Qué rabia da cuando hilas una serie de libros que no. Que no te enganchan, que no te interesan, que no te atrapan. Que te decepcionan, te aburren o, simplemente, no son para ti. Yo hubo una época en la que no era capaz de dejarme un libro a medias. Hacía trampas, me saltaba las descripciones o los trozos que me aburrían y así hasta llegar a la última página. Pero ya he madurado, como cuando en los Sanfermines tuve una anagnórisis y dejé de beber kalimotxo, pues lo mismo. Si llego a la página cien y sigo con problemas para seguir, pues lo siento mucho, bye bye, hasta nunqui. Y estos últimos meses he enlazado unos cuantos libros que se me han atragantado:
Una reina en el estrado, de Hilary Mantel
Todos nuestros trabajos, nuestras estratagemas, toda nuestra
sabiduría, tanto la adquirida como la fingida; las estratagemas del
Estado, los pronunciamientos de los letrados, las maldiciones de los
eclesiásticos y las graves resoluciones de los jueces, sagrados y
seculares, todas y cada una pueden ser derrotadas por el cuerpo de una
mujer, ¿no es así? Dios debería haber hecho sus vientres transparentes y
nos habría ahorrado así la esperanza y el temor. Pero tal vez lo que
crece allí dentro tenga que crecer en la oscuridad.
Complots,
gente pérfida que busca permanecer en el poder, reyes de los de antes,
de los que mandaban de verdad y mandaban ejecutar a la gente, guerras de religión y una época, la
Inglaterra del siglo XVI, en la que la gente vestía divinamente. Este
libro tenía, en teoría, todo para engancharme. Pero ni por esas. De
hecho me sucedió algo poco habitual, entré y salí del libro varias
veces. Me encantó el encuentro entre Catalina de Aragón y Thomas
Cromwell, pero me perdí cada vez que aparecían personajes nuevos o se centraban en anécdotas de secundarios que ni recordaba quiénes eran. Los complots
políticos siempre son liosos, esto es así, y los manejos de los Seymour,
de Cromwell y de un número equis de ministros, damas de la corte y
nobles varios en la Inglaterra de Enrique VIII, ya ni te cuento. Y, sin
embargo, hay momentos brillantes en la novela, porque Mantel escribe de
maravilla:
No quiere que Catalina se reponga. No
debería desear la muerte de ninguna criatura humana, lo sabe muy bien.
La muerte es tu ama, tú no eres su señor; cuando pienses que está
ocupada en otro sitio, echará abajo la puerta de tu casa, entrará y se
limpiará las botas contigo.
Al final conseguí acabarme "La reina en el estrado", no sin problemas.
NW, de Zadie Smith
La novela "Tiempos de swing", de Smith, fue todo un descubrimiento cuando la leí hace un par de años. Tenía expectativas con "NW", pero, espoiler, no pasé de la página 80.
Probablemente sea una novela de difícil traducción y no se aprecie todo su mérito si la lees en otro idioma que no sea el inglés. Smith retrata el habla de los barrios del noroeste de Londres, se regodea en las conversaciones naturalistas, fragmentadas y la propia trama se cuenta así, a pinceladas. Para acabar de despistar al personal, la estructura también va variando, mezcla capítulos centrados en la trama con otros con monólogos en primera persona. Tanto interés por la experimentación suena a un autor queriendo hacerse ver gritando, ¡mirad de lo que soy capaz! Y sí, Zadie, eres capaz de dialogar el habla de una zona muy concreta, de mezclar muchas técnicas narrativas pero, al final, ¿eso qué más da si la historia y sus personajes no interesan?
No fue el único libro que dejé a medias en los últimos meses. Con "Puerto Humano", de John Ajvide Lindqvist, que había escrito la maravillosa "Déjame entrar", ni pasé de la página 50. Aún creo que retomaré "Olvidado rey Gudú", de Ana María Matute, pero es que son mil páginas. Cualquiera se lee semejante tocho en el metro.
El invierno del dibujante, de Paco Roca
Paco Roca es una apuesta segura, pensé yo. "Arrugas" y "Los surcos del azar" me encantan, me fascinan, me suliveyan. Seguro que este libro me va a gustar:
Pues no.
"El invierno del dibujante" se centra en las vidas y condiciones laborales de los dibujantes de Bruguera y en cómo decidieron fundar por su cuenta otra revista, Tío Vivo, para al final volver al redil cuando la poderosa Bruguera usó sus contactos para que esa otra revista no tuviera ni la difusión ni la distribución necesaria. Como siempre, el dibujo de Roca es maravilloso, precioso, una gozada. Y sin embargo, este cómic tiene la emoción de una lechuga sin aliñar. Se centra en detalles laborales, en diálogos sobre plazos de entrega, sobre sueldos, todo muy práctico, muy hablado, muy frío. Al leerlo me acordaba de "Los profesionales", el cómic de Carlos Giménez que también retrata la vida de los dibujantes en los años 50-60.
Allí esta todo: las malas condiciones laborales, la vida en la dictadura, el choque entre una profesión artística y vocacional y una realidad mierdera, pero también el humor, las ganas de vivir y una caracterización brillante de todos los dibujantes a los que Giménez entrevistó para crear "Los profesionales".
Los perros negros, de Ian McEwan
¿No os pasa que confundís a autores de la misma generación, el mismo país, el mismo rollo? Yo acabo de descubrir que me pasa eso mismo con Julian Barnes, David Lodge e Ian McEwan. De hecho, pensaba que había leido algo de Ian McEwan y resulta que no, que de quien había leído es de Julian Barnes ("Hablando del asunto", me encantó) y de David Lodge ("Terapia", también lo recomiendo). En mi mente existía un autor, al que podríamos llamar Ian Barnes-Lodge, que había escrito todo lo que me sonaba a autores ingleses consagrados nacidos en los años 30-40.
Cada vez que me quejo por el último conflicto social que viene en el periódico tengo que recordarme a mí misma: ¿por qué había de esperar que millones de extraños con intereses encontrados se pongan de acuerdo cuando yo no pude hacer una sencilla sociedad con el padre de mis hijos, el hombre al que quería y con el cual sigo casada?
"Los perros negros" comienza contando la infancia de su protagonista, para entender su fijación por las familias ajenas. La suya falleció cuando era niño así que anda enganchándose a las de sus amigos, luego a las de sus parejas. Pero luego resulta que no, que la novela no va de eso, sino de la relación entre sus suegros, una pareja que a él le fascina. El protagonista empieza a entrevistarse con su suegra, con la intención de desentrañar el porqué de la mala relación de ella con su ex marido. Pero entonces la mujer muere y la historia pasa a centrarse en cómo fue la juventud de esta pareja y en un misterioso evento que les marcó y que da título al libro. Quizá si la anécdota alrededor de los perros negros fuera más misteriosa, más evocadora... no me hubiera quedado con la sensación de que es un libro disperso, que pasa de un tema a otro sin que ninguno cale en el lector. Al menos me lo acabé, eso sí.
Como he tardado muchísimo en actualizar, os tranquilizo: no ha sido por coronavirus, no he estado aislada en un hospital de Torrejón. La culpa es todita de mi curro, que me ha tenido con la cabeza inutilizada, ¡pero volveré! (digo esto mientras me envuelvo en una capa y corro por el pasillo de mi casa, para darle más dramatismo).
Y vosotros, ¿no odiáis estas rachas en las que enlazas varios libros que te cuesta terminar?, ¿qué libros que pensabais os iban a enganchar acabaron abandonados en el estante de los libros sin acabar?