Revista Cine

Magma, de Lars Iyer

Publicado el 27 febrero 2013 por José Angel Barrueco
Magma, de Lars Iyer
En Magma se juega, a mi entender, con (al menos) dos niveles narrativos:
Si en la estupenda Moo Pak (de Gabriel Josipovici) encontrábamos a dos hombres, uno que escuchaba y contaba la historia y el otro que hablaba y hablaba, en Magma (o Spurious)el planteamiento es similar: dos hombres pasean, beben y viajan y uno habla (W.) mientras el otro escucha (Lars). La diferencia estriba en que, en el libro de Lars Iyer, el hablante se dedica no sólo a hablar de literatura, sino también a criticar continuamente a su compañero de fatigas (a menudo dan conferencias en ciudades europeas). Así, W. es el Pepito Grillo de Lars, el narrador, la conciencia crítica que insiste en la agresión verbal: según W., Lars no tiene ya pensamientos, no es capaz de escribir, es un mal lector, carece de ambición y un sinfín de acusaciones que convierten a la pareja en una especie de parodia de las famosas buddy movies o películas de colegas… pero en el terreno intelectual. W. y Lars tienen a Kafka como “líder espiritual”, pero la gran tragedia de su vida es que ellos no son ni serán Kafka y, según W., ambos sólo pueden aspirar a ser Max Brod, que no comprende a Kafka y además lo traiciona. Lo suyo es un fracaso a gran escala, y uno de los síntomas evidentes de la cercanía del fin del mundo.
En un segundo nivel se nos ofrece la historia del piso que habita Lars, del que éste nos va dando cuenta poco a poco, intercalando en los monólogos de W. algunos pasajes en los que describe la enfermedad de su casa. Porque su casa está enferma: húmeda por todos los flancos, las paredes y el techo y los muebles de la misma van degradándose por culpa de esa carcoma que es la humedad, cuyo origen es difícil de identificar incluso por los especialistas. Esos pasajes son extraordinarios y nos aproximan a la narrativa sobre entes vivos, seres extraños y enfermedades que podemos discernir en las películas de, por ejemplo, dos de mis ídolos: David Lynch y David Cronenberg. Si en estos dos directores es la carne la que enferma y se pudre, o la mente la que va apoderándose de las situaciones, en Magma es la casa la que sufre una infección, como un organismo vivo que parece pensar por sí mismo y que va royendo al protagonista: no en vano, él cree que tiene dentro moho y esporas. [En este punto debo confesar lo muy identificado que me he sentido con estas páginas: aunque a menor escala, durante algo más de un año hemos sufrido humedades en nuestro piso de Madrid, que han ido devorando las paredes de tres cuartos y el interior de un armario empotrado, y han bajado hasta el piso inferior; como le ocurre al narrador en el libro, nadie era capaz de identificar claramente el origen de dichas humedades, y varios especialistas intentaron arreglarlo sin éxito… hasta que dimos con un tipo que sí lo solucionó].
Ambas historias acaban confluyendo de alguna manera, y a mi juicio encierran paralelismos
: la invasión del territorio de Lars. Si W. se apodera poco a poco de su mente, apenas dejándole espacio para que hable, y lo va contaminando con sus pensamientos, también la casa se apodera del narrador, del espacio que habita Lars. Lo cual demuestra que tanto el agua como el pensamiento, la humedad como las ideas, son invasivas y nos pueden colonizar si no oponemos una resistencia absoluta. Magma es la primera obra de una trilogía, que continúa con Dogma y Éxodo. Tiene sólo 165 páginas, muy divertidas, que se devoran como uno de los bocados más frescos de esta temporada. Aquí van unos extractos (traducidos por el propio editor, José Luis Amores, que merece doble aplauso por ambos cometidos):
El elogio excesivo es la respuesta, dice W. únicamente deberíamos hablar el uno del otro a los demás en términos históricos globales, siempre insiste en esto. Estos son tiempos oscuros, después de todo. Nadie está a salvo.
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El elogio excesivo es todo lo que tenemos, dice siempre W., eso y mantenernos unidos. Tenemos que ser un bloque, una falange preparada para morir el uno por el otro. “Yo moriría por ti”, dice W. bastante serio. “¿Y tú, morirías por mí?” Eso es lo que demanda nuestra amistad, dice W. Naturalmente, yo nunca diría que moriría por él, dice W. Me conoce. Soy incapaz de ese tipo de sinceridad. O de amar. Soy incapaz de amar, W. ha sido siempre insistente en esto.
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Hay enemigos por todos lados, dice. Yo tengo enemigos y él también. Y además está el sistema global, dice W., que crea enemigos en lugar de amigos y enemigos de amigos. La traición es su mayor temor, dice W.
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El piso entero está ahora lleno de esporas de moho. El aire caliente es espeso; hace un calor selvático y húmedo, y huele a podredumbre y esporas. El horno, comprado en septiembre, yace varado en el baño. El pasillo está lleno de trozos de madera mohosa, y hay otro aparador apretujado contra el radiador. Por la noche, al ir al baño, tengo que andar sobre madera húmeda y pasar entre aparadores húmedos.
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Un día me despertaré mudo en este piso húmedo. Mudo en la humedad, lleno de esporas, asfixiándome. Y un día, cuando me acerque a las paredes, desapareceré en ellas, humedad que vuelve a la humedad.
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Nadie entiende la humedad. Ésta es talmúdica. La humedad es el enigma que reside en el corazón de todas las cosas. Atrapa la luz de toda explicación, de toda esperanza. La humedad dice: existo, y eso es todo.
Soy la que soy, así la humedad. Te sobreviviré y sobreviviré a todas las cosas, así la humedad.
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Todo empieza cuando comprendes que tú, y sobre todo tú, eres Max Brod: esto, para W., es el principio fundacional.
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W. se pregunta por qué escribo libros tan malos. No se trata siquiera de que sean malos en cuanto a su contenido, que por supuesto lo son. Ni siquiera lo básico está en su sitio. Lo fundamental. “No sabes escribir”, dice W. “Eres incapaz de colocar una palabra detrás de otra”.
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La humedad, le digo a W. Ese es mi apocalipsis.
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La humedad me fascina, le cuento a W. No puedo evitarlo. Salgo afuera otra vez, a la cocina, al baño. Pongo la mano sobre la pared pegajosa. La humedad me llama. La humedad quiere tener un testigo. ¿Y quién soy yo sino el que la ve y la toca? ¿Quién soy sino el que tiene esporas en los pulmones?
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Sabía que cualquier éxito que hubiera tenido se basó en este mayor y predestinado fracaso. La derrota lo ha dignificado.
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Estoy empezando a reconocer los estados de ánimo de la humedad, le cuento a W. Las paredes de la cocina, todavía desnudas, en ocasiones parecen arrugar el ceño con ira: se tornan más oscuras, más marrones. Y luego, en otros momentos, parecen aligerarse: la humedad está de buen humor, o se ha distraído soñadoramente de su tarea de humedecer. Es un dios que necesita ser apaciguado, y si fuera así, ¿con qué tipo de sacrificio?

[Traducción de José Luis Amores]

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