El encuentro, la emboscada y, en todo caso, el fuego cruzado al estilo ruso de Putin, entre las fuerzas militares venezolanas y el grupo terrorista de Oscar Pérez, finalizó con la muerte de dos policías, la de Pérez y, sumó otra acción de fuerza al Gobierno de Nicolás Maduro.
En Venezuela los recuerdos de muchas generaciones corren por los caminos de la adaptación al medio donde se vive y al momento que se vive; esas dos referencias son constantes que han permitido a los venezolanos “ir llevando” una descomposición social que dura decenas de años.
Reflexionar sobre el gran país del sur con los valores europeos o norteamericanos resulta poco útil, no son comparativos y plantea de inicio un ventajismo para los segundos.
Sin embargo, no se trata de renunciar a los principios adquiridos desde la niñez en el mundo desarrollado; de lo que hablamos es de comprender que a todos los díscolos, por su comportamiento, se les castiga desde todos los lados.
A Pérez el presidente Maduro le advirtió que tendría una oportuna respuesta, nunca habló de quitarle la vida. Ahora, una vez más, muchos entendemos que el régimen de Maduro esté cuestionado por unanimidad, una unanimidad que no sabemos exactamente cómo ha surgido, pero que en todo caso ha sido capaz de formar un juicio sobre lo malo que es ser bolivariano o, ser como Pérez, un insurgente.
Conocemos que Trump ha creado un nuevo eje del mal, liderado por Venezuela, Irán y Corea del Norte; para el limitado hombre color zanahoria el gran mal de Maduro consiste en haber creado una dictadura socialista, las de derecha, para Trump, son inocuas, incluso democráticas: Arabia Saudita o Filipinas son buenos ejemplos.
Esa unanimidad se ha encargado de reproducir mundialmente, una y otra vez, el mismo balance hacia el chavismo: el socialismo del siglo xxi no funciona, es una fábrica de delincuentes, no es estético, no es creíble, ni inteligente, ni héroe y, además es un enemigo social; por ello la conclusión es simple: si no se puede transformar hay que encarcelarlo o, destruirlo.
Esa era la meta de Pérez y, ese era el precio, el único ya establecido por la clase política antibolivariana, lo que llamaría Chávez, la “casta” mundial (subrayado propio), no obstante, no es exactamente el mismo precio que se le impuso a Pérez, aunque todavía no haya aparecido su cuerpo.
Esta respuesta policial de Maduro no parece haber sido percibida como un síntoma de su fuerza o solidez política; más bien se antoja a una de esas líneas frágiles de un sistema que sobrevive a duras penas con este tipo de acciones, una contradicción fundamental a lo que los chavistas denominan revolución pacífica y una puesta sobre la mesa bolivariana del si no estás conmigo estás contra la libertad.
José Antonio Medina Ibáñez.