene sobre su cautiverio y la invasión de España, varios años antes de que sucediese, describe su propia oblación: "El día de la Purificación de Nuestra Señora fui al coro y me dijo el Señor: Ayúdame a padecer por la Iglesia. Contesté que sí y al punto di un grito y caí en tierra. Me llevaron a la celda y esto fue mi prisión porque mandó la prelada que no volviese al coro para no perturbar el Oficio Divino" .
Su vida y doctrina constituyen un testimonio de las connotaciones religiosas y místicas que revistió la guerra entre realistas e independentistas. Su mención a los "sujetos de letras" que en los locutorios del convento explican "mundanamente cuantos puntos heréticos traen las gacetas" revela el grado al que el debate político había llegado en los ámbitos urbanos del virreinato, penetrando, incluso, en la clausura de los monasterios y levantado allí también los ánimos. La cultura política y el discurso sagrado se entrecruzan, asimismo, con su gran temor: la herejía. Las alianzas inglesas de José de San Martín y el énfasis comercial y cosmopolita de los independentistas también parecen sublevar el espíritu tradicionalista de la religiosa.
Pero lo que más le angustia es la posibilidad de que la Iglesia sea perseguida y aniquilada en medio de las guerras revolucionarias como de hecho pensaban realistas católicos de la década de 1820. Así lo consideraban los iquichanos y el obispo José Sebastián de Goyeneche -único obispo que, junto al de Popayán, para 1825 permanecía en su diócesis en la Sudamérica hispánica- la defensa del Rey y la lucha anti insurgente estaban vinculadas de manera inextricable con la supervivencia y defensa de la religión.