Ha muerto Richard Rogers(1), uno de los más brillantes arquitectos de las últimas décadas. Y todos, naturalmente, nos hemos puesto a glosar y celebrar sus magníficas obras. Pero alguien, muy oportuno, ha sacado un interesante documento: sus penosas calificaciones del cuarto curso de arquitectura:
Solo aprobó una asignatura (services, que sería algo así como "instalaciones"). En el informe que acompañaba a esas notas se decía que el chico tenía un genuino interés y sentimiento por la arquitectura, pero no estaba intelectualmente equipado para canalizarlos, y también que tenía un método de trabajo caótico y un juicio crítico inarticulado. Vamos, que sus profesores tenían lo que viene llamándose "ojo clínico". Y, claro, de ahí muchos tuiteros han inferido que la enseñanza es y ha sido siempre un desastre y nos han pedido a los docentes que nos lo miremos (o que dimitamos, o que nos demos un tripazo).
Bien: Aparte de que siempre es conveniente hacer examen de conciencia y de que me aterroriza ser injusto con alguien (llevo tres días pasándolo mal por una corrección que le hice a una alumna, e incluso le he escrito un correo para intentar puntualizar y suavizar algo), creo que no se puede achacar a fallos del sistema lo que pueden ser problemas de adaptación, de velocidad de maduración, de adiestramiento en rutinas, etc.
Rogers era disléxico, si bien en cuarto curso de arquitectura ya debía estar más o menos adiestrado en torear estas cosas. Pero, en efecto, hay gente que se desenvuelve muy bien durante sus estudios y que luego no tiene una gran carrera profesional, o científica, o artística, y otra a la que la etapa académica se le hace una árida, insoportable y dificilísima cuesta arriba, que salen de la facultad de perfil y por la puerta chica, pero que luego explotan con todo su brillo y su fulgor en el "mundo real", que es el que importa.
Creo que quienes deducen de las malas notas de Richard Rogers que el sistema falla, que siempre ha fallado y que los profesores somos nefastos seguro que aciertan en algún caso (ojalá no en demasiados), pero no deberían generalizar. A veces se hace el razonamiento al revés, y hay quien llega a considerar que fallar en las pruebas escolares es garantía de ser bueno. Según eso yo soy un magnífico pintor y un músico genial.
Los estudios académicos están pensados para dar una formación estándar a unos alumnos estándar, y a veces fallan con los muy geniales o con los muy no-geniales. Pero he tenido la oportunidad de poder asomarme un poco a la trastienda de quienes organizan los programas, las asignaturas, los créditos y las pruebas, y no hacen más que pensar e imaginar cómo pueden ser útiles. Cada uno desde nuestro puesto estamos dándole vueltas y vueltas a cómo exponer y proponer, cómo entusiasmar, cómo evaluar, de qué forma obtener los mejores resultados ayudando a la madurez y a la plenitud de los estudiantes.
Richard Rogers, como tantos grandísimos artistas, técnicos, filósofos y científicos, demostró que el sistema educativo a veces no se adapta a las personalidades "especiales" y "desequilibrantes", pero también supo hacer el esfuerzo de tragar ricino, pasar por el aro y salir -aparentemente- con una formación endeble y cogida con alfileres, con un título de mírame y no me toques, pero lo suficiente como para empezar a hacer lo que quería y podía, para crear y para asociarse con gente brillante que también tenía esa formación incipiente e incompleta que no sirve para solucionarte la vida, ni mucho menos, sino para ayudarte a formular preguntas y a tener dudas. Y luego, a partir de ahí, ojalá tengas suerte.
----------------------------------(1).- En el nombre de Richard Rogers he enlazado un estupendo artículo de Anatxu Zabalbeascoa que os pido que leáis.