Llevábamos tiempo queriendo visitar Mae Salong y, si necesitábamos alguna excusa para hacerlo, la propuesta de un amigo de seguir los pasos de uno de los más famosos señores de la guerra birmanos y productor de la mayor parte del opio que se producía en el Triángulo de Oro y que copó el mercado de la heroína consumida en Estados Unidos a principios de los 90 parecía un buen aliciente.
Al visitar Mae Salong tienes la sensación de haberte trasladado a otro país. Y casi es así. El precioso escaparate de montañas que se divisa desde la carretera que lleva a Mae Sai se convierte en la frontera que atravesamos para pasar al antiguo reino del opio, ahora reconvertido en república del té. Una vez pasadas las cimas que divisábamos desde la autopista, podemos deleitarnos admirando más montañas, valles y campos de té. Algunas de esas montañas están en territorio Birmano. Esta es la zona donde hace unos 50 años las tropas del Kuomintang (KMT), empujadas por el Partido Nacionalista Chino liderado por Mao, se establecian tras ser expulsadas del gigante asiático. Las divisiones que no pudieron alcanzar Taiwan, formadas por varias decenas de miles de soldados, se establecieron en suelo tailandés y birmano, casándose y teniendo descendencia aquí. Aunque muchos de ellos se conviertieron en agricultores, todavía se mantuvieron organizados y disponían de mucho armamento, sirviendo de escolta a los cargamentos de opio que tenian como destino el mercado occidental.
Lo primero que hicimos tras llegar a Mae Salong Villa y descargar el equipaje fue visitar la Phra Boromathat Chedi, construida en lo alto de una de las montañas que rodean el pueblo. Fue levantada en honor a Srinagarindra, madre del actual rey de Tailandia. Por dentro no es muy espectacular, pero en la última planta hay un curioso altar en el que la gente deposita monedas de canto para atraer a la buena suerte. A mí me costó un minuto largo conseguir dejar la mía en equilibrio. Además desde ese punto se tienen una buena vista del valle. Se puede acceder en coche o andando desde el pueblo los 718 escalones que llevan a ella. Nosotros decidimos usar el primer método para subir y, los cuatro más intrépidos, bajar la escalinata a la vuelta.
La mayor parte de la actividad en Mae Salong gira alrededor del té. Lo que hace años eran inmesas plantaciones de opio ahora son innumerables filas de arbustos del té. Hay infinidad de tiendas ofreciendo distintas variedades, aunque el que tiene mayor fama en esta zona es el té Oolong. Resulta curiosa la forma que tienen de degustar la infusión; utilizan un pequeño cuenco para beber y un vaso alargado parecido a los de chupito desde el cual inhalan el aroma. No hay que volverse loco comparando tiendas y tés, ya que mucha de ellas pertenecen a los mismos dueños y muchas de esas mismas bolsas se pueden ver en Chiang Mai.
Por supuesto no se debe perder la oportunidad de probar auténtica comida china, lejos de los tallarines tres delicias a los que estamos acostumbrados en los restaurantes chinos españoles.
Y, hablando de cosas auténticas, aquí se pueden ver a las auténticas hill tribes, especialmente Akha, sin necesidad de ir a zoológicos humanos que no son más que un escenario para contentar a los turistas.
Aunque uno se siente muy a gusto disfrutando del té y de los atardeceres y amaneceres que se pueden apreciar desde Mae Salong, nuestro objetivo del viaje no era sólo el relax, sino explorar los alrededores. Teniendo Mae Salong como campamento base, se pueden realizar diversas expediciones.
En la primera de ellas nos dirigimos a Doi Tung. Aquí se encuentran varias atracciones, aunque la mayor parte de ellas no cumplieron con nuestras expectativas. Se puede pagar la entrada individualmente o comprar un bono para 3 de ellas. Nosotros hicimos lo segundo y me pareció una pérdida de tiempo y dinero. Primero visitamos el Mae Fah Luang Garden, que sin ser impresionante, sí que resulta agradable a los sentidos y merece la pena pasear por él y disfrutar del colorido de plantas y mariposas que hay en él. Lástima no haber esperado aquí a que los demás visitaran las otras dos zonas.
La segunda, que prometía mucho por el nombre, era el Hall of Inspiration. Lo que a mí me sonaba a un lugar para la elevación espiritual, es sólo una galería para la propaganda y ensalzamiento de la familia real tailandesa.
Y la tercera, la Villa Real. No sólo no es una construcción de lo más corriente, sino que casi toda la parte habitable estaba cerrada y también áreas del exterior eran custodiadas por soldados y no eran accesibles al público.
Por lo menos nos resarcimos con un buen café, comprando algunos souvenirs, y admirando el paisaje. De verdad que, si no tienes problemas de mareos, nunca te cansas de ver los verdes valles y laderas que parecen no tener fin.
Al regreso de Doi Tung paramos en dos aldeas tribales cerca del pueblo de Mae Salong. Una de ellas Akha y otra Lahu. Ninguna de ellas contaminada, aparentemente, por el turismo. En la primera nos dijeron que se pueden hacer homestays por 100 bath la noche (la comida creo recordar que salía por 40 bath).
En la segunda nos encontramos a algunas mujeres trabajando en unas faldas que les lleva meses tener terminadas.
Las mujeres de más edad todavía llevan las ropas típicas que los turistas están deseando ver y fotografiar. Pero aquí su trabajo no consiste en posar y sonreir al turista de turno y sacar dinero de las entradas y los productos “típicos” que les venden a los guris. Las mujeres que estaban cosiendo no tenían problemas con las fotos, menos una de las vestidas tradicionalmente que nos pidió 20 bath entre risas si queríamos fotografiarla. El resto de los pocos habitantes de la aldea tenían poco menos que pánico a la cámara, ya fueran niños, adultos o ancianos.
Me parece lamentable el pagar 500 bath en Chiang Mai para ver a las mujeres jirafa y demás etnias cuando puedes ir gratis y ver a gente libre; tratarles y hablar con ellos como personas normales. Aunque claro, sin los collares de 20 centímetros de alto formados por aros dorados no quedan tan bien las fotos que luego vas a enseñarles a tus familiares y amigos en casa.