Revista Tendencias
Que Mario Vargas Llosa escribe como los ángeles es algo que se sabe en todo el mundo. Sobre todo ahora, que ha sido tocado con el dedo de la nobel y sueca inmortalidad. Por eso de las casualidades y cuando mi mujer y yo hemos decidido ir cambiando la provinciana ciudad de Madrid (cada vez más provinciana, qué le vamos a hacer), por la mucho más amplia, nublada e internacional capital de La Grandeur, mira tú por dónde que el escritor hispano-peruano nos cuenta de exilios, más o menos voluntarios y de sueños, más o menos, perturbados (EL PAÍS, 2 de enero de 2011, LA CUARTA PÁGINA, OPINIÓN, pág. 27):
Cuando yo era niño se hablaba en mi familia de un lejano tío que, una mañana soleada, dijo a su mujer que iba un momento a la Plaza de Armas de Arequipa a comprar el periódico. No volvió nunca más y sólo muchos años más tarde se supo que había muerto en París. Cuando yo preguntaba a qué se había fugado ese tío a París, la abuelita Carmen y la Mamaé me respondían al unísono:
- A qué iba a ser, ¡a corromperse!
Del resto del texto hablaremos otro día, porque hoy me apetece, y mucho, centrarme en la última palabra que aquí transcribo del gran escribidor: corromperse.
Corromper, más allá de lo que dicen las malas lenguas, implica simplemente cambiar la forma de algo. La forma de una vida, por ejemplo. También significa pervertir o seducir a alguien. Seducirnos a nosotros mismos, pongamos por caso. Por eso de intentar gustarnos más o hacer más felices a los nuestros: a nuestros hijos, fundamentalmente.
Dicen que corromper es fastidiar, incomodar, alterar, pero esto sólo es aplicable a los que dicen ser de los nuestros, porque a los otros, ni les va ni les viene lo que hacemos. No es malo, por cierto, querer vivir siempre en tu pueblo, pero tampoco es excepcionalmente bueno. Cada uno a lo suyo y Dios, si es que existe, a lo de todos.
En cualquier caso digamos que prefiero corromperme en París (si es que allí debo inhumar mi futuro, ojalá que muy futuro, cadáver) que seguir muriendo en una ciudad que empieza irremediablemente a correr el riesgo (los gestores de la ciudad sabrán por qué) de perder también su último tren.
Luis Cercós (LC-Architects & Cabas y Cercós Arquitectos)
http://www.lc-architects.com/