Curioso ejercicio de introspección. El pequeño de los Trueba es capaz de lo mejor y de lo peor. Criado a las faldas del Dios de los guiones como fue Rafael Azcona, ha sabido conjugar el parné con pequeñas perlitas de actitud.
“Madrid, 1987” se sostiene por varios principios básicos, aunque durante muchos minutos chirría. El primero y claro es el reparto. José Sacristán es de esos actores que han sabido salirse del “Landismo” para sembrar gloria con cualquiera de sus papeles. María Valverde representa ese papel de transición entre la adolescencia y la madurez a la perfección.
El guión, como dije antes es complicado y por momentos cansino. Es una apuesta un tanto arriesgada que por desgracia ha pasado sin pena ni gloria por las carteleras del cine. Creo que se podía explotar un poco más la historia.
En un caluroso día de julio de 1987, con la ciudad de Madrid vacía, Miguel, un veterano articulista, temido y respetado, se cita en un café con Ángela, una joven estudiante de periodismo. Entre ellos, desde el primer instante, se desarrolla un duelo desigual entre el deseo, la inspiración, el talento y las perspectivas profesionales. Obligados a convivir en una jornada muy particular, ambos tratarán de sobrevivir al roce emocional.
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