Revista Cine

Mal acaba lo que mal empieza

Publicado el 16 mayo 2010 por Josep2010

Cualquier cinéfilo que se precie de serlo sabe perfectamente que las grandes producciones estadounidenses, incluso las más brillantes, en pocas ocasiones destacan por ser escrupulosas con la historia documentada y conocida y ello nunca ha sido obstáculo para apreciar como grandes películas obras que presentaban un pasado totalmente edulcorado, tergiversado y fantasioso en aras de una trama dinámica pletórica de brío y acción, un fuego de artificio fastuoso que se aleja de la realidad cuanto más arriba explota su belleza.
A ese género pseudo histórico pertenecen no pocas películas que casi todos recordamos con añoranza, míticas por encima del paso del tiempo, invenciones de guionistas de una pieza que partiendo de unas premisas lógicas irreales subyugan el ánimo del espectador ávido de aventura.
Hay también algunas películas que destacan por guiones férreos que presentan dramáticamente sucesos más documentados en los que hallaremos recreaciones de personajes verídicos con sus maldades y tragedias históricamente ciertas o por lo menos más cercanas a una realidad constatable en los libros que albergan
unos hechos tan extraordinariamente rocambolescos que apenas precisan aderezos para convertirse en guiones cinematográficos intrincadamente interesantes ya que la traición, la componenda y el crimen como medio de ascenso social no son ni mucho menos invención reciente.
En este segundo grupo podríamos incluir benévolamente películas como Becket , o El León en Invierno y en el más libérrimo y aventurero mencionaríamos Ivanhoe y Las aventuras de Robin Hood, por citar tan solo cuatro ejemplos archiconocidos de tramas que giran todas ellas en el entorno monárquico de la antigua Inglaterra mucho antes de convertirse en la Gran Bretaña.
Precisamente es en el personaje de Robin Hood donde hallamos la expresión de un mito popular que no se asienta precisamente en una realidad histórica confirmada con lo cual su representación cinematográfica puede realizarse con mucha más libertad sin que ello signifique que la fantasía, en el cine, deba ceder un ápice a la historia real: es evidente que el cine es un arte y como tal puede reinterpretar la realidad como medio de un fin buscado por el artista.
Esto es lo que debieron pensar los ejecutivos de la Universal Pictures cuando se hicieron con los derechos cinematográficos de un guión escrito al alimón por Ethan Reiff y Cyrus Voris , pareja de guionistas que son autores de "joyas" como Men of War y K
ung Fu Panda entre otras "lindezas".
La historia recreada por esos dos se titulaba Nottingham y pretendía presentar al mitológico Robin Hood como un verdadero bandido, malo de verdad, subvirtiendo y demoliendo la característica bonhomía del personaje. Parece que los estudios dudaron a quien confiar el rodaje de la película hasta que al fin cayó dicha responsabilidad en manos de Ridley Scott quien lo primero que hizo fue llamar a Brian Helgeland para que rehiciera el guión y, por lo que se puede leer en internet, este segundo guión fue retocado por Paul Webb y más tarde también por Tom Stoppard, aunque en pantalla tan solo recuerdo haber visto el nombre de Helgeland como responsable del guión de la última película que se centra en las andanzas del mitológico Robin Hood al que da cuerpo y presencia el actor Rusell C
Mal acaba lo que mal empiezarowe que aparece también como uno de los varios productores de la película junto con el propio Ridley Scott.
Con estos antecedentes no es de extrañar que la última empresa conjunt
a Scott & Crowe adolezca de un defecto que ya viene siendo una lacra en el siglo que vivimos: el guión es francamente deleznable a pesar que hay alguna escena bien resuelta y existen hechos verídicos sobre todo respecto al entorno del afamado rey Ricardo Corazón de León que en anteriores versiones se olvidaron de reseñar en aras a la aventura y el dinamismo.
El problema de la trama presentada por Scott con su habitual eficacia a la hora de rodar es que hay una penosa mezcolanza de datos ciertos con invenciones absurdamente ilógicas cuando no francamente ridículas: en las primeras escenas veremos a una banda de pilluelos huérfanos disfrazados con caretas de barro asaltar impunemente el granero de la hacienda de Sir Walter Loxley (Max von Sydow ) que vive fortificado con su nuera Marion (Cate Blanchett ) siendo ambos dos tan imprudentes de dejar el granero, donde guardan toda su cosecha, fuera de la fortificación tras la que viven el hacendado y su familia y siervos.
No sabría decir a cual de los varios guionistas se le ocurrió tamaña estupidez, pero empezar así el relato ya es un aviso a lo que vamos a contemplar a lo largo de dos horas y diez minutos, diez menos, a lo que parece, de alguna versión que debe correr por algún lado.
La falta del cuidado de la lógica en el guión produce risibles situaciones que la alejan constantemente de la película al presentar acciones y motivaciones que llegan a producir la risa por lo inverosímil si no fuera por la vergüenza ajena que uno siente al constatar una vez más que el desprecio por la inteligencia del espectador es palpable tratando de hacernos comulgar con ruedas de molino: ver en el final un desembarco con barcazas anfibias como las usadas por ejemplo en El día más largo en el desembarco en Normandía, cuando esas barcazas K no se inventaron hasta el siglo pasado, amén de la súbita aparición del grupito de pillastres huérfanos del principio montados en poneys como si fuera el séptimo de la caballería, es un acabóse que remata una película descabezada aunque con algún que otro elemento salvable.
Se salvan de la quema las actuaciones impecables de Von Sydow y Eileen Atkins porque sus personajes están bien escritos y mantienen una lógica interna envidiable frente a un Robin (aquí apellidado Longstride) al que niegan su carácter de noble alzado frente al corrupto poder y reconvierten en hijo de un picapedrero que, mira por donde, resulta ser un filósofo político de mucho cuidado al punto de ser observado por la nobleza como adalid de ideas democráticamente revolucionarias en una visión política totalmente errónea -y muy estadounidense- pero que resulta hilarante si no fuera porque es una tergiversación que pretende ser seria cuando es únicamente mendaz, lo que comporta que ese Robin del siglo XXI sea capaz de demostrar destreza con la espada y el caballo cuando se le presenta como un simple arquero en una confusión idealizada pero inverosímil, casi tanto como las aptitudes guerreras de la bella Marion.
Ceñirse a la lógica del guión no debería ser a priori tan difícil pero Ridley Scott, como ya hizo en su peplum Gladiator, se decanta por el espectáculo visual más que por el verismo de la trama aunque inserte datos ciertos.
Con todo, admitiendo que la fantasía puede estar por encima de la verdad e incluso aceptando que la falta de rigor lógico puede devenir en espectáculo apreciable, tampoco Ridley Scott consigue hacernos olvidar ilustres precedentes: pese a que demuestra conocer bien la forma de rodar las diferentes escenas, tanto de acción como las más pausadas, no acaba de conseguir el hálito vital que confiere brío a una trama que se mantiene en un ritmo enérgico en la forma visual pero endeble en la buscada adhesión del espectador por un personaje que no concita empatía alguna: no nos hacen sufrir los ocasionales percances ni nos alegran las pocas victorias y aunque curiosamente "los malos" están mejor presentados que "los buenos" a uno, espectador paciente, tanto le da lo que vaya a ocurrir con todos, porque a mitad del metraje ya ha decidido que la cosa no va con él y se desconecta de la pantalla cayendo en una situación que hace todavía más evidentes los fallos de un guión con demasiadas manos puestas en él.
Es una lástima que tanto esfuerzo haya resultado baldío: da la sensación que Ridley Scott no ha sabido dirigir una película que aparenta haber tenido demasiada gente dando ideas: me imagino a Crowe presentándose al rodaje con el cabello perfectamente cortado a la navaja y a Von Sydow decidiendo que también sus blancas barbas merecían el mismo trato: nunca antes había visto un medievo con un corte de pelo y barbas tan bien arregladas. Es un simple detalle insignificante pero que a ojos de este comentarista, que no quiere ni pretende desvelar más datos, basta para entender que la cosa se le ha ido de las manos a su máximo responsable, el ínclito Ridley Scott que paga con su democrática actitud al ceder su autoridad ofreciendo un producto aparentemente entretenido en lo formal pero carente de fuerza en el fondo: sólo con que hubiera decidido presentar la verídica historia de Juan Sin Tierra sin aditamento alguno, hubiera ofrecido una obra mucho más jugosa, compleja e interesante, sin necesidad de inventar nada.
Si es que ha resultado mucho más entretenido leer la wikipedia de todos estos personajes que ver la película: lo único que puedo decir en favor de Scott es que, por lo menos, la digitalización resulta menos evidente que en Gladiator y que le agradezco el uso de la pantalla ancha: pero esto no es bastante para salvar una película que desde luego no va a pasar a la historia grande del cine, salvo como muestra de una oportunidad perdida.


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