Otro de los principios cardinales de esta doctrina, es la afirmación de que siempre existirá en el mundo un
representante de Dios, el cual, asistido de continuo por la Providencia, velará por la propagación de la doctrina.
Mahoma predicaba la inmortalidad del alma, pero uno de sus mayores errores consistió en suponer que esa vida futura que en último término había de tener el alma, era una vida de carácter puramente mundano.
Otro de los principios predicados por Mahoma, fue la creencia de que todos los hechos se llevaban a cabo por estar así trazados en la mente de la Providencia. El fatalismo más exagerado fue, pues, uno de los principios sobre que descansaron las predicaciones de Mahoma, y ese fatalismo fue causa en más de una ocasión del quietismo y de la indiferencia que caracteriza en la historia al pueblo árabe.
En el Koran, libro en el que se reunieron las predicaciones del profeta, se encuentran algunos de los principios fundamentales de las diversas religiones que entre los árabes existían; en él aparecen preceptos del Cristianismo, del judaísmo, y aun de las primitivas creencias árabes, mezcladas con una porción de reglas, higiénicas las unas, morales las otras, de todos los órdenes, en una palabra.
Las prácticas religiosas propias de la religión árabe, son: la oración, acompañada de abluciones y de zalemas, el ayuno, la limosna, la peregrinación a la Meca, los sacrificios, en ciertos casos, y la guerra santa. Las abluciones deben hacerse con agua, y caso de no haberla, con arena; el ayuno consiste en no comer nada durante el día, y sí en la noche, y en la abstinencia de ciertos alimentos; la limosna, que es la protección al huérfano y a la viuda, y la hospitalidad a toda clase de gentes; y la guerra santa, como medio de propagar la doctrina.
Para que todo en el Koran sea vago e indeterminado, nada se dice en él respecto de la sucesión en la jefatura de los creyentes, lo cual pudo dar origen a la muerte de Mahoma a que desapareciera la unidad que éste había conseguido dar a su pueblo, pues muerto sin designar sucesor, fueron varios los que pretendieron serlo.
Designado al fin Abou-Bekre, extendieron los árabes su dominación con la conquista de la Siria, la Persia y el Egipto, desde donde se corrieron por la parte septentrional del África intentando atravesar el Mediterráneo y desembarcar en España, si bien con resultado negativo, en los tiempos de Wamba.
Sometidos completamente los bereberes que poblaban el Norte de África, región llamada por los árabes Al-Magreb, creyeron llegado el momento de extender sus conquistas por Europa; y, al efecto, bien por su propio impulso, como decimos, bien cediendo a las excitaciones de los hijos de Witiza, o de los hebreos que huyeron al África, desembarcaron en nuestro suelo, y en una sola batalla destrozaron el poder de los visigodos, haciéndose dueños de casi todo el reino, pues las pocas ciudades que, como Mérida, Tarragona y Toledo, presentaron alguna resistencia, cedieron pronto ante el empuje de los árabes, siendo seguro que éstos se hubieran extendido por el resto de Europa, a no haberles cerrado el paso los francos guiados por Carlos Martell en las llanuras de Poitiers.
Realizada la conquista de España por los musulmanes, los hispanos se encontraron ante una dominación de caracteres bien diversos a las que hasta entonces sufrieran, pues era el pueblo árabe totalmente distinto del nuestro en origen, religión, lengua, usos, costumbres, etc., lo cual explica que, repuestos los españoles de la sorpresa que les produjera el rápido triunfo de los árabes, comenzaran a rechazarlos, y sostuvieran con ellos esa lucha titánica de ocho siglos, que constituye la gran epopeya de la reconquista.
La especial situación en que por consecuencia de la invasión musulmana, se encontró España, hace que tengamos que variar el método seguido hasta aquí, pues de un lado es preciso examinar lo que fue el derecho en las comarcas dominadas por los árabes, y de otro debemos estudiar lo que el derecho fue dentro de los reinos cristianos, que bien pronto surgieron, como protesta viva contra el poder de la media luna.
Matías Barrio y Mier (Verdeña, 1844 – Madrid, 1909)
De la serie, "Historia General del Derecho Español".