Revista Diario

Madurando: la angustia de muerte

Por Belen
Vamos dando grandes saltos madurativos en los últimos meses, su cerebro y su corazón avanzan como caballos desbocados a los que no puedo detener. Mi hijo se hace mayor, es un hecho, una realidad. Y yo, como madre, tengo que adaptarme a los nuevos tiempos, mi hijo cambia y yo debo hacerlo con él. 
Seguro que todos os recordáis siendo niños, en vuestro cuarto a oscuras y con miedo, pensando en la muerte. ¿No es así? Me recuerdo a mi misma, llorando, asustada, pensando en el vacío, en la ausencia de todo, y no podía evitar que las lágrimas vinieran a mis ojos. 
Eso mismo le ha ocurrido a Rayo hace unos días. La diferencia entre Rayo y yo, la edad. Yo era mucho más mayor que mi hijo. A sus tiernos 5 años, se ha empezado a hacer preguntas importantes, serias, y ha empezado a sufrir lo que todo ser humano siente en algún momento de su existencia: angustia de muerte. Es lo que nos caracteriza como seres humanos, ser conscientes de nuestra vida y de nuestra muerte. 
Ya sabéis que mi lema es: "no contestar más que lo que tu hijo pregunte". Da igual que la respuesta sea vaga, inexacta, solo debemos contestar lo que pregunten y no dar información de más. Si está preparado para recibir más, seguirá preguntando. Y sino, como ocurre en la mayoría de las ocasiones, procesará las respuestas recibidas para continuar el interrogatorio en otro momento. 
Eso es lo que ha estado pasando con este tema. Empezó a jugar con el verbo "morir", y con el concepto de "muerte" sin darse mucha cuenta de su dimensión, o bien simplemente tanteando el camino. Yo le dejaba estar, no interfería, pues sabía que se acercaba el momento y sería delicado. Ya sabéis lo sensible que es, no iba a ser menos para algo tan importante, no me equivocaba. 
Este proceso de asimilación ha durado meses. Pero yo no he hecho nada, pues él ha estado procesando, pensando, analizando, midiendo. Rayo es un niño extremadamente analítico, observador, introspectivo, y necesita tiempo para poder procesar toda la información que suele absorber. Un día llegó afirmando -que no preguntando- que un pintor que habían estudiado en el cole estaba muerto. -Sí cariño- afirmé yo con toda la naturalidad del mundo. Y él siguió pensando sin preguntar nada más. 
El taller de arte del cole ha debido desencadenar esta cascada de pensamientos pues a los pocos días llegó a casa afirmando lo mismo, esta vez de otro autor. Volví a contestar igual y él calló. Pero la otra noche la bomba estalló. Estaba en el baño y de repente la temida pregunta: -Mamá, ¿todos nos morimos?
No debemos nunca mentir a nuestros hijos, aunque la verdad duela, aunque cueste días de lloro y decepción. Porque cuando sepa la verdad le invadirá un sentimiento de desconfianza y una gota de rencor hacia nosotros. -Sí cariño, todos nos morimos. El estallido fue tremendo, demoledor y muy doloroso. - Mamá yo no quiero morirme, ¡tengo miedo! Había llegado el momento de sentarnos a hablar, de intentar hacerle comprender y sobre todo de enfrentarle a una de las más crudas realidades de la vida. 
Su padre y yo no somos creyentes, y sin ánimo de que nadie se sienta ofendido, pienso que quienes sois creyentes tenéis un camino mucho más llano en este sentido. El colchón que da la religión es inmenso para el tema de la muerte. Por suerte o desgracia (según opiniones) nosotros no cultivamos ninguna fe, y no estamos educando a Rayo en ninguna religión. Eso no quita que él pueda elegir una opción distinta a la nuestra el día de mañana. Aunque no lo creáis las opciones van a estar disponibles para él, y en este difícil tema, también me pareció adecuado que las tuviera. Principalmente porque yo no puedo ofrecerle una respuesta en la crea firmemente, porque tengo mis dudas, y porque no puedo intentar "convencer" a un niño de algo que yo no me creo. No creo a pies juntillas que nos volvamos cenizas sin más, no creo a pies juntillas que nos fusionemos con la naturaleza, no creo a pies juntillas que nos volvamos energía, no creo a pies juntillas que volvamos a vivir otra vida, no creo a pies juntillas que vayamos al cielo o similar. Lo que sí creo es que hay un después, y eso fue lo que quise transmitirle. 
Mi hijo, como siempre muy sabio, asumió que la muerte es el fin y después viene,...., la nada. Le expliqué el ciclo de la vida, como se crea el milagro, se crece, se vive, y finalmente se muere, como el fin de un ciclo. Pero ese final no ha de ser definitivo y la muerte no debe llevar impregnado ese toque amargo que sus lágrimas tenían aquella noche. Y le di las diferentes opciones, lo que yo creía que podía pasar pero sin asegurarle nada, porque realmente no lo sé. Pero transmitiéndole mi fe de que no es el final, sino un tránsito. 
A continuación vinieron preguntas y conclusiones muy duras para una criatura de 5 años. Se dio cuenta que pronto podrían faltar sus abuelos, puesto que eran los más mayores. Le embargó una pena terrible. Y se dio cuenta que su padre y yo moriríamos, y eso pudo con él. -No quiero estar solo mamá, yo quiero estar con vosotros siempre. Tuve que contenerme para no llorar a su lado. Y ahí le confesé lo que creo de corazón: -Tu y yo siempre estaremos juntos, pase lo que pase, siempre estaré a tu lado. Mi niño se abrazó a mi y suspiró..... Así lo creo, ni la muerte podrá apartarme de mi ángel. Y sé que eso le dio seguridad.  Esa pequeña muleta dio pie a que incluso gastáramos alguna broma, y se relajó. Se fue a dormir y no tuvo pesadillas, no se despertó, simplemente durmió.  Al día siguiente al salir del colegio, lo primero que me dijo al verme fue -Mamá yo no quiero morirme. Y me pidió que le contara de nuevo la historia de lo que pasa cuando nos morimos. Y se la volví a contar, y le volví a dar las diferentes opciones, pero sin afirmar porque ni yo misma sé que pasará cuando esta vida se acabe. Mi niño lo tiene claro, por ahora elige vivir de nuevo y quien soy yo para contradecirle. ¿Acaso alguien sabe qué pasa después? Creyente o no creyente si queremos dar un después a la muerte es una cuestión de fe. 


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