De cómo el violinista invita a recorrer la ruta de los zíngaros a modo de lección de música universal, magia en Santa Catalina
Sencillamente magistral. No hay países extranjeros. El pañuelo es un mundo. Sin rollos macabeos, ni fuegos de artificio, a la fresquita, lleno total en el Castillo de Santa Catalina. "Un lugar mágico y maravilloso", preludia Ara Malikian, melena al viento, pantalones vaqueros, violín pegado al corazón, el artista libanés de origen armenio comanda un viaje excepcional por la ruta de los zíngaros, que se transforma en lección sublime de música sin fronteras. De la India a Cádiz, sin llegar a explosionar en el flamenco. De la frenética, caótica, abstracta y efímera Danza de la Felicidad a los Aires Bohemios de Sarasate. Malikian quiebra una cuerda, señal de buena fortuna, "eso me pasa por correr", y entabla una encantadora relación con el público, se expresa con fraseos únicos al violín y con un característico sentido del humor a viva voz. Tenía razón, los libaneses poseen un "age" especial, la gente sonríe por bajini o se deja mecer por las historias del artista, que recuerda el paso de romanos, griegos, persas u otomanos por el pequeño país natal de sus padres, Armenia. "Nos han dado bofetadas por todas partes". Luego invita a Adán y Eva al Arca de Noé, reinventado las escrituras, hasta culminar la montaña sagrada de Ararat. "¿No estuvieron Adán y Eva en el Arca de Noé? Yo estoy convencido de que fue así".
Como los vascos o los gaditanos, que nacen donde les da la gana, los libaneses de origen armenio establecidos en España o en cualquier rincón del mundo se sienten partícipes de la creación. Como Charles Aznavour, francés de origen armenio, "o como Nadal y Alonso, que cuando ganan también son de origen armenio. Y Obama, armenio de toda la vida", bromea el artista antes de bordar las danzas de Armenia y del Sable, respectivamente. A renglón seguido, cambia el rumbo hacia los sones árabes con su insultante sencillez, la noche se antoja vibrante y espiritual, madre e hija suspiran en las últimas filas, ambas dos ataviadas con elegantes mantones de Manila. A ls postre bailarán como dos niñas. El público, mismamente, pierde edad por momentos, Malikian imparte una clase de música a todos los niños. El niño que creció en refugios antiaéreos del Líbano y que padeció guerras consecutivas sin alma ni razón, cautiva ahora al personal en una antigua prisión militar. Habla de la influencia de los zíngaros en clásicos como Rachmaninoff, Listz, Schumann o Mendelsson. Relata una surrealista peripecia de Khatchaturian, el músico ruso de origen armenio, con Salvador Dalí, que lo recibió en pelotas montado en una caballo de cartón, y entonces las cuerdas pugnan entre sí por Dvorak, a modo de nana traviesa, la Danza Húngara y una pieza de su cosecha, Pisando Flores, con tintes judíos. Malikian dibuja cuadros entreverados de hechuras de tango, vals o ritmos mediterráneos, todo vale en constante diálogo con el cielo y la gente, y de pronto alguien presagia un asesinato de película, Malikian brinca, mira al tiempo en cuclillas o pone el acento en las claves de cada pieza. Cuenta cómo se buscaba la vida en Alemania, siendo un adolescente imberbe, tocando en bodas judías. Este hombre tiene mundo, tiene humor, carece de auras chungas, compró un billete sin retorno y aquí está, junto a las barquitas de La Caleta, dejándose querer. Piden algo de Falla. ¿"Sabéis algo de Falla?", pregunta a sus músicos. Torna el viento por Ástor Piazzola, el revolucionario del tango argentino universal, violines por bandoneones, y ya al final de la vía, pura improvisación, con guiños incluso a Deep Purple, y gloria bendita Ara Malikian percute sus nudillos contra el contrabajo incandescente y el cuarteto pisa la hierba y juega con el público a su altura. Malikian corre por el pasillo, la gente pulsa su memoria digital y Malikian anuncia que la próxima vez traerá un concierto gitano puro, dedicado al flamenco, al último viaje de los zíngaros, y otro concierto para Falla. "No tiene guasa el tío", sugiere una señora al fondo del mar, entre amores brujos y danzas del fuego. Baila el maestro.
La foto es de Lourdes de Vicente
Agosto, Verano, Diario de Cádiz