Revista Arquitectura

Mala praxis

Por Arquitectamos

Fray Coello de Portugal terminó la memoria de su proyecto del santuario de la Virgen del Camino así:

Mala praxis

Que es como terminar con: "Y con esto y un bizcocho, hasta mañana a las ocho".

Mala praxis
Santuario de la Virgen del Camino

La memoria tenía apenas diez páginas. Pero es que la del Club Náutico de San Sebastián, de Aizpúrua y Labayen, tenía solo tres, y la tercera era de peloteo:

Mala praxis

Mala praxis
Club Náutico de San Sebastián

La de Torres Blancas, de Sáenz de Oiza, mucho más compleja (y también de unos cuantos años después), ya tiene treinta páginas. Vamos, que solo con los cuadros de superficies ya las llenas.

Mala praxis
Torres Blancas

Y sin embargo esos edificios no necesitaron más. Con esos proyectos que hoy nos parecen tan escasos se construyeron y ahí están para nuestra admiración. Pero eso fue porque aquellos proyectos eran solo eso: proyectos; es decir, documentos que diseñaban edificios e indicaban lo preciso para que un constructor buen conocedor de su oficio los pudiera construir. En ellos no se indicaba el punto de fusión del acero ni las propiedades organolépticas del mortero de cemento. Tampoco la historia geológica-geográfica del sitio ni el horario de los autobuses Madrid-Astorga. Solo eran proyectos. Ni más ni menos.

Sin embargo, desde hace bastantes años los legisladores patrios se han ido empeñando en que el proyecto de un edificio se vaya llenando de anexos, justificaciones, listas, cuadros, tablas, paja y más paja. Y la tendencia va a más y es imparable. Cada vez más. Hasta el infinito y más allá. (Y cada vez cobramos menos haciendo mucho más, pero eso sí que es culpa nuestra). Ya no es solo que la diarrea legislativa de los ayuntamientos, las comunidades autónomas y el estado sea desenfrenada y perpetre nuevas normas cada día y las corrija y modifique cada dos días. No: Es que además se nos obliga a que en los proyectos de arquitectura, además de cumplir toda esa faramalla, justifiquemos cómo la cumplimos, por qué la cumplimos, en qué parte de su misma mismidad la cumplimos y qué sentimos al cumplirla.

De este modo, si una norma dice que los esfirulaques de los projoncios tienen que medir la raíz cuadrada de los feripontos gaméticos, no basta con que hagamos el cálculo y los pongamos de quince centímetros, que es lo que nos da, sino que tenemos que escribir en la memoria del proyecto qué es un feriponto gamético, por qué se llama así, cómo estaba de salud Gregory Piolaiev cuando lo descubrió, por qué mide doscientos veinticinco centímetros cuadrados y, sobre todo, cómo es que la raíz cuadrada de esos doscientos veinticinco centímetros cuadrados es tan solo quince centímetros, pero ya ni cuadrados ni nada. Cómo es ese misterio. Qué es una raíz cuadrada. Quién la inventó. Por qué tiene ese curioso símbolo de uve mayusculísima con marquesina bajo la que se refugia el radicando. Qué es un radicando. Qué es el radical. Quién es radical. Historia de la radicalidad. ¡Y el radón!

En fin, esto, pero constantemente:


Y luego lo mismo con los chandelandes omífugos, y con los portesillos, y con los castógiros, y con las lentinillas, y con los escopiteques, y con los... ¡Basta! ¡Hombre, ya está bien!

Y cada día más cosas. Y más justificaciones. Y cada vez es un poquito más. Y cada vez el proyecto en sí importa menos. Y cada vez lo que escribimos en los proyectos es más burocracia y menos arquitectura, y solo sirve para que nos tengan bien agarrados si alguna vez pasa algo. Porque sabed con la mayor de las certezas que cada palabra que escribimos en un proyecto es una palabra que no van a leer nada más que los abogados y los peritos cuando nuestro proyecto esté en el juzgado. Y allí se verá clarísimamente nuestra mala praxis.

Hoy un proyecto de una vivienda tiene del orden de quinientas páginas de texto. A mí me salen algunas menos, tampoco muchas menos, pero porque yo libro una especie de resistencia pasiva y evito todo lo que puedo la aportación de paja innecesaria. No obstante, he bajado del tipo de letra once al nueve y del nueve al ocho, y del interlineado de 1,5 líneas al sencillo y al mínimo. Y los pocos ejemplares que imprimo en papel los hago a dos caras, que es lo que hace ahora todo el mundo. Pero hasta hace unos veinte años los proyectos se hacían en papel, a una cara, con buenos márgenes, doble espacio, etcétera; cosa que hoy es impensable. Hoy es como imprimir una biblia.

