Revista Música

Mágico Sir Paul

Publicado el 14 noviembre 2010 por Bitacorock

Y se vino Paul McCartney nomás. Diecisiete años habían pasado desde su primera vuelta por Buenos Aires, acompañado de su muy recordada esposa Linda Eastman y una banda que hizo tronar el estadio de River. Es que, para terrenos que le fueron esquivos a los Beatles, la visita de uno de ellos que traía consigo buena parte del repertorio de la banda más fenomenal del siglo XX constituía de por sí una fiesta.

Mágico Sir PaulHoy 2010, la fiesta volvió a convocar no sólo al público del ’93 y/o muchos otros que no tuvieron la oportunidad de llegarse al Monumental, sino también a los que por entonces ni siquiera habían nacido, por lo que puede inferirse que la feliz ocasión reunió a tres generaciones diferentes.

Si hay un rasgo definitivamente notable en todos estos rockeros que nos hicieron crecer alegremente al compás de su música es su perdurabilidad. Perduran sus sonidos, pero también su presencia física, más allá de la edad... que llega... pero que nunca se los lleva. Símbolo inequívoco de pasión que los convierte en un cúmulo de notas musicales corporizadas en un ser de carne y hueso.

¿Qué si no puede mover a artistas bien entrados en años y de envidiable pasar económico a recorrer el mundo de escenario en escenario? A sus 68 años, Paul McCartney podría muy bien retirarse y disfrutar de su millones merecidamente ganados desde su mismísima adolescencia. O podría grabar un disco de tanto en tanto, sabiendo que vendería miles y miles de copias por adelantado. Pero no, elige la opción más dura aunque evidentemente la más gratificante, tanto para sí como para el público. ¿Que su voz ya no es la de antes? Qué importa si aún nos la puede regalar, si todavía puede arrojar su magia sobre cada nota que toca y canta! Pongamos nosotros lo que falta (si somos capaces) y disfrutemos juntos de un momento inolvidable.



Uno a veces se pregunta qué debe sentir en su fibra íntima un artista como Paul -que admite tener que controlarse para no estallar en lágrimas cuando entona ciertos temas- ver siempre marejadas humanas delante suyo. Millares de personas que concentran su vista en un solo punto mientras él apenas si puede reconocer alguna cara. ¿Qué debe experimentar un ídolo modesto y hasta campechano, al que su impresionante fama jamás se le subió a la cabeza -ni jamás otorgó concesiones que marcharan en detrimento de su música, actitud y estilo de vida- frente a los atronadores aplausos y vítores que recoge vaya adonde vaya, en cualquier parte del mundo?

Porque... son humanos después de todo. Sienten igual que nosotros -que no somos conocidos ni aquí a la vuelta- y tienen la necesidad de expresarse y compartir dicha expresión. Pocos lo logran a niveles de semejante magnitud, pero un detalle es excluyente: sin talento jamás sería posible.

El magnetismo de Sir Paul es tan poderoso que incluso aquellos que no pudimos sumar nuestra presencia en River, aunque fuere en algún lejano asiento de la general Enrique Sívori, tampoco dejamos de temblar y estremecernos ante lo que vimos por TV o YouTube. Extraña cualidad que sólo pocos ostentan en estos tiempos que corren.

Ojalá no transcurran otros 17 años para que volvamos a ver a Paul McCartney en la Argentina... aunque pensándolo bien, el viejo Paul aún nos haría delirar de emoción a sus 85...

Lo que sigue es un racconto de las impresiones de nuestro gran amigo Gustavo Freiberg, que sí tuvo la dicha de asistir al último show del jueves 11 y que ha sido tan gentil no sólo en compartirlas en la web, sino también en permitir su reproducción aquí en Bitácora.

Nos cuenta Gustavo, con conmovedora elocuencia...

"Ayer fue un día inolvidable, de esos que te hacen decir que fue el mejor de tu vida (aunque de estos hay muchos por suerte). Nunca un tipo me hizo reír y llorar tanto en un recital. Eramos muchos para ver sólo a un tipo, increíble, ¿no? Y este tipo me hizo reír con su simpatía y llorar al ver la fotos de mi vida.

¿Cómo CREER que él estaba ahí? Cuando empezó a sonar cayeron mis primeras lágrimas: estaba Paul ahí, estaban los Beatles ahí. Todo para nosotros, y nosotros para él. Le dije a mi hijo: "¡es el bajo de Paul!", algo que siempre decimos cuando vemos a alguien tocando el bajo con forma de violín. "pero ¡¡¡ES PAUL!!!" ¡¡¡No era otro!!!

¿Qué decir de todas las canciones que cantó? 2 horas 40 minutos sin parar de disfrutar de las canciones de los Beatles y de su época solista. Me fuí con el alma llena, no podía pedir más.

Me abracé a mi mujer cuando cantó "My love", una canción que misteriosamente me sonaba en la cabeza cuando me puse de novio con ella.

Lloré cuando cantó "Let it be" mirando a la cámara desde el piano, como en la película.

Vi mi Winco, con mi primer simple comprado a los 9 años, cuando cantó "Get back" o "Toma revancha" como le pusieron acá.

Canté a rabiar "Back in the U.S.S.R.", rock & roll de aquellos. Lo mismo con "Helter Skelter" y otros más. ¿Cómo rockea el jovato! (¿jovato?).

Cantamos todos juntos "Hey Jude", la del cassette en Mar del Plata, a mis 13 años.

Me abracé a mi familia con "Yesterday" y las lágrimas seguían rodando.

Y las lágrimas siguen cayendo al escribir esto. Creo que la emoción va a quedar guardada por siempre en algún lugar de mi corazón. Y lo único que puedo decir es GRACIAS PAUL, por todo esto, por permitirme revivir momentos únicos de mi vida, por compartirlo con mi familia, por sentir que estuve cerca de los Beatles por un momento.

GRACIAS PAUL por estar aquí. Gracias por tu genialidad. Gracias por tu música. Gracias. Gracias. Gracias."


Así es: GRACIAS PAUL... y hasta la vuelta!!!


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