Viernes 14 de octubre, 20:00 horas. Centro Cultural CajAstur, Oviedo, inicio de la XX Semana de Música de CajAstur. Piano a cuatro manos, "Dúo Wanderer" (Mª Teresa Pérez Hernández y Francisco Jaime Pantín). Obras de Mozart, Schubert, Ravel y Gershwin.
No me canso de escuchar música, la de cámara siempre me devuelve a los inicios, la de piano aún más, y con cuatro manos ¡mejor que con dos!. Del "matrimonio Wanderer" siempre aprendo y sobre todo disfruto de su Magisterio, con mayúsculas, maestros que comparten no ya docencia sino pasión y vida, algo que se nota escuchándoles y donde los roles parecen estar claros: Mayte la melodía, Paco el acompañamiento, femenina y masculino aunque no siempre sea así en la música, pero con un protagonismo tan equilibrado que cerrando los ojos escuchaba un piano mágico tocado por 20 dedos y abriéndolos veo las 4 manos en común unión como si de un sólo cuerpo y mente saliese todo. Incluso a la hora de pasar hoja parecían repartirse la tarea, esperando que el "incidente final" no sea causa de desavenencias en la cena tras el concierto, que seguro no y solamente ellos saben a cuál me refiero.
Además la elección del programa de este concierto, que inaugura una semana musical por varias localidades asturianas y que cerrará Muti en Oviedo el día antes de recoger su Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2011, ha sido no ya una declaración de intentaciones sino toda una clase de hora y media sobre El piano a cuatro manos a lo largo de la historia en sus autores más representativos: Clasicismo, Romanticismo, Impresionismo y Jazz.
La primera parte comenzaba con la Sonata KV 521 en DO M. (Mozart), sutilezas por todas partes, sin pedales que emborronasen el límpido discurrir musical del Allegro, figuraciones exactas que lograban desde una técnica impecable. El Andante totalmente lírico, embriagador y cristalino en las semicorcheas, nuevamente perfectas, cual agilidades operísticas, para desembocar en el Allegretto pleno y siempre mozartiano en su discurrir, tan fácil de escuchar y tan difícil de ejecutar.
Nadie mejor que Schubert y sus ocho Variaciones sobre un tema original D. 813, Op. 35 para el paso lógico y cronológico, incluídas en el CD dedicado a él y grabado en un piano más cálido y mejor ajustado que el Yamaha de CajAstur. Cuatro manos y una sola música que rememora en cada variación al sordo de Bonn, algún cuarteto del propio Franz, el mundo del lied, sus primeras sinfonías y hasta la casa de Leipzig con Clara Wieck a su lado, como aquí este "Wanderer" de casa.
Para la segunda parte la evolución del siglo XX con dos compositores que mueren en 1937:
Ravel y su original Ma mère l'Oye, un caleidoscopio pianístico que guarda toda la posterior orquestación. La Pavane de la Belle au bois dormant, más que bella durmiente nana principesca de lentitud placentera, Petit Pucet o el Pulgarcito donde lo diminuto se hace grande en un tempo moderado; la marcha Laideronnete, Impératrice des pagodes que de niña fea sólo el nombre, evocadora y clara como el agua; Les entretiens de la Belle et de la Bête, sin entrar en el quién es quién de esta conversación sonora aunque venga que ni pintada, siempre con la dualidad hecha una y realmente entretenidos ante tanta dificultad siempre superada de este tiempo de vals que Ravel hace suyo; para finalmente regalarse entre ellos y también a nosotros Le jardin féerique, realmente encantado el lento y grave que consiguió todo el colorido sonoro y la atmósfera de los cuentos de Perrault y Beaumont hechos música dedicada a un público que parecíamos niños absortos con la fantasía magistralmente interpretada.
Gershwin es más que piano con inspiración en el jazz o la idea de fusionar lenguajes, casi diría que la evolución pianística desde el Chopin que subyace en el "Rachmaninov americano" y ambos en El Rachmaninov de Broadway, Gershwin. Y en la versión que escuchamos a cuatro manos de su famosa Rhapsody in blue pude descubrir desde una interpretación tranquila, sosegada, sin concesiones a la galería y no por ello exenta de virtuosismo, todo el universo pianístico del arranque al clarinete que esconde la versión orquestal o incluso la original para Jazz Band. Tampoco nada que ver con la rescatada y algo más escuchada a dos pianos, pues la "cercanía francesa" unida a la física, el trabajo codo con codo y nunca mejor dicho, más todo el recorrido anterior del concierto pareció confluir en esta obra que cerraba "la clase", donde veinte dedos parecían pocos sin olvidar nunca planos, ritmos, presencias y texturas. Una demostración de que la buena música bien interpretada es todavía mejor.
Y de propina, Dvorak del que nos dejaron los Suspiros de su suite Leyendas, Op. 59 para piano a cuatro manos dedicada a Hanslick, auténticos cantos de amor, perfecto broche uniendo docencia y arte, curioso parecido con el Schubert que tan bien dominan, volviendo a dejar abierta esa puerta musical de la vieja Europa que tanto tiene aún por mostrarnos en este universo a cuatro manos del "Dúo Wanderer".