En el partido entre el Barcelona y el Real Madrid por la Copa del Rey había tantas banderas catalanas y españolas oponiéndose ente sí que parecía más que la lucha entre dos equipos de fútbol de dos ciudades españolas, una guerra entre una parte de España, Catañula, contra España.
Para cualquier no madrileño la bandera española se reserva a la Selección nacional en los campeonatos internacionales, y su apropiación por los madridistas supone la explotación manipuladora de un símbolo que corresponde a todo el país.
Apoderarse de lo español hace que muchos españoles a los que no les gusta el Real Madrid, sino el Barcelona, el Valencia, el Sporting de Santander, el Athletic de Bilbao o el Depor de A/La Coruña, no se identifiquen demasiado con la bandera nacional.
Cierto, el nacionalismo catalán ha querido convertir al Barça en “mès que un club”, una suerte de ejército catalanista o Selección nacional.
Pero debe recordarse que está infestado por jugadores españoles no catalanes y extranjeros, y que fue fundado por un suizo, Hans-Max Gamper Haessig (Joan Gamper), con extranjeros mayoritariamente protestantes, como él.
Los catalanes crearon como respuesta el Español, de recios católicos españoles. Pero la vida da vueltas, y aquí estamos ahora.
El españolismo se queja del uso de la senyera catalana como elemento separatista por numerosos barcelonistas. Gran parte de la afición del Barça es de toda España y tan española como ellos.
Siendo Madrid hoy una ciudad más abierta y culturalmente más rica y libre que Barcelona, que va quedándose en un casposo provincianismo, es llamativo que los aficionados del principal club de la capital no usen la bandera autonómica como los catalanes la suya.
Poner en igualdad y a rivalizar dos banderas, la bandera nacional, y la autonómica, es un gesto desequilibrado y separador.
(Al margen de que el resultado podría señalar la decadencia de Rodríguez Zapatero, il patrone del Barça).
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SALAS, sabio