Revista Cine
En la historia de la música de cine hay algunos nombres que están grabados en letras de oro. El séptimo arte ha sido el canal idóneo para que muchos compositores hayan creado maravillosas partituras que, con el tiempo, se han convertido en himnos reconocibles por el gran público con sólo escuchar un par de compases.
Hasta ahora, he hablado con profusión del maestro John Williams, un mito por derecho propio en la historia de la composición musical cinematográfica. Pero ha llegado el momento de rendir tributo también a los grandes compositores clásicos que, con sus piezas, dieron vida a las exuberantes producciones de la edad de oro de Hollywood.
Y puestos a empezar, he decidido hacerlo con un gran compositor que vino del Este: Dimitri Tiomkin. Nacido en el seno de una familia judía rusa (Kremenchuk,1894), Dimitri se inició en la música a muy temprana edad instruido por su propia madre. Al pertenecer a una familia de posibles (su padre era un reputado científico) no le faltaron medios para continuar con su aprendizaje musical en San Petersburgo, donde recibió clases de grandes concertistas de piano.
Con el triunfo de la revolución bolchevique en Rusia, decidió trasladarse a Berlín con su padre. Allí continuó su preparación al tiempo que daba sus primeros pasos en la composición. En 1924 se traslada a París donde exhibe su dominio del repertorio clásico en las más prestigiosas salas de la ciudad de las luces. El productor teatral neoyorkino, Morris Gest, estaba en platea durante una de sus actuaciones y decidió contratarle como responsable musical de una compañía de ballet clásico.
Su llegada a Nueva York se produce en 1925 y no tarda en actuar en el Carnegie Hall con un repertorio de obras de Ravel, Scriabin, Poulenc, y Tansman. La crisis de Wall Street en 1929 reduce las oportunidades de trabajo en la Gran Manzana y es entonces cuando decide trasladarse a Hollywood donde su esposa había sido contratada como supervisora de números de baile en los musicales de la Metro. Tiomkin quería seguir con su carrera de concertista de piano pero, paralelamente, empezó a trabajar para los estudios haciendo arreglos. Esa implicación fue cada vez a más llegando a debutar como compositor de bandas sonoras en el clásico Alicia en el País de las Maravillas (1933). Su afán por continuar la carrera de concertista se vio truncada cuando se rompió un brazo en 1937. A partir de ese momento, decidió centrarse en la composición cinematográfica. Su amistad con Frank Capra allanó el camino puesto que el director decidió contar con él para la música de varias de sus películas: Horizontes Perdidos (1937), Vive como Quieras (1938), Caballero sin Espada (1939), Juan Nadie (1941), y Qué Bello es Vivir (1946). En esos años también empezó a trabajar con Howard Hawks y, con el tiempo, se convirtió en colaborador habitual de Alfred Hitchcock en títulos como La Sombra de una Duda (1943), Extraños en un Tren (1951), Yo Confieso (1953), y Crimen Perfecto (1954).
Con Fred Zinnemann estableció también una relación profesional fructífera. Tras componer la partitura de Hombres (1950), el debut de Marlon Brando en la gran pantalla, aceptó ocuparse del western Sólo ante el Peligro (1952). La película cosechó una mala aceptación en los pases de prueba y el estudio decidió posponer su estreno. Fue entonces cuando Tiomkin adquirió los derechos de la canción que él mismo había compuesto, "Do not forsake me, oh my darlin", y la volvió a grabar con la voz de Frankie Laine. El single registró unas ventas impresionantes en todo el país y fue entonces cuando United Artists decidió contratar a Tex Ritter para que interpretara la canción en la versión final de la película. El éxito del film fue apabullante y en la gala de los Oscar se alzó con cuatro estatuillas.
A lo largo de su carrera, que incluye más de 120 bandas sonoras, Tiomkin destacó especialmente en el western. Suyas son algunas de las melodías más reconocibles del género en películas como Duelo al Sol, Río Rojo, La Gran Prueba, Duelo de Titanes, Río Bravo, El Último Tren de Gun Hill, Los que no Perdonan, El Álamo, etcétera. Pero también hay que recordar que tocó todos los géneros y sus partituras están presentes en películas tan diversas como El Ídolo de Barro, Cara de Ángel, Tierra de Faraones, Gigante, El Viejo y el Mar, Los Cañones de Navarone, o 55 Días en Pekín.
Entre los galardones obtenidos por tan excelsa carrera destacan cuatro premios Oscar: Sólo ante el Peligro (BSO y Canción original), Escrito en el Cielo, y El Viejo y el Mar. Fue nominado hasta en 15 ocasiones más. Ganó ocho Globos de Oro y su trabajo en High Noon fue reconocido por el American Film Institute como una de las 10 mejores bandas sonoras de la historia.
Con su muerte, en 1979, desapareció un mito pero nació una leyenda.