Es sorprendente la exhibición de mala educación de aquellos que supuestamente hablan en los medios de comunicación, y que se autodefinen a sí mismos como bien educados. Cuando en realidad adolecen de una educación sana. Llama la atención cómo se esfuma la educación por los vericuetos de las maneras. Y es que algunos ya no son sencillamente maleducados, es que no tienen respeto, ni dignidad, ni etiqueta.
Y como yo, estoy seguro de que muchos se sienten afectados por el espectáculo bochornoso de la mala educación y la maldad de algunos supuestos periodistas y locutores. Y hablo de Jiménez Losantos y sus grandes dificultades para reconocer su propia falta de ecuanimidad, de diagnóstico, de comprensión, de educación. Más le valdría a este incorrecto, grosero y deficiente mental ser un poco más censor de sus propios exabruptos para empezar, y dedicarse, si es lo que le gusta, a las payasadas en el circo.
La desconsideración para con lo contrario, es más bien mediocre, y refleja no sólo esa maldad de la que hablaba antes, sino también desequlibrio psicológico y alguna patología anímica. Y es que someter a juicio crítico algún asunto, no implica su pueril descalificación. Al contrario, se trata de un espacio de posibilidad, de exposición, de claridad. Hay que ser resolutivo, exigente, esforzado, y hay que decir la verdad. Pero sin asediar, sin obstaculizar, sin caer en la zafiedad, sin incorrección. Pero claro, para este maleducado insensato y perverso gnomo, ser crítico consiste en ser resultadista, desagradable.
A la mala educación se une la confusión acerca del significado de los derechos. Estamos cada vez más acostumbrados a que personajes mediáticos expresen sus opiniones o quejas de la manera más burda y frívola. Lo que no solo se trata de un abuso del derecho, sino de algo además más peligroso. Es el intento de denostar, difamar, desprestigiar al objeto de las quejas, cercenar su propio derecho a la libertad, sabotear el funcionamiento de las instituciones. Porque enloquecidos fanáticos como Losantos no ven allí más que personas que piensan distinto, cosa que para este descerebrado es ya sinónimo de malo, pérfido, y como tales deben ser tratados.
Estamos ante una flagrante agresión, un acto de violencia verbal, propio de fósiles vivientes del franquismo. Sé que es inútil que puedan entenderlo esas mentes limitadas a las que me refiero, porque aquí entra en juego la teoría del ancho del embudo, según la cual, lo que ellos hacen está bien porque son los buenos. En cambio, cualquier cosa que hagan los demás es un acto indignante y entra dentro de esa necesaria difamación, porque son gente empeñada en vaya usted a saber qué fechorías comunistas y antipatriotas.
El locutor de Es Radio ya fue condenado en septiembre de 2019 a pagar 3.000 euros a Irene Montero por «intromisión ilegítima en el derecho al honor», según figura en la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid. Otro merluzo al que le encanta meterse en provocaciones es Hermann Tertsch, quien rápidamente se sube al carro de Losantos repitiendo sus pútridas consignas. Y hoy, sin ninguna vergüenza han vuelto a hacer gala de esa lengua sucia que poseen con apuntes como que es una “inculta”, una “caradura”, una “petarda”, o una “analfabeta”, entre otras muchas lindezas.
Así que, a la espera de más calumnias de este malévolo despojo informativo, en la que se nos desvele algún detalle más del plan maestro de la izquierda para conseguir oscuros designios, permítanme que les haga una sugerencia, la próxima vez que se encuentren con un energúmeno de estos lleno de rabia, no le sigan el juego. Piensen que solo es un botarate, o simplemente un pobre desgraciado sin educación. Quizás se evitarían muchos enfrentamientos si se tiene esto en cuenta.