Pensemos por ejemplo en un dentista. (Siempre pongo el mismo ejemplo: Me repito mucho). Seguro que tanto su actuación profesional como los equipos y los materiales que usa tienen que cumplir también cientos de normas. (En esto creo que el furor legislativo será similar). Imaginemos que tuviera que hacer como nosotros: no solo cumplirlas, sino justificarlas. Explicar prolijamente que el empaste que nos hace las cumple todas y cada una, dejando constancia por escrito de ese cumplimiento: Qué porcentaje de benzocaína y de lidocaína tiene la anestesia que nos ha puesto; qué calibre la aguja; de qué material era; qué presión tiene el chorrito del enjuague, y qué cantidad de cloro el agua; cómo cumple esa agua las prescripciones higiénicas del decreto tal de tal; qué fusibles tiene el torno con el que nos ha torneado; qué artículos del reglamento electrotécnico le son de aplicación; qué componentes químicos tiene el composite con que nos ha rellenado el hueco; qué artículos de qué normas cumplen; cómo fraguan... ¡Y el radón!

Saldríamos de su consulta con la muela empastada y con un tocho de quinientas páginas ("no exhaustivas", como encima dicen con triste y macabra coña nuestras redacciones) que tiraríamos a la papelera nada más pisar la calle. (A no ser que fuéramos abogados muy puñeteros y nos dijéramos: "¿A ver? ¿A ver qué ha puesto este? ¿A ver si le puedo pillar en un renuncio?" Y le pillaríamos. Seguro. Seguro que no explica bien la presión que resiste el respaldo del sillón).

(Me estoy repitiendo. Esto ya lo he escrito, pero tengo que volver a ello. Lo siento. Es que es desesperante y permanente. Es más: Es desesperantemente permanente y permanentemente desesperante).

A alguien se le ocurre que sería bueno que un proyecto estudiara tal aspecto, se aprueba y ya está: Nuevo anexo a incluir. Y nuestros colegios no solo no plantan cara ante el nuevo abuso sino que disfrutan muchísimo creando en tiempo récord una aplicación y ofreciéndonosla para que genere otras cincuenta páginas más en un nuevo anexo a la memoria. Un nuevo anexo que, muy por encima del fastidio de hacerlo y, en su caso, de imprimirlo, nos pone otra nueva soga al cuello.

Y (esto no lo digáis muy alto), llega un momento en que alguien (no sé quién; no conozco a nadie así; es algo que he oído por ahí) se da cuenta de que el estudio calórico del menú que han de ingerir los obreros de esta vivienda de Covablanca de Honrubia es más o menos como el de aquella que hizo hace unos meses en Covanegra de Honmorena, y ¡zas! lo mete tal cual, de sosquín y a traición. Y que el informe de afecciones acústicas de la moto del ferrallista es como el de aquella vivienda de Covagrís de Honpelirroja, y allá que lo mete. Y que el estudio geomórfico melancólico de la soledad intrínseca a la habitabilidad rural que hizo para aquella reforma de vivienda de Covazul de Honcalva le viene de perlas, y también lo inserta. Cambia los nombres de los propietarios, de la calle y del municipio y hala, ya está listo.

Mala praxis. Muy mala praxis. De lo peor.

A veces algún nombre se cuela, pero casi nunca nadie se da cuenta. Bueno, excepcionalmente a algún cliente vicioso, que los hay, le da por leer la memoria y te llama:

-Oye, arquitecto malapraxis, ¿por qué dices en la página 263 que para los nidos de golondrinas se estará a lo que disponga la Consejería de Medio Ambiente de la Bética, si estamos en la Tarraconensis?
-¿Pone eso?-Claro que lo pone. Y en la página 481 dices que el tarabillo regurgitativo será a gusto de Doña María de las Mercedes Suárez de Inflagaitas y Morroagudo, y yo no sé qué pinta esa señora.-¿Eh? Es la inspectora de tarabillos de la zona -(mentira: Era la propietaria de aquel otro proyecto).-Mira, listo. Me parece a mí que me has cobrado un refrito, un proyecto que ya habías cobrado dos o tres veces más.-Pero los planos... Mire usted los planos.-Ya. Los planos te los hace el Autocar ese que tienes en el ordenador, y que si me apuras hasta lo tienes pirata. Anda que no le echas tú cara ni nada.

Ese cliente tiene más razón que un santo. Hacedme caso: Huid de la mala praxis y entregaos con entusiasmo a rellenar las tablas de huecos de pedorreo y de tirantes de gorguerismo y a justificar sin pereza y sin desidia alguna la refrigeración de los meritorios colganderos, fuente de alegría y de orgullo profesional y raíz y esencia de la verdadera arquitectura.


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