Madre Rusia

Con la descomposición de la URSS en 1991, que poseía alrededor de 44 veces la superficie de España, Rusia perdió el equivalente a diez Españas, una de ellas un poco mayor, Ucrania, donde viven ocho-nueve millones de rusos étnicos o culturales.

En todos los territorios de la antigua URSS hay gigantescas estatuas que recuerdan a la Madre Rusia, matrona que defendía a sus hijos luchando contra los invasores.

El sentimiento patriótico ruso trasciende el régimen zarista de mujiks, campesinos sin tierras, o el comunista. Es el que envió tropas rusas por orden de Vladimir Putin, autorizado por el Senado moscovita, a la región autónoma de Crimea, en la Ucrania independiente desde 1991.

Putin es como una de esas monumentales estatuas de la Madre Rusia con una espada que quedan por toda la exURSS; además, las formas de la aún enhiesta en Kiev, capital de Ucrania, recuerda mejor a un superhombre que a una mujer.

Una parte de Ucrania perteneció al el imperio austrohúngaro, la más europeísta hoy. Pero otra al imperio zarista, luego soviético.

Se entiende que para Moscú sus rusos ucranianos y la salida de su Armada hacia los mares de Azov y Negro y el Mediterráneo desde Sebastopol, Crimea, sean de interés estratégico.

En los últimos años Vladimir Putin ha ido reconstruyendo una diplomacia que logra éxitos notables, como el que evitó los bombardeos estadounidenses de Siria.

Pero no tiene el peso de la URSS, que al disolverse dejó a Rusia sin gran proyección estratégica, y con cinco millones de kilómetros cuadrados y 150 millones de habitantes menos.

No parece que Putin reviva la guerra fría, que era la del expansionismo de los dos grandes imperios: no podría, aunque quisiera.

El exagente del KGB desea mantener sus bases militares en Crimea y su capacidad intimidatoria donde, sin la protección de la Madre Rusia, rusófilos y otras minorías empezaban a ser víctimas del nacionalismo ucraniano.

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