Revista Educación
En nuestro país, la ley 41/2002 que regula la autonomía del paciente, ofrece a los adolescentes la posibilidad de tomar decisiones referentes a tratamientos médicos sin la autorización de sus padres. Entre estos tratamientos médicos se incluye la posibilidad de abortar. A priori podría parecer una insensatez, ya que la representación social de la adolescencia incluye entre los tópicos más aceptados el de su supuesta inmadurez cognitiva. Y digo supuesta porque la evidencia empírica disponible sobre este asunto es bastante clara: a partir de los 15 años las competencias cognitivas de chicos y chicas son similares a las de los adultos. Este hallazgo no es nuevo, ya en 1989 la Asociación Americana de Psicología había afirmado:
“En torno a los 14 años la mayoría de adolescentes han desarrollado capacidades intelectuales similares a las de los adultos, incluyendo aquellas habilidades específicas que la ley reconoce como necesarias para comprender las alternativas a un tratamiento, considerando sus posibles riesgos y beneficios, y dar un consentimiento legalmente competente” . (APA, 1989, p. 20)
Sin embargo, en otro ámbito, la Ley de Responsabilidad Penal del Menor aplica sanciones diferentes a las de los adultos a esos mismos adolescentes menores de edad. La razón principal de este tratamiento diferencial se basa en la atribución de una culpabilidad o responsabilidad atenuada en función de una relativa inmadurez. En relación con este asunto también se había pronunciado la Asociación Americana de Psicología:
“Dado que los adolescentes de 16-17 años tienen menores niveles de madurez evolutiva que los adultos, imponer sanciones capitales a estos adolescentes no serviría a los propósitos judicialmente reconocidos de la sanción”. (APA, 2004, p. 13)
A raíz de las dos afirmaciones anteriores la polémica está servida, y con mucha razón se podría argumentar que los psicólogos no tenemos criterios claros acerca de la madurez cognitiva de los adolescentes. Sin embargo, la contradicción entre la consideración de que los adolescentes son maduros para poder tomar decisiones con respecto a una interrupción voluntaria de su embarazo pero inmaduros para asumir una plena responsabilidad penal es sólo aparente. Podría hablarse de paradoja si las competencias cognitivas necesarias para tomar decisiones sanitarias y para la conducta criminal fueran las mismas. Sin embargo, los datos disponibles parecen indicar lo contrario.
Aunque no siempre ocurra así, en términos generales se puede decir que la mayoría de adolescentes que contemplan la decisión de abortar lo hacen tras consultar con algún adulto (al menos con el personal sanitario), hablar de ello con otros compañeros, contemplar otras alternativas, etc. Es decir se tratará de una decisión que, sin estar libre de componentes emocionales, suele ser meditada.
En cambio, no puede decirse lo mismo del comportamiento antisocial ya que los actos criminales, salvo excepciones, suelen tener lugar de forma impulsiva, no planificada, en compañía de los iguales, y sin la presencia de adultos. Así, aunque algunas de las capacidades relevantes para la toma de decisiones en ambos contextos pueden ser similares, las circunstancias que definen la conducta madura en cada uno son claramente diferentes, ya que resistir a la influencia de los iguales, pensar antes de tomar una decisión o considerar las consecuencias futuras de una acción son determinantes más claros en el caso del comportamiento criminal. Y esas competencias no están desarrolladas por completo a los 16 años, muy al contrario y como bien ha mostrado la investigación, presentan claras limitaciones,.
Por lo tanto, podríamos decir que mientras que las capacidades que podrían englobarse en lo que se denomina “cold cognition” –necesarias para tomar decisiones en el ámbito sanitario- muestran un nivel similar en adolescentes y adultos, las competencias que configuran la “hot cognition” –más importantes para prevenir conductas criminales y de riesgo- distan mucho de haber madurado antes de los 18 años. Es decir, mientras que los estudios que analizan las habilidades de razonamiento lógico y procesamiento de información en situaciones estructuradas encuentran pocas ganancias a partir de los 15-16 años, otras competencias psicosociales, como la búsqueda de sensaciones, la orientación al futuro, la impulsividad o la susceptibilidad a la presión del grupo, continúan desarrollándose hasta la adultez temprana.
Steinberg, L., Cauffman, E., Woolard, J., Graham, S., & Banich, M. (2009). Are adolescents less mature than adults? Minors’ access to abortion, the juvenile death penalty, and the alleged APA “flip-flop.” American Psychologist, 64, 583–594.
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