Revista Opinión
El éxito mediático del movimiento 15M ha provocado que los estrategas de comunicación y campaña de los partidos hayan decidido sumarse a los mandamientos de la ciudadanía, en demanda de más democracia, más escucha, una reforma electoral, más transparencia... Esta voluntad de escucha suena a oportunismo, aunque cualquier amago de acercamiento a las necesidades reales del electorado sea siempre bien recibido. Lo que nos preguntamos los ciudadanos es si, una vez acabada la borrachera electoral, estas buenas intenciones quedarán en mero placebo, si realmente el órdago no era otra cosa que un reluciente farol. Los predicamentos del 15M son cool, están de moda, tienen el apoyo moral y vindicativo de los españoles. Después de todo, el objetivo de todo período preelectoral -y más en éste- es generar confianza hacia el votante, resultar amigable, cercano, digno del voto que se solicita.
Con la intención de crear esta confianza, a los partidos se les ha ocurrido la idea nada original de orquestar una herramienta interactiva, estilo red social, a través de la cual los internautas (potenciales votantes) dejen sus propuestas a los políticos. Ya tenemos un antecedente de este tipo de webs, la iniciativa Toma la plaza-, la cual no tuvo una incidencia relevante en la red. Aún así, la clase política ha visto con buenos ojos, pese a que no llegue a tener un eco real en la ciudadanía, la creación de sus propios espacios interactivos que la pongan en contacto con los votantes. Es de presuponer que a excepción de curiosos, conversos o indignados con ganas de desahogarse, a nadie más se le ocurrirá entrar en este tipo de webs políticas. La ciudadanía está en la red, solo hay que asomarse y escuchar lo que dicen. Crear una red social viene a ser como creer que la montaña se moverá, por arte de magia, hacia Mahoma. Los jefes de comunicación de los partidos quizá pensaron que creando una red social, el pueblo entusiasmado acudiría a ella desgranando con ilusión sus cuitas, demandas y soluciones. O no, simplemente es una cuestión de imagen de partido, un atrezo con el que resultar más amigable hacia un electorado cada vez más digitalizado. Quizá se preguntaron: nosotros creamos esta herramienta, si la ciudadanía no quiere acercarse, ellos verán. Luego que no vengan con eso de no hiciste esto, no hiciste lo otro. En cualquier caso, quien queda bien es el partido y es el ciudadano quien debe acercarse a ellos. Por otro lado, este tipo de consultas posee un efecto más aparente que efectivo. Nadie se cree que porque unos ciudadanos aporten sus ideas en una red social, los gerifaltes políticos no solo tomarán nota de ellas para algo más que convertirlas en trending topics que les ayuden para rediseñar sus estrategias políticas de cara a la galería, sino que también se pondrán manos a la obra para llevarlas a cabo.
La relación de los partidos políticos con las redes sociales es hoy por hoy, no un canal eficaz y determinante en la dirección de sus políticas, sino tan solo una escenografía publicitaria con la que pretenden empatizar con un electorado esquivo y desconfiado. Recuerda esta actitud a la que tienen ciertos padres con sus hijos, que para acercarse a ellos imitan su argot y simulan tener similares gustos y aficiones. Las redes sociales han inventado este nuevo estilo de hacer política, el colegueo.
Mal que nos pese a quienes vivimos en la montaña, Mahoma tiene aún pocas intenciones de venir a visitarnos.
Ramón Besonías Román