Las ojeras te llegan hasta el suelo, no vas peinado, tu ropa huele a sudor de siete semanas y hasta tus calzoncillos, rígidos por el “vuelta y vuelta”, necesitan un buen planchado. Has perdido tu trabajo, tu cuenta está a cero, tu novia te ha dejado, ni tus amigos te aguantan y te han mandado a tomar por saco.
Has tenido tres accidentes de tráfico en seis meses y en el último saliste ileso pero te busca la poli por atropello y fuga. Eres un figura. Parece ser que lo de los gimnasios no te ha quedado claro y te han echado de veinticinco por entrar haciendo cosas raras con el móvil en la mano.
Sí, has visto mundo. Has recorrido España de punta a punta en tu búsqueda obsesiva. No hay rincón de Europa que no hayas registrado, un día hasta te colaste en un gulag propiciamente disfrazado. En África conseguiste cabrear a no sé cuantas tribus, te persiguieron hasta jíbaros con lanzas en la mano. Conoces América de cabo a rabo, de norte a sur, desde Cabo de Hornos hasta los cangrejeros de la fría Alaska. En Australia tuviste un desencuentro muy divertido con un canguro que podemos calificar como “en mi marsupio no”. Los pingüinos ya te saludan como a un colega y en Japón van a sacar un Manga con tus aventuras.
Ahora estás al fondo de un barranco en Chile, con la cabeza fracturada, tres costillas rotas y hasta el ano desgarrado y tú estás llorando, gilipollas, porque antes de despeñarte y destrozar el móvil (de la cabeza y tu dignidad ni hablamos) tenías al último Charmander que necesitas para evolucionar a Charizard, detectado.
No sé, pero creo que igual no era tan buen negocio eso de salir a cazar Pokémon y dejar el resto de tu vida de lado.
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