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Maldito Mar

Publicado el 17 octubre 2013 por Cosechadel66

-Será mañana, Cajón -dijo el Portugués mirando al mar, como en las canciones-. Estábamos descansando de nuestro turno con un cuenco de ron de Antilla en la mano, y yo no necesitaba oír más. Sabía a que se refería. En otras ocasiones, con otros hombres, en otro mar, hubiera dicho algo. Pero no en esa borda, con ese ron, con ese hombre. Me decía que al día siguiente iba a morir, y yo solo tome un trago largo y caliente del cuenco, mire al mar, y me sentí vacío.

Me llamaba Cajón desde que el día que nos conocimos quiso sentarse en el cajón de madera donde me sentaba, el único entre la docena de hombres que esperábamos para enrolarnos en el Aránzazu, un galeón de tres palos malencarado y rufián como su capitán, un antiguo hidalgo de Valladolid al que la vida, el juego, y los mal terminados amores con una duquesa de buenas carnes pero mal duque, habían terminado llevando al mar. Sólo le dije entonces: “Si lo quieres, Portugués, sólo tienes que cogerlo”,  sin elevar el tono pero bajando la mano por sí le daba por ahí y había que tirar de daga. Y llamándole “Portugués” a medias por ofenderle, y a medias por que me había parecido apreciar un leve acento. El calló, y no hizo falta la daga, aunque su mirada me dijo que pudiese que algún día tentásemos la suerte,

De aquel día a un “Será mañana” pasaron muchos  meses, mares, vientos, y cuencos de ron en la misma borda. Y luchas con ingleses, algún que otro holandés y muchos sin bandera, que para evitar caer, no íbamos preguntando la nacionalidad de quien terminaba al final de nuestro sable. Alguna que otra vez, quien sabe si el ron o el mar traía historias, siempre contadas mirando lejos y contando poco, porque quien más quien menos teníamos una historia parecida que contar, y había cosas que todos callábamos a la vez.

Unos meses después, quizás 6, puede que 7, encendía lentamente una pipa delante de una casa modesta, pero llena de mar y flores, al borde de un puerto de los que solían acogernos sin demasiadas preguntas y con muchas tabernas. Espere un rato hasta que una mujer de aspecto cansado salió a preocuparse de las flores de las ventanas.

Cuando me miró, la tiré una bolsa de cuero llena de oro y sueños de piratas, con cada una de sus monedas ganadas a sangre y sable por el Portugués. Y alguna otra que había añadido yo. Y la dije que había muerto sin saber muy bien que inglés de mierda había sido el culpable, pero que tampoco había quedado ninguno para preguntárselo, y que yo bastante tenía con cuidar mi gaznate para proteger el suyo, aunque me callé que si aquel oficial no hubiese sido tan duro de pelar, lo mismo habría podido echarle una mano, y no tendría aquella sensación de vacio allí de pie, mirándola a los ojos, ni tampoco, ciertamente, las botas del luso calentándome los pies.

La dije también que de las dos cosas que ella le había dejado al Portugués, la cicatriz le dolía los días de niebla de cojones, pero que normalmente no solía acordarse más que de la media docena que le cruzaban la piel, por mucho que se la hubiera hecho para que no la olvidara como al cuenco de ron del que también bebió. Pero que de aquella noche, de sus labios, de su piel, de su media sonrisa y del último beso que le dio antes de salir de su cuerpo y de sus sábanas, de eso, ni un puñetero día se olvidó.

Ella me escuchó en silencio, ambas manos crispadas en puños, con el viento jugueteando con los cabellos sueltos sobre su frente. Entendí al portugués y lamenté que no fuera él quien estuviera allí, con la sonrisa que en alguna ocasión le había vislumbrado. Me sentí sólo y más derrotado que huyendo de alguna ocasión mal dada, que las había a menudo en el Aránzazu. Y envidié aquel beso, y aquella noche que el Portugués prefirió pasar entre las piernas de aquella mujer antes que entre los naipes y el ron conmigo.

-Malditos seáis. Tú, el mar y…

Y no alcancé a oir lo que seguía, quizás porque era verdad, quizás porque ya lo sabía de oírmelo a mí, y quizás porque si no me iba, el Aránzazu podía zarpar hacia la maldita mar sin uno de sus malditos marineros.


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