Año: 2006
Editorial: Rayo Verde (2015)
Género: Novela
Valoración: Muy recomendable
El tema de los refugiados, que tan de moda se ha puesto últimamente, es una realidad que por desgracia lleva existiendo desde siempre y que, para mayor desgracia todavía, sigue sin solución aparente. Sin ir más lejos, el libro que nos ocupa hoy, El defecto (muchas gracias, Rayo Verde, por cierto), vio la luz hace casi 10 años, pero tiene tanta vigencia como si hubiera sido escrito ayer.
En una ciudad sin nombre, que perfectamente podría pertenecer a cualquier país del centro de Europa, en un momento también indefinido (pero que tiene aires de principios/mediados del siglo XX), hay una plaza circular surcada por un tranvía. Los vecinos de la plaza comprueban (primero con asombro, luego con indignación y más tarde con repulsa) cómo el espacio público comienza a ser ocupado por centenares de refugiados venidos de nadie sabe dónde. Antes que preocuparse por cómo, cuándo, dónde o porqué, los vecinos prefieren buscar la forma de deshacerse de esta indeseable incomodidad. Todo ello en un ambiente político enrarecido, delicado, donde se palpa la inestabilidad de un golpe de Estado, una guerra, o ambos.
Con El defecto, nos topamos con una novela de pocas páginas, pero muy largo recorrido. No tiene capítulos, pero no los necesita, ya que lo conforman una sucesión de párrafos alineados en orden cronológico. Cada uno de ellos implica una gran multiplicidad de ideas, muchas más de las que en principio podría creerse. Esto, claro, hace que la lectura se ralentice, lo que no afecta al desarrollo de los acontecimientos; incluso estimula las ganas por seguir conociendo más de esta plaza y sus habitantes. La forma de relatar la historia, sin protagonistas (nadie responde a un nombre concreto) ni narrador fijo, saltando de personaje en personaje según la ocasión, le dan a esta historia un aire liviano, incluso infantil. Nada más lejos de la realidad. Esta estructura, en principio aleatoria, nos permite acercarnos a los personajes y conocer sus miserias, sus miedos más ocultos, que, al fin y al cabo, comparten en gran medida con el propio lector. Y es un shock cuando se descubre que diseccionar la cerrada y egoista sociedad de El defecto es, en realidad, desnudar las vergüenzas del mundo que nos rodea.
Magdalena Tulli se desmarca como una maestra de la ironía. Sabe cómo envolver la narración en una especie de juego macabro, usando un sentido del humor con el que uno no sabe si reírse o avergonzarse. El defecto enarbola la bandera de la crítica más devastadora, y a la vez, más sutil. Tiene en su punto de mira resultar incómoda, antiprotocolaria, incluso polémica, y no es sólo por la aparición de unos refugiados a los que nadie quiere, sino por episodios como la formación espontánea de las milicias de la plaza, o el ascenso al poder del camarero, la insubordinación de los niños, o la misteriosa aparición de los signos de interrogación que, por no saberse qué podrían significar, son identificados como un símbolo de desobediencia a erradicar. Y es que esta novela está tan llena de retazos de un cierto realismo mágico que, de no ser por los abrigos, la nieve, y esa estética centroeuropea, cualquiera podría decir que la plaza está situada en el municipio de Macondo. Sea como fuere, este libro es, sin duda alguna, uno de los más subversivos y brillantes que cualquier lector pueda encontrar en una librería.
Para finalizar, quisiera apuntar que, pese al uso del humor y una cierta fantasía ya comentados, El defecto se ha mostrado como un texto capaz de mostrar la realidad, ya que vaticinó la respuesta de los que acogen (sin pretenderlo) a los refugiados, hechos de sobra conocidos por todos.
En fin, que no puedo dejar de recomendar encarecidamente esta obra, inteligente como pocas, capaz de hacer reír, escandalizar e indignar, pero cuyo fin absoluto parece ser que el lector se ponga a pensar. Y vaya si lo consigue.
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