Creo que hacía más de dos décadas que no nos veíamos. Si acaso, alguna conversación telefónica y de eso hace ya unos cuantos años. Trabamos una sólida amistad en la década de los ochenta cuando recaló en Murcia, tras haber ostentado las corresponsalías de la agencia Efe, entre otros lugares, en Washington y Varsovia. En Polonia vivió la irrupción del sindicato Solidaridad, y allí entrevistaría varias veces a su líder, el emblemático Lech Walesa.
Yo era entonces un joven cargado de ilusiones y él ya destilaba veteranía y sobrada sapiencia en el oficio. Me encantaba compartir trabajo, algún viaje y muchas cervezas con mi amigo. En 1989, inicié un periplo profesional que me llevó a otros destinos por la geografía española. Él abandonó Murcia a mediados de los noventa, trasladándose a Madrid. Y allí continúa.
Le encantaba escribir y es esa una costumbre que sigue frecuentando. Su amplia cultura le permite hablar durante casi una hora -como hizo en Las Claras, hace unos días, sobre el filántropo Ricardo Codorníu, el apóstol del árbol y padre de Sierra Espuña-, sin un solo papel a la vista. Un portento de memoria y erudición, con un toque de filosofía mundana. Ese es mi amigo Enrique Morales Cano, con el que me reencontré en Murcia, mientras el reportero gráfico Guillermo Carrión se encargó de inmortalizarnos. Nos fundimos en un abrazo y quedamos en contarnos cómo nos había tratado la vida en el último cuarto de siglo. Habrá que ponerse a ello cuanto antes.