Revista Cómics

Mala suerte

Publicado el 24 octubre 2020 por Airin

 Mala suerte tenemos todos. Pero Eustaquio, nuestro protagonista, lo sabe de primera mano. Taki, como le llamaban familiarmente, era un señor mayor de unos 84 años, de esos que tienen sus rutinas diarias muy marcadas como levantarse siempre a la misma hora, comprar el periódico en el kiosko de la esquina, ver Amar en tiempos revueltos o escuchar los grandes éxitos de María del Monte mientras se ducha a última hora de la noche. Taki no estaba casado, no tenía ni perro ni gato ni loro ni ningún vecino en el mismo rellano con el que coincidir en el ascensor (eso es bien). A pesar de su aparente soledad, Taki estaba integrado en sociedad, como demuestra sus interminables tardes en el Bar Los Percebes. También saludaba con efusividad a las cajeras del supermercado y  se tuteaba con el chico que estaba en la ventanilla del banco. Resumiendo, Taki era un viejete de lo más normal. Como se ha mencionado antes, nuestro amigo pasaba las tardes en un bar, allí veía la tele, comentaba noticias con el resto de viejos y lo más importante, jugaba a las cartas con su pareja de juego, Ambrosio. Taki y Ambrosio (que éste sí que tenía familia y un hámster), formaban un buen equipo y a ambos les gustaba Vaitiare, una novia venezolana que  tuvo Julio Iglesias allá por los 90. Toda la rutina (y la vida) de Taki cambió cuando a la Conchi, la mesera de Los Percebes, se le ocurrió hacer un campeonato de juegos reunidos. Lo de Taki eran las cartas pero convencido de sus capacidades, se apuntó con mucha energía y buen humor. Al primer juego, la Oca, Taki perdió. En el segundo juego, el parchís, volvió a perder. Y así sucesivamente con la ruleta, el ajedrez, el backgammon y por último, el teto. Taki no entendía lo que pasaba y empezó a tomarse su mala suerte como algo personal. Culpaba al resto de jugadores de hacer trampas, al ambiente por tener ruido de fondo y desconcentrarle, a su avanzada edad (¿será que pierdo porque chocheo?), a Dios todopoderoso, al Destiny´s Child y al pobre de Laureano, el carnicero, que seguro le había puesto una carne en mal estado.

Este fue el principio del fin de Taki. El perder una y otra vez continuaba en el tiempo y nuestro abuelo estaba desesperado. Empezó a limitar sus salidas a la calle y su socialización se paró en seco, como los lavados. Iba al supermercado porque necesitaba comer y limpiarse el culo y a misa los domingos para pedirle a Dios que le devolviera su buena suerte (no como Chayanne que le pedía morirse por alguien).

También tuvo varias conversaciones por teléfono con el psicólogo de perdedores anónimos, el cual le recomendaba que siguiera perdiendo como terapia de choque pero esta técnica no convencía a nuestro mal perdedor. Por las noches veía películas tristes como El diario de Noah o Los puentes de Madison y lo más significativo de todo, empezó a sentirse solo por primera en su vida. El asunto se le estaba empezando a ir de las manos y Taki ya soñaba con la humillación, con el desprecio de sus antiguos compañeros de juego sin olvidarnos de los pinchos de pollo que hacía la Conchi. 

En este plan estuvo tres largos meses hasta que un día, mientras echaba una cabezadita mientras veía Sabrina, cosas de brujas, tuvo una revelación que cambiaría su vida para siempre. Definitivamente, la clave estaba en cambiar de bar. Dejaría de ir a Los Percebes. Ahora tendría que escoger un nuevo hogar en el que forjarse un nuevo yo, sin miedos ni inseguridades y que tuviera sillas cómodas y tapizadas, ya que las duras de plástico le venían fatal para las hemorroides. ¿Será el Bar Manolo el elegido para esta mística misión? ¿Recuperará Taki su buena suerte? Eso nadie lo sabe. Por que a Taki lo atropelló un Dacia Sandero de la que iba al supuesto bar. Se había saltado un semáforo en rojo de la ilusión. A eso lo llamo yo tener mala suerte.


